El viento en un violín de Claudio Tolcachir | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Abril de 2013

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

El escenario, o mejor, la arena, de la Casa del Teatro Nacional resulta perfecto para acoger El viento en un violín de Claudio Tolcachir, quien a su vez firma la puesta en escena y dirige la compañía. La obra llega a Bogotá luego de un itinerario que arranca la noche de su estreno en el festival de otoño de París en 2010. Resulta adecuadísima la arena porque la propuesta parte de la simultaneidad de los espacios escénicos, porque el desarrollo no da treguas y porque los personajes saltan de unas escenas a otras en cuestión de segundos.

 

La obra se la puede ver desde muchos puntos de vista. Dicen unos que se trata de una historia de amor, para otros sencillamente es una mirada desencantada en el fondo y tragicómica de las apariencias de los caminos de los sueños, o si se quiere hasta es una versión irónica (bueno, es que de dramaturgia argentina es que hablamos) de las audacias contemporáneas. Al fin y al cabo el teatro es un libro abierto, todos leen lo mismo y cada quien interpreta a su aire...

 

Lo cierto es que es una oportunidad excepcional para disfrutar de la esencia misma del teatro que es la buena actuación. El sexteto de actores  de Araceli Dvoskin(Dora) y Tamara Kiper (Celeste), la pareja obsesionada por concebir un hijo, Inda Lavalle (Lena) yMiriam Odorico (Mercedes) y  Lautaro Perotti (Darío) y Gonzalo Ruiz (Santiago) ha sido calificado como Perfecto por La Nación de Argentina.

 

La propuesta escenográfica es de Gonzalo Córdoba Estévez y las luces, que son importantísimas justamente por esa simultaneidad de los espacios dramáticos de que hablaba, son de Omar Possemato.

 

Y bueno, a la final lo más importante, contar en la cartelera teatral de nuestro mundillo teatral con una puesta en escena que ha recorrido el mundo entero, con mucho éxito.

 

 

 

BEETHOVEN EN LA SEMANA MAYOR

 

Por circunstancias de la vida no asistí al I Festival de música de Bogotá. Lo que no me impidió, hasta donde esto fue posible, estar al tanto de su desarrollo por las fuentes de alta fidelidad, como decía Arturo Abella.

 

Todos coinciden en reconocer el éxito absoluto del evento. Me refiero a la acogida que el público dispensó a los cuatro días de mayor intensidad de la historia musical de este país. De tal dimensión que no conseguir una localidad para la Novena sinfonía fue una auténtica tragedia.

 

Lo más importante fue que la mayor parte de los espectáculos arrancaron con el lleno absoluto de los recintos, que, no nos digamos mentiras, es el ideal para ese diálogo espiritual que se denomina concierto.

 

Y la logística demostró estar preparada para resolver exitosamente las dificultades, si es que puede llamarse “dificultad” lo ocurrido con Tzimon Barto, quien aparentemente por razones de salud, se vio obligado a cancelar su presentación y fue reemplazado por el austriaco Stefan Vladar. Ese fue una especie de golpe de suerte porque un pianista de renombre, Barto, fue reemplazado por una luminaria pianística, Stefan Vladar, que está en el candelero internacional desde su exitosa irrupción en los Festivales de Salzburgo en los 80’s.

 

No opino sobre lo estrictamente artístico por razones éticas, pero puedo asegurar  que el Festival de música de Bogotá llegó para quedarse. Y regresa en 2015 con Mozart… eso ya estaba cantado.

 

Cauda

Lo he expresado en otras oportunidades: simpatizo con la esencia misma del Festival internacional de música de Cartagena, pero su espíritu clasista, elitista y excluyente y su público, más interesado en las fiestas y saraos del “Jet-Set” que en la música misma, son francamente odiosos.

 

La organización en Cartagena no ha hecho el más mínimo esfuerzo para darle una solución al problema (sus talleres de luthería, clases magistrales y promoción de jóvenes talentos son una cortina de humo demasiado delgada como para ser tomada en serio). Si el melómano de a pie no cuenta con buenas palancas o un sustancioso patrocinio, no consigue una localidad medianamente decente en los espectáculos (los magnates criollos acaparan la totalidad de los escasos palcos con buena visibilidad del teatro Heredia o las dos primeras filas de los auditorios, como en el siglo XVIII), porque en Cartagena sólo son bien recibidas las élites y pasados por alto los melómanos.

 

Muy distinta la situación en el Festival de Bogotá: la boletería estuvo a la mano de todos y el gran ausente fue, ¡qué ironía!,  el “Jet-Set Criollo” que andaba en Cartagena, como es su costumbre.

 

Bravo don Ramiro Osorio por lo de Bogotá y… ¡ojo! doña Julia, mire que su público es volátil y, si usted lo quisiere, su festival podría llegar a ser una fiesta musical, con melómanos y, lo acepto, algo de “Jet-Set” que tanto adorna.