Las analogías históricas, las lecciones aprendidas, los anacronismos y las ucronías tienen un límite. Sobre todo, cuando se trata de cuestiones estratégicas.
Mucha gente asocia la invasión rusa de Napoleón y la de Hitler como si fuesen la misma cosa.
Y ahora, a la inversa, quieren concluir que a Putin le está sucediendo exactamente lo mismo en Ucrania.
En tal sentido, no faltan los que equiparan los hechos en la acería de Azovstal con lo acontecido en Masada o Stalingrado.
¿Puede catalogarse como “traidores” a quienes lograron abandonar la acería?
¿En qué medida alguien puede relacionar la conducta de “jamás rendirse” con aquella orden de “que no queden sobrevivientes”?
Dicho de otro modo, cuando alguien está a sometido al asedio letal, o sea, a aquel del que no tiene escapatoria, ¿cuál es la verdadera distancia o proximidad que existe entre las nociones de patriotismo, chauvinismo, traición o cobardía?
¿Qué tan próximas o distantes están la directriz de “eliminar a todo aquel que quiera rendirse” y un ultimátum tras el cual solo se puede esperar la impiedad, la devastación absoluta y el bombardeo destinado a que “no quede piedra sobre piedra”?
En 1942, el general nazi Friedrich von Paulus, comandante del Sexto Ejército, se vio atrapado en Stalingrado. Por una parte, estaba rodeado de las tropas rusas de Stalin, el mismo de quien Vladimir Putin puede considerarse legatario. Por otra, recibía la incesante presión del Führer, de quien Putin puede considerarse fervoroso discípulo, sobre todo, por aquello del irredentismo.
Hitler le dijo a von Paulus que “¡ningún mariscal alemán se había rendido jamás ante el enemigo!”.
En paralelo, Zelensky les dijo lo mismo el otro día a los militares de la acería de Azovstal, en Mariúpol.
Pero Hitler fue aún más lejos. Para ensalzar por adelantado el coraje de su aristocrático general, lo ascendió a distancia como Mariscal de Campo.
Y con el fin de que su actitud no fuese calificada como simple histrionismo político, envió refuerzos mecanizados al mando de Erich von Manstein para romper el cerco rojo que, de hecho, ya era inquebrantable.
En consecuencia, 300 mil soldados quedaron atrapados, congelados a 25 grados bajo cero, sin alimentos, munición, ni combustible.
Von Paulus no pudo soportar más el horror y capituló aquel 3 de febrero, hace 80 años.
Por supuesto, tuvo que refugiarse en Alemania Oriental pues, para muchos, no fue más que un vil traidor.
Para algunos, fue quien salvó las pocas vidas que perdonó el autócrata del Kremlin. Y para otros, fue un ejemplo de auténtica sensatez racional.
En resumen, la historia es útil, esencial e insoslayable para el pensamiento estratégico y la toma de decisiones.
Y cuando se contamina de ideología, fundamentalismo y sociopatía, puede ser la mejor plataforma para condenar, incendiar y vapulear.
Sin ir muy lejos, Stalingrado es un buen ejemplo. Un doloroso ejemplo. En un caso. Y en el otro.