Los índices de lectura en Hispanoamérica siempre han sido una preocupación, más ahora con tantos cambios en los hábitos de los lectores e innovaciones en los formatos.
Un panorama general: en Colombia, del 2019 al 2022 hubo un aumento en el promedio de lectura anual, alcanzando 2,7 de títulos por persona. En México para 2022 el promedio fue de 3,9, con mayor audiencia entre los 18 y los 24 años. Y en España, un escenario siempre importante para el libro, el índice de lectura ha crecido 5,7 puntos, especialmente entre los adolescentes.
Desde 2010, con Amazon y Kindle, la lectura digital conquistó gran parte del mercado. Para el 2020, el consumo de plataformas digitales aumentó un 145% en España, mientras en Latinoamérica se populariza cada vez más, con Argentina a la cabeza seguida de México y Colombia, según el ranquin de consumo de ebooks anuales.
¿En dónde quedan, entonces, los oscuros pronósticos de la lectura si esta aún parece relevante para las audiencias? Quizás su presencia en nuevos formatos y la necesidad de reinventarse sea la respuesta que buscamos.
Los formatos digitales ofrecen ventajas que se amoldan al estilo de vida actual. Más portabilidad, mayor capacidad de almacenamiento, amplio catálogo de contenidos a precios relativamente bajos y beneficios de usabilidad como aumento de tamaño de letra y luz para lectura nocturna, entre otras.
Estos tienen “la capacidad de adaptación al usuario en un tiempo mínimo”, afirma Quique López Solbes, director del Máster en Diseño Editorial y Publicaciones Digitales de la Escuela Superior de Diseño de Barcelona Esdesign.
“La industria debería entender y aceptar el cambio y, en base a ello, ser capaz de posicionarse como una opción más para complementar aquello que en el momento dado sea prioritario”, explica Quique López, poniendo como ejemplo el cine y su adaptabilidad a los nuevos formatos domésticos que ya alcanzan unos niveles de producción y calidad asombrosos.
¿Y el libro dónde queda?
Destacar las ventajas de lo digital no implica desconocer los beneficios del formato impreso. “El libro físico tiene un valor de objeto -fetichista digamos- que nunca tendrá el producto digital: el papel, la lectura tradicional mediante el pasar páginas, el tacto, el olor incluso. Asociamos tranquilidad, reposo, descanso, periodos vacacionales, de desconexión, pureza, un sinfín de momentos vividos, al hecho de leer un libro físico. Hay muchos valores añadidos a la lectura del libro físico que creo que aún le dan un sentimentalismo difícil de superar”, señala el experto.
No obstante, aunque el libro impreso tiene condiciones para permanecer, también se debe aceptar el nuevo rol que la lectura juega en los tiempos presentes y futuros, más como complemento que como eje primordial de la comunicación.
“Con o sin formatos digitales, la lectura decrecerá”, afirma Quique López. “Se está dando un cambio de costumbres y formas en las que consumimos ocio. Ha pasado con el cine, pasa con la televisión programada y pasará con la lectura, sea o no digital. Simplemente, la lectura dará paso a una lectura ampliada, a otra modalidad que, posiblemente, sea la suma de lo que ahora conocemos como lectura y otras formas de ocio que empiezan a ser las de consumo mayoritario”.
Y es ahí donde el diseño editorial debe encontrar la manera de sacar el máximo provecho a los cientos de recursos que ofrece la virtualidad. No se trata solo de pasar lo impreso a PDF, sino de encontrar caminos para enriquecer lo que el papel ya hace bien.
Sumar, no duplicar -que no es lo mismo, aunque lo parezca- es la consigna que define el complemento que ofrecen las plataformas digitales a los formatos tradicionales, donde la experiencia de lectura se expande, sacando provecho de nuevos recursos que los medios modernos ofrecen.