El más reciente libro de Federico Díaz-Granados, "Grietas de la luz", ha logrado tocar el corazón de miles de personas quienes, al igual que él, sufrieron por el deterioro de la memoria de sus abuelas.
Díaz-Granados honra en este libro las palabras que una vez dijeron los ancestros; las restituye, las ilumina y las enaltece.
"Grietas de la luz" fue publicado recientemente bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. Su autor, poeta, gestor cultural y director de la agenda cultural del Gimnasio Moderno, habló con EL NUEVO SIGLO sobre los matices de este escrito que, más allá de destacar su prosa literaria, hace un homenaje a Margot y Lucy, sus abuelas maternas.
EL NUEVO SIGLO: ¿Cómo surgió la idea de escribir sobre el alzhéimer de sus abuelas?
FEDERICO DÍAZ-GRANADOS: Mis dos abuelas eran costeñas, las dos eran samarias y por consiguiente las dos representaban de alguna manera en sus respectivas familias un poco la figura de esa Úrsula Iguarán de Gabriel García Márquez, o de Celia, de Héctor Rojas Herazo, quienes eran como esas grandes matronas, la figura central de un hogar y las dueñas de las grandes decisiones de familia. Además, mis abuelas eran muy orales, con una capacidad innata de contar relatos; eran muy creyentes y a la vez muy hospitalarias, con una gran creatividad para la cocina, la costura, la artesanía... Y todo ese universo impactó mi infancia, lo primero que uno aprende en realidad es la lengua-abuela, como la llama Katya Vázquez, quien aparece en la contratapa del libro. Entré en ese mundo perdido de mis abuelas y allí encontré un estilo, una prosa poética que solo a través de la poesía podía traerlas de nuevo.
ENS: ¿Fueron ellas las que despertaron en usted el gusto por la poesía?
FDG: Por supuesto, sobre todo la abuela Margot el gusto literario, porque ella tenía un pequeño baúl donde cargaba unos cuadernos de poemas que dibujaba y les hacían ilustraciones a esos poemas. La abuela Margot tenía gusto por la poesía, pero además ella es la prima hermana de Gabriel García Márquez, quien la llamaba “La memoria de la estirpe” y cuya correspondencia hace parte de los archivos que reposan en Harry Ramson, en Estados Unidos. Allí la abuela le contaba relatos familiares, historias secretas de la familia, de los tíos, de los primos en común, y todo eso llevó a que por supuesto tuviéramos muy cerca la literatura. Además, mi papá es poeta, novelista, de los escritores de la llamada "Generación sin nombre". Entonces yo crecí rodeado de muchísimos escritores amigos, siempre bajo esa luz hospitalaria de mi abuela, y creo que directamente ella es la responsable de este amor por la literatura.
ENS: ¿Por qué le puso "Grietas de la luz" a este libro?
FDG: Tuve muchas opciones de títulos, dos de los cuales terminaron siendo títulos de capítulos. Tenía "Una larga despedida", porque es una manera en que uno ve cómo se desdibuja la identidad poco a poco, y el otro título era "La última orfandad", porque creo que al perder las palabras y al perder la lengua-abuela, de alguna manera estamos explorando y experimentando una forma de orfandad. Aunque lo último que se pierde son las palabras, en el caso de mi abuela fueron las palabras de las poesías, de las canciones, y eso para mí fue muy emocionante, entonces en medio de esas grietas, quise reconstruir y recoger esos pedazos y darles una voz, una presencia, y de alguna manera hacer que a través de esas grietas entrara una rendija de luz, o sea que en medio del deterioro hay luz. Pero, además, el título me lo termina regalando Taylor Swift con una canción que se llama "Evermore", la cual dice que en las grietas de la luz podemos hacer una pausa, como lo decían los poemas del libro.
ENS: ¿Cómo logra tejer ese lenguaje poético tan innato y plasmarlo en una realidad de sus antepasados?
FDG: Es parte de la vida diaria, es como la poesía que intento escribir, que se nutre de esas palabras cotidianas que habían perdido las abuelas, para que no se quedaran en el olvido, sino que volvieran a tener un sentido, un significado y una forma a través de la poesía. Entonces, era más bien traer al lenguaje poético la conversación, traer un poco esa cotidianidad, es el lenguaje de la cocina, de los comedores, de las salas, de las alcobas, volver a darles un espacio donde seguramente iban a tener su propia belleza.
ENS: Más allá del gusto por los libros y la poesía, ¿cuáles fueron las cualidades que usted heredó de sus abuelas?
FDG: Creo que la generosidad de ambas, eran mujeres muy hospitalarias. Les debo a ellas que soy una persona muy desprendida de las cosas, también de ellas me quedó la formación sentimental, porque veía con ellas todas las telenovelas venezolanas y mexicanas, que eran las que se imponían y que marcaban la audiencia en los años 80. Creo que a ello debo la formación sentimental de seguir creyendo en el amor.
ENS: ¿Tiene miedo de perder la memoria, como pasó con sus abuelas o con otros escritores de renombre, como García Márquez?
FDG: Tengo pavor de perder la memoria. Creo que de los pocos activos que yo puedo declarar es la memoria y me gusta cuando me elogian y me dicen que soy el cronista de nuestra generación. Gracias a la buena memoria pude aprenderme los poemas desde muy niño y no solo eso, sino las canciones, tantos parlamentos de películas, de las telenovelas y las series de televisión; todo eso hizo que la memoria se cultivara desde la infancia y me da terror de que todo eso se vaya.
ENS: ¿Por qué al perder la memoria se pierde la identidad?
FDG: Lo primero que se desdibuja es la identidad, nuestra manera de estar en el mundo; perdemos las palabras, que son nuestra moneda de cambio en el mundo; se nos pierde todo aquello que nos dio un rostro, unos gestos, y me muero de terror de que eso pase.
ENS: ¿Qué lecturas le recomienda a la nueva generación de escritores?
FDG: Creo que hay que leer primero las tradiciones de cada país, saber de sus culturas, orígenes, y más ahora que estamos en un mundo más globalizado y que las tradiciones se pueden mezclar perfectamente. Hay que conocer la tradición de cada uno, de dónde venimos los poetas, las narradoras, cómo son los grandes mitos que nos fundaron como pueblo, hay que volver a nuestros mitos, a nuestras leyendas; saber más de nuestros poetas maravillosos, a quienes les debemos tanto porque de alguna forma modificaron nuestra manera de hablar. Ahora, con el centenario de "La vorágine", y con "Cien años de soledad", podemos entendernos como nación.