Angel Blue: ¡Brava! ¡Bravìssima! | El Nuevo Siglo
ANGEL BLUE con la Orquesta Filarmónica dirigida por Joachim Gustafsson en el Teatro Mayor./Cortesía Teatro Mayor – Juan Diego Castillo
Lunes, 3 de Febrero de 2025
Emilio Sanmiguel

La aparición de Angel Blue en el escenario del teatro Mayor tuvo teatralidad. La Filarmónica de Bogotá, dirigida por su titular Joachim Gustafsson, atacó el final del Allegro del gran concertante de la esc,1 del acto I de Aída de Giuseppe Verdi, entre marcha y fanfarria. A la altura de los compases previos al Allegro agitato del aria, por la izquierda del escenario apareció la diva. La salva de aplausos impidió oír el Ritorna vincitor!...e dall mio labro usci la empia parola. El aplauso no se extinguió hasta el Vincitor del padre mio.

Su interpretación de la escena y romanza semejante reacción, inusual en el impredecible público de Bogotá.

Impredecible, porque Blue vino a salvar al teatro por la cancelación del tenor Piotr Beczala, que atraviesa una preocupante crisis vocal. Demostró que el auditorio anda bien enterado de los tejemanejes del mundo lírico, gracias entre otras a la transmisión, el fin de semana anterior, de la Aída del Met que supuso un triunfo, otro, en su fulgurante carrera internacional.

Su Ritorna vincitor fue el de una artista de legítimas credenciales verdianas, un aria difícil técnicamente y por sus demandas expresivas: ¿cuánta angustia contenida en Che dissi? E l’amor mio?, que abre el Andante più lento del Aria, cantado con delicado legato, hasta el cantabile final Numi, Pietà del mio sofrir que Verdi pide hacerlo perdendosi, perdiéndose.

El repertorio orquestal

La Filarmónica abrió el programa con la Obertura de Luisa Miller, obra encargada de anunciar la madurez verdiana en 1849, Gustafsson se cuidó de recorrerla con la meticulosidad que demanda y prepara al auditorio para el drama de esa ópera, basada en Schiller.

Como es usual en este tipo de conciertos, las intervenciones de la soprano se entreveraron con pasajes orquestales: un logrado y brillante recorrido por la que debe ser la más popular obertura de Verdi, la de Forza del destino de 1862. Enseguida una curiosidad, si cabe la palabra, el Preludio, Lento triste, al acto IV, o III -depende de la versión- de Edgar, segunda de Giacomo Puccini de 1890. También la Mazurca del acto I de Halka del polaco Stanislaw Moniuszko de 1848, una selección seguramente proveniente del programa original de Beczala. Además, dos intermezzi de los veristas por excelencia; de Pietro Mascagni el previo al acto III, Andante con moto de L’amico Fritz de 1891 y el famoso de Pagliacci de Leoncavallo de 1892. Bien recibidas por el público las intervenciones filarmónicas; Gustafsson escaló las mejores cotas en Verdi y Leoncavallo.

Una soprano de estirpe

Todo parece indicar que Angel Joy Blue (Los Angeles, 1984) es el eslabón actual de la saga iniciada por Elisabeth Greenfield en el s. XIX y continuada en el XX, entre otras, por Marian Anderson, Leontyne Price, Martina Arroyo, Grace Bumbry, Shirley Verret, Jessye Norman, Barbara Hendricks y hasta la temible Kathleen Battle.

Angel Blue posee una voz excepcional y eso, carisma y magnetismo, que no se aprende en el conservatorio: se tiene o no. Su presencia resulta imponente y, el aplauso que la saludó demostró que su calidez puede seducir en cuestión de segundos. Como ha ocurrido a lo largo de la historia, la suya, como la de todas las grandes, no es una voz perfecta: sus impresionantes agudos de penetrante acero, la opulencia vocal y el rico colorido de su instrumento atravesaron de manera excepcional el teatro, así la zona grave de su tesitura parece no estar en igual condición. Eso no importa, porque es una artista en toda la extensión de la palabra. Ahora, algo pudo haber influido la altura de Bogotá y que Gustafsson no siempre supo arroparla ni dosificar el volumen de la orquesta.

Seguramente, desde lo estrictamente musical, donde reveló su condición de soprano excepcional fue en las arias verdianas, el Ritorna vincitor y Pace, pace mio Dio de La forza del destino que bordó con la desesperación y angustia que exige el compositor hasta escalar la serie de intensos Maledizione, maledizione, el último cortante como un afilado cuchillo.

En la selección dedicada a Puccini, desde luego conmovió su Vissi d’arte de Tosca de 1900, por esa sinceridad conmovedora en el canto, así no se hubiese prodigado alargando, como sugiere el calderón de la partitura en Perchè me rimuneri cossì.

Intenso su Donde lieta uscì del acto III de Bohème de 1896 donde hizo gala del legato de las grandes. Las cosas no anduvieron a la misma altura en el aria de Magda, Chi il bell sogno di Doretta de La rondine de 1917, por las frases en el registro grave de la voz y por el volumen desproporcionado de la orquesta: se defendió como pudo, pero hubo más arte que canto en el aria encargada de cerrar la primera parte.

Hubo, cómo no, Io son l’umile ancella, aria del acto I de Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea de 1902, exquisita exhibición del canto legato, elegante, sofisticada, generosa en el colorido, así, seguramente por la altura, no hubiese rematado el aria con el esperado crescendo y calderón del al nuovo dì morrà.

Penúltima selección, Carceleras de Las hijas del Zebedeo. Rosas en la mano y un chal con los colores de la bandera nacional para la encantadora romanza de la Zarzuela de Ruperto Chapí de 1889, que decía Conchita Badía, dominarla era requisito para quienes quisieran abordar los Cantares de Turina y otras piezas del repertorio español de concierto. En medio de la emoción, se extravió, hasta olvidó parte del texto, pero lo dicho, tenía al público en el bolsillo, echó mano de su encanto, fue pródiga en los ornamentos y terminó aplaudidísima.

El cierre corrió por cuenta de las Czardas de Die Csárdásfürstin de Imre Kálmán de 1915, donde Gustafsson, definitivamente lanzó sin piedad toda la artillería filarmónica. Eso tuvo al público sin cuidado. Ovación de pie de un auditorio ya rendido a los pies de la cantante. Hubo bises, el primero, O mio babbino caro de Gianni Schicchi de Puccini donde invitó a la soprano Eliana Osorio para cantar en dúo; luego, ante la insistencia del auditorio, el negro Spiritual Ride on King Jesus.

Angel Blue sedujo a Bogotá con su voz y carisma. De eso se trata el arte. Para qué mentir: la perfección puede resultar aburrida.