“Llevamos décadas manejados por los mismos, sin ningún avance”, es un mantra de los progresistas. Aprovechan la coyuntura más difícil de la economía colombiana en medio siglo, derivada de las crisis del covid en 2020 y del precio del petróleo en 2015-17, dos crisis apiñadas en menos de un lustro, para proyectar una imagen equivocada y perniciosa del pasado, y promover un salto al vacío.
Colombia, contrario a lo que nos quieren hacer creer, no es rico. El expresidente Alfonso López alguna vez me dijo: “Llevo 50 años tratando de convencer a los colombianos de que no somos un país rico, y no me creen”. Cada día tenemos que producir todo lo que comemos, con lo que nos abrigamos, y donde protegemos a la familia contra la intemperie. Nadie nos regala nada.
A lo largo de siete décadas, sobre la espalda de los cafeteros, conseguimos cómo comprar afuera tractores, maquinaria, automóviles, computadores y fertilizantes, esenciales para el desarrollo. Ante la dificultad de diversificar las exportaciones, en los años ochenta aparecieron dos fuentes desafiantes de divisas, una legal, carbón y petróleo; y otra ilegal, la cocaína.
Con esfuerzo y perseverancia, construimos las instituciones para el manejo responsable y regional de los ingresos mineros y petroleros, evitando los desastrosos efectos que tuvieron en los vecinos. Y luchamos a brazo partido contra las consecuencias malignas del narcotráfico, donde hay aún retos mayúsculos.
Basta leer las memorias de Juan Camilo Restrepo, Rudolf Hommes y Guillermo Perry, o las biografías de Esteban Jaramillo y Carlos Lleras Restrepo, entre otras, para darse cuenta de que personas esencialmente decentes ha estado al servicio de Colombia por espacio no de 30, sino de más de 100 años, construyendo una tradición de buen manejo, con los más altos intereses de nuestro país en su mente, defendiendo una administración honesta y prudente de la economía.
Estas personas han buscado el mejor destino económico para la persona desvalida, al desempleado, al pequeño empresario y al padre de familia que debe poner pan sobre la mesa, ojalá tres veces al día.
Reconozco un error: contentarnos con la economía que hay, y citar el crecimiento como métrica de desempeño. Eso es equivocado, si la economía deja de lado a 15 millones de personas que viven del rebusque y la informalidad.
Tenemos que ir por más economía, justamente donde no la hay. En los 1,070 municipios poco prósperos del país. Los 49 prósperos seguirán su dinámica. Pero cada día desaprovechamos el 90 por ciento del territorio nacional y dos terceras partes de la fuera laboral. Allí es donde debemos concentrarnos. Pero poco avanzaremos si optamos por un manejo irresponsable de la economía.
Cada día solucionamos problemas difíciles, que muchas veces vienen de afuera; otras veces son causados por personas inescrupulosas y corruptas. Contra ambos hemos prevalecido hasta ahora. Si bien pareciera que lo que no pudieron las crisis lo va a destruir la corrupción, la ineptitud y la confusión que alimentan en las cabezas de la juventud en estas elecciones.
Algunas personas están usando la penuria reciente para hacer creer que saltar al vacío significa volar por los cielos. No es así. Saltar al vacío es simplemente saltar al vacío.
Nuestra herramienta más poderosa ahora, para no saltar al vacío es votar. E invitar a votar a todo el mundo. Nadie se puede quedar en casa el domingo, cuando tiene una cita tan importante en la mesa de votación.