VICENTE TORRIJOS R. | El Nuevo Siglo
Martes, 11 de Octubre de 2011

¿Marco legal de qué? -I-

Si  yo fuera un comandante guerrillero y estuviese en las montañas de Colombia -o de Venezuela- me encantaría escuchar que en Bogotá hay un montón de congresistas y gente del alto gobierno devanándose los sesos para tratar de favorecerme.

Me alegraría inmensamente al saber que toda esa gente del Establecimiento, presa del miedo, de la culpa histórica, o de un pacifismo metafísico estaría dispuesta a diseñar un marco legal de paz hecho a mi medida, entendido como una nueva experiencia de justicia transicional (… propia de esas transiciones que no terminan nunca).

Bailaría en una pata al enterarme de que, so pretexto de provocar una desmovilización masiva entre mi gente, en realidad están ofreciéndole a toda la organización armada, pero sobre todo a mis colegas del Secretariado, un privilegio de esos que, en sana lógica, nadie puede rechazar.
En efecto, sin exigirme que cese las hostilidades, que me disuelva, o que entregue las armas, ellos estarían dándome todas las facilidades para que un buen día yo devolviera unos cuantos secuestrados, dijera que no voy a volver a hacerlo y cacareara a los cuatro vientos que pienso dejar de cultivar coca y traficar con droga.

Palabras al viento, claro, pero que a ellos les sonarían como auténticos cantos celestiales (o “claras muestras de voluntad de paz”) para iniciar conmigo el diálogo y la negociación que llevo diez años buscando porque nada me haría más feliz que ser considerado como “interlocutor político válido”, o sea, beneficiario del mismo status que le acaban de conferir a la cúpula del Consejo de Transición en Libia.

Volviendo al cuento, yo me derretiría de la dicha al saber que están contemplando para mí unos mecanismos no judiciales de investigación y sanción que ajustados vagamente a esos criterios universales de moda a los que pomposamente llaman verdad, justicia y reparación, me darían el gusto de contarle mis proezas a una Comisión de la Verdad y recibir a cambio unas sanciones blandas de aquellas que -muy distintas a las del Tribunal de Nüremberg- también están de moda, como tomar un cursillo de educación cívica o firmar un acta de no repetición de mis andanzas.
Por supuesto, también tendría que pedir públicamente perdón (partiéndome por dentro de la risa) y, para satisfacer el apetito de los voraces políticos de la extrema derecha, cumplir con uno que otro trabajo agrícola en una granja comunitaria de clima templado, no muy frío, no muy caliente, viendo por unos cuantos días o semanas cómo crece el fríjol y el tomate. (Continuará)