¡No más mentiras!
El 30 de septiembre del año pasado el presidente del Ecuador, Rafael Correa, estuvo a punto de perder el poder tras una poderosa andanada popular que lo puso en la picota y le permitió al mundo entero enterarse de la verdadera naturaleza del régimen opresor, propio del llamado 'Socialismo del Siglo XXI'.
Tras esta clara demostración de poder popular, Correa se sintió herido en su amor propio y satanizó a muchos de los opositores al tiempo que iniciaba una implacable persecución contra aquellos que, en su delirio dictatorial, pasaron a ser considerados como enemigos del Estado.
Sin pruebas para inculpar a los directores del diario El Universo, Correa -íntimo simpatizante de Hugo Chávez, del Movimiento Bolivariano Continental y de las Farc-, orquestó una demanda ante el poder judicial para demonizar a los directivos del diario, César, Carlos y Nicolás Pérez, al tiempo que se condenaba por injuria al escritor Emilio Palacio, autor del fenomenal artículo 'No Más Mentiras', en cuyo honor ha sido titulada esta columna.
Por supuesto, ante la condena mundial que recibió semejante estropicio contra la libertad de prensa basado en la complicidad entre el Ejecutivo y los jueces, Correa se vio obligado a morigerar sus ímpetus cuando lo único cierto es que el daño ya estaba causado y se había logrado amedrentar a la oposición, acallar a la disidencia y someter a sus contradictores al exilio.
Exilio de Palacio y de los Pérez que, gracias a la generosa actitud diplomática de Panamá y de los Estados Unidos han podido salvar su vida. Pero exilio, al fin y al cabo.
Exilio que jamás logrará acallar las voces contra la dictadura y que, a partir de este momento, ya hace parte de la antología universal de la lucha por la libertad: libertad de prensa, de expresión, de opinión, y libertad de elegir si se quiere vivir bajo la democracia o bajo el despotismo socialista.
Es por eso que Emilio Palacio nunca estuvo en busca de indulto alguno: “Si cometí algún delito, exijo que me lo prueben; de lo contrario, no espero ningún perdón judicial sino las debidas disculpas”.
“El Dictador debería recordar -agrega-, que un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente. Los crímenes de lesa humanidad nunca prescriben”.
Recuérdese bien: no prescriben nunca. Y eso a pesar de que el embajador ecuatoriano en Bogotá haga mil y una piruetas para tratar de demostrar lo contrario.