El domingo tendrán lugar en Colombia las elecciones para elegir a los miembros del Senado de la República y la Cámara de Representantes, y también para seleccionar a los candidatos presidenciales en las coaliciones políticas.
Un debate electoral de enorme trascendencia, en medio de situaciones tan graves como las constantes masacres, los asesinatos de líderes sociales, de indígenas, de campesinos, de desmovilizados; en el ámbito de un estado de cosas inconstitucional declarado con razón por la Corte; con organizaciones guerrilleras, paramilitares y narcotraficantes que se han adueñado de los territorios y desplazan a la población; con inmensas zonas abandonadas por el Estado, en donde prevalecen el hambre, muchas necesidades y aspiraciones insatisfechas en materia de trabajo, salud, educación, agua potable, servicios públicos, sin que se vislumbren las posibilidades reales de un auténtico Estado Social y Democrático de Derecho; con una gran inseguridad en las calles de las principales ciudades, ante la impotencia del Estado y de las autoridades para garantizar la vida y los demás derechos esenciales, y en un país completamente permeado por la corrupción a todo nivel, sin que nada pase, a pesar de las denuncias y las investigaciones de periodistas y medios de comunicación; con grave situación en las fronteras.
Ha sido una campaña muy pobre en ideas y propuestas, en la cual han predominado las trifulcas y los ataques -inclusive en el interior de las coaliciones-; cuando muchos políticos -candidatos y no candidatos-, en vez de mostrar sus propias ventajas, criterios, programas y metas legislativas y de gobierno -pensando en alcanzar o en buscar las posibles soluciones a los males y problemas colectivos, comparten y reconocen tener por ideal principal -aunque mezquino- el de cerrar el paso, por todos los medios, a un determinado aspirante presidencial. Con ello, no han hecho sino promover, con mayor fuerza, esa candidatura.
Pero, mirando las listas en juego, es justo reconocer que, en ellas, no todos los candidatos son corruptos, ni presentan antecedentes criminales, ni están comprometidos con las viejas mañas, los vicios y malas prácticas de la política. Hemos visto -y eso nos llena de optimismo- que hay allí -en todas las listas- muchos profesionales, académicos y líderes -jóvenes y mayores-, con limpia trayectoria, que seguramente -si alcanzan la votación necesaria- buscarán el cambio de las costumbres políticas y aportarán ética y compromiso, con miras a la renovación -ojalá mayoritaria- de las cámaras legislativas.
No doy nombres para evitar omisiones, y, además, para que los votantes hagan lo que tienen que hacer: examinar las hojas de vida; ver las propuestas; tener noticia sobre antecedentes; si se trata de candidatos que quieren repetir, examinar cuáles fueron sus ejecutorias en el pasado. Todo, para sufragar a conciencia, aunque a veces la selección hecha no coincida con la disciplina partidista. Votar por los mejores, con madurez y con criterio democrático. No vender el voto, no aceptar corruptelas; denunciar y avergonzar a quien las proponga.
Señores votantes: la sociedad colombiana requiere renovación en los cuadros directivos del Estado (ramas ejecutiva y legislativa). Debemos rechazar a corruptos e ineptos. Hemos de seleccionar, para bien de Colombia, a los mejores; a los más capaces y honestos.