La pandemia cayó como una guillotina sobre todos los aspectos de la vida. Todo se suspendió y algunas cosas quedaron en punta. En lo religioso no fue diferente. Las misas dejaron de celebrarse, lo mismo que los bautizos y matrimonios, las confirmaciones y en ocasiones hasta los santos óleos dejaron de administrarse pues no dejaban entrar en contacto con los pacientes graves por el covid 19. Muchos murieron sin el auxilio espiritual. Triste. Pero Dios es invencible en su amor por la humanidad y ahora estamos viendo con alegría que el desierto empieza a florecer con nuevas celebraciones llenas de niños, jóvenes y adultos.
Y me encanta ver cómo reaparecen novios y novias en plan de recibir la bendición en el sacramento del matrimonio. Y en sus caras se nota que la espera ha sido larga, pero que ha valido la pena. Más aún: para algunos novios ha sido un tiempo que, por su novedad, les ha servido para consolidar la relación y para ahondar en el proyecto de vida. Y causa gran alegría ver a la gente joven, al menos los que tienen vida de Iglesia, llena de convicción para realizar su matrimonio según la propuesta de la Palabra de Dios que invita a llevar la bendición del Creador. Quién lo creyera, pero no es raro que estos novios afirmen con toda naturalidad que nunca han tenido dudas de que si se casaban sería con la bendición de Dios dada por la Iglesia. Es como si la más pura fe fluyera por las venas de quienes están en plan de fundar familia.
Hay que elogiar a todas las novias y a todos los novios que, habiendo tenido un noviazgo serio, deciden caminar hacia el altar en busca de la bendición divina. Esta decisión recoge muchas cosas importantes de la vida de los dos, pero también de sus padres, de sus familias. Significa también una decisión dentro de la fe que sus familias han profesado por generaciones y generaciones. A la sociedad también le hace mucho bien el que se constituyan familias con toda la seriedad y conciencia de un compromiso que define el futuro de dos personas, que se abre a la vida y que también será transmisor de la fe y de los valores. La importancia del matrimonio es inmensa y quienes lo contraen deben sentirse muy orgullosos de aportarse a sí mismos, a sus familias y a la sociedad una nueva comunidad humana, basada en el amor y el respeto.
Para los sacerdotes es causa de gran alegría poder bendecir nuevos matrimonios, otorgar la condición de hijos de Dios a quienes reciben el bautismo, alegrar la vida de los jóvenes con la confirmación, sanar a las personas en la confesión o reconciliación y acompañar, fortalecer y preparar con los santos óleos a quienes ven debilitarse su vida. Esto lo llaman los teólogos la historia de salvación. Por lo demás, tómese atenta nota de que la Iglesia oró mucho por el fin de la pandemia y ahí vamos saliendo con la ayuda de las vacunas. Dios es invencible.