Viernes negro | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Enero de 2017

Escribo esta columna el 19 de enero. No ha transcurrido la posesión de Donald Trump, pero no hay que ser brillante politólogo para saber que este viernes 20 marcará el comienzo de una de las eras más deprimentes y peligrosas de los Estados Unidos y, por contera, de gran parte del planeta.

No suelo tener pensamiento apocalíptico, y tiendo a buscar un asomo de luz aun en las cavernas más oscuras; pero Trump, con todo y su fulgor naranja-artificial, ensombrece los derechos humanos, la democracia, y muchas de las conquistas logradas a lo largo de los siglos en pos de la libertad e  inclusión. En un mundo  saturado de cementerios y derrotas, parece increíble que se le esté cerrando la puerta a la solidaridad y a la no violencia, y se le haya abierto a la marginación, al odio y la humillación.

Para mí, este viernes es un día aciago, de luto social, político y demográfico.

No vivo en los Estados Unidos, ni en ninguna de sus fronteras geográficas. Pero en este punto y hora del siglo XXI,  pocos pueden decir que no tienen algún tipo de convivencia,  interacción, vecindad, afectación positiva o negativa, con lo que paute el país más poderoso del mundo.

A mi en lo personal, no me molesta (me lloverán tomates, ya lo sé) este vínculo polifuncional con Estados Unidos. Ya es responsabilidad de cada quien, analizar y adoptar, adaptar o descartar lo bueno, lo malo o lo feo de una cultura, de un estilo de vida, de una sociedad que produce y consume;  un país que mueve los hilos de la política exterior, y los enreda y desenreda con intereses algunas veces horribles, y otras, plausibles; un país que ha causado y evitado miles de muertes; producido y reproducido ciencia para la vida y ciencia para el desastre. Un país que le había abierto las puertas a los migrantes del mundo, con los riesgos, maravillas y aprendizajes que ello implica.

Esos Estados Unidos que se sienten respirar cuando caminamos por una calle de Nueva York; esos Estados Unidos interculturales, poderosos, imperfectos y vertiginosos; fabricantes y receptores de guerras y exilios, de acuerdos y enfrentamientos, de miserias y opulencias, de esclavitudes y libertades. Esos Estados Unidos entrarán por cuenta de un incomprensible suicidio socio-político, a una etapa de  oscurantismo que me produce miedo y dolor.

Es posible que un Congreso que no traga entero, encuentre cómo templarle las riendas a este nuevo cow-terrible-boy. Al señor de las ventanas cerradas y los muros del absurdo; al que tiene la llave de las bombas atómicas.

El viernes 24 de septiembre de 1869, los USA vivieron su primer Black Friday; nada que ver con rebajas ni descuentos: se trató de una dramática crisis financiera, desatada por la ambición de los especuladores Jay Gould y Jim Fisk, que tiraron por el precipicio el mercado del oro.

Este 20 de enero, será otro viernes negro; sin ofertas, marcará el inicio de una crisis humanitaria. Una crisis de la libertad y la estructura social.

Superar dignamente la era Trump, será uno de los grandes desafíos de los Estados Unidos, y de buena parte del mundo.

ariasgloria@hotmail.com