AL HABLAR de arte abstracto en Colombia, hay un nombre que no se agota y cuya relevancia desafió los límites de lo que, hasta su momento, había sido conocido en el arte nacional: Eduardo Ramírez Villamizar. Su obra esculpió parte de la historia moderna del arte colombiano, marcando un hito en el vanguardismo en el país.
Ramírez Villamizar encontró una manera para dialogar entre distintos lenguajes artísticos que le eran afines, desafiando y redefiniendo la abstracción para convertirla en un testimonio vivo que combina formas con referentes culturales locales. Su ingenio y su espíritu trazaron una ruta novedosa en el panorama artístico colombiano, encapsulando la modernidad en obras atemporales.
Un 27 de agosto de 1922, nació el escultor Eduardo Ramírez Villamizar en Pamplona, Norte de Santander y parecía estar predestinado a la arquitectura, carrera que inició en 1940. Después de algunos semestres, el artista eligió el camino de las Bellas Artes y comenzó a participar con regularidad en el circuito artístico de la capital.
Su mirada artística
A pesar de ser primordialmente reconocido por sus obras escultóricas, los primeros pasos del artista se dieron a través de la pintura, el dibujo y el expresionismo. En aquel momento, el arte colombiano se encontraba en un momento de rápida evolución. Los artistas buscaban nuevas formas de expresión que se diferenciaran del estilo costumbrista que, hasta el momento, había marcado la pauta de su desarrollo. Fue en ese contexto en el que un joven Ramírez abandonó sus estudios en arquitectura en 1943 y decidió explorar las artes plásticas influenciado por el francés Georges Rouault.
Poco después, en 1950, el artista viajó a París. El viaje fue crucial para el desarrollo posterior de su obra. Fue allí donde empezó a explorar el arte abstracto que después, de la mano con su formación arquitectónica, se transformó en el pilar de sus esculturas. La geometría se convirtió en un método de composición artística que, junto a su ingenio, capturó la esencia de la modernidad artística colombiana. El color, las líneas y las curvas marcaron el inicio de un nuevo modo de pintar que le permitía crear composiciones donde las formas eran protagonistas. Sin embargo, su exploración pictórica fue el preámbulo para el desarrollo de lo que lo haría eterno: la escultura.
“Fue un artista que dio un giro muy significativo a un lenguaje que en Colombia era absolutamente nuevo: la abstracción con fundamentos matemáticos y geométricos”, menciona Jaime Cerón, curador de arte del Museo Nacional. La realización de relieves, planos superpuestos y composiciones complejas se convirtió poco a poco en la especialidad de Ramírez Villamizar. Él podía contrastar planos, superficies y formas elaboradas sin perder el carácter sensible que lo acercaba al observador. Fue esa, de acuerdo a Cerón, la clave de su adaptabilidad. “Fue un artista que evolucionó alrededor de lo que sucedía. Se mantuvo muy vigente porque usaba el color de forma lingüística; el color y el material eran intérpretes de sentimientos”, confirma el curador.
La materialidad, un rasgo importante en la obra de Ramírez Villamizar, también lo hizo destacar de sus contemporáneos. A partir de madera y metales, sus elementos más representativos, logró construir esculturas que permitían alinear su interés arquitectónico con su amor por la abstracción.
A 20 años de su partida, el legado de Eduardo Ramírez Villamizar sigue vivo en los volúmenes y las formas que transformaron el arte moderno colombiano. Su habilidad para articular la geometría, la cultura y el espacio no solamente marcó la historia del arte nacional, sino que también abrió la puerta para la exploración de la abstracción en el país.