Luis Ospina, gestor y guardián del patrimonio audiovisual | El Nuevo Siglo
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Sábado, 28 de Septiembre de 2019

EL HUMOR negro, la risa y el alto contenido crítico fueron el ADN con el que Luis Ospina dio rienda a su creatividad cinematográfica, hace más de medio siglo, logrando no sólo retratar en sus historias la sociedad colombiana sino dando impulso a un naciente y tímido talento a la lente nacional de la pantalla grande.

Iniciaba la segunda mitad del siglo XX, tiempo de auge del cine hollywoodense que poco tardó en llegar a Colombia para impresionar a todo aquel aficionado al cine por historias nunca antes vistas y tramas poco contadas. Uno de los sorprendidos y entusiasmados con ella fue el Luis Ospina, quien ayudado por los home movies que filmaba su padre y la asistencia dominical, casi religiosa, a una función de cine, creó una frenética pasión por el séptimo arte. 

Este temprano acercamiento al cine fue el motor para que con tan solo 14 años, en 1964, filmara el que sería su primer cortometraje que sin embargo nunca vio la luz pública: Vía cerrada. Años más tarde se graduó de bachiller y se fue a California para estudiar a profundidad ese “quehacer” que, en sus palabras, siempre estuvo en su corazón.

Corría la década de los 70 y se vivían años de rebeldía y revolución en los que los jóvenes sentían en sus manos el poder para cambiar el mundo. A ellos se sumó Ospina, quién durante su periodo de estudios participó en movimientos estudiantiles marxistas y anarquistas, realizando películas militantes en la escuela de cine de UCLA.

Aquellas ideas sirvieron de inspiración para crear el Grupo de Cali, también conocido como ‘Caliwood’, un colectivo al que se le unieron Carlos Mayolo, Andrés Caicedo, Ramiro Arbeláez y otros fervientes cinéfilos que, en los años 70 y 80, lograron producir obras cinematográficas cuyo propósito central era develar la imagen escondida y olvidada de la capital del Valle del Cauca. Así hicieron de ese arte su refugio en un mundo hostil.

Fue así como la ciudad, la memoria y la muerte se convirtieron en los tres temas que obsesionaron a Ospina durante toda su carrera, y que fueron el punto de partida para realizar su primer documental de largometraje Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos, en 1986. Y aunque el cineasta realizó exitosas obras de ficción como Pura sangre (1982), producto de las leyendas populares dentro de Cali, y Soplo de vida (1999), siempre encontró en los documentales un estado de gracia que no le daba otro género del cine.

Esto lo llevó a realizar una treintena de ellos, además de cortometrajes entre los que también destacan Agarrando Pueblo (1978) donde critica el concepto que él y Mayolo catalogaron como ‘pornomiseria’, un término que emergió del abuso de las condiciones de subdesarrollo y marginalidad de los países latinoamericanos como excusa para llamar la atención de un público extranjero. Y de la misma forma, Ojo y Vista: Peligra la vida del artista, realizado diez años más tarde y en el que hace un reencuentro con un artista callejero caleño a través de un formato de conversación, donde se aborda la memoria desde la percepción de lo cotidiano del personaje.

Ese deseo de Ospina por retratar el contexto social colombiano fue llevado más allá del formato audiovisual, por lo que desarrolló la crónica cinematográfica en revistas como El Malpensante, Ojo al cine, Kinetoscopio, Número y Cinemateca. Además, publicó en 2007 una antología de sus escritos de cine titulada Palabras al viento, Mis sobras completas, y en 2015 realizó Todo comenzó por el fin, un relato retrospectivo y reflexivo de sus amigos, los rebeldes de Caliwood que ya habían partido.

Esta película se convirtió en el relato de un sobreviviente, pues en medio del rodaje Ospina fue diagnosticado con un cáncer puso cara a cara con la muerte,  pero que también lo impulsó a poner todas sus fuerzas en ese autorretrato con el que buscaba robarle al tiempo y al destino un instante para el futuro.

La cámara de la vida de Ospina se apagó el pasado viernes. El cine nacional despidió a uno de sus más vehementes creativos y sin duda una leyenda. De sus 70 años cumplidos dedicó más de medio siglo a volver “acción” lo que recreaba en su cabeza y esa perfecta dedicación a este arte la explicó, tiempo atrás, en un texto que reza:

¿Por qué hago cine?

Porque soy muy nervioso para robar,

Porque detrás de la cámara oculto mi timidez. Hago cine por terquedad,

Por la persistencia de la visión.

El cine es una fijación De emociones en emulsiones. El cine es una revelación De lo negativo a lo positivo.

Para hacer cine hay que tener fe. En el cine, fe es creer en lo que no se ha revelado.

El cine es un misterio gozoso, es la alquimia, la bolsa negra.

Es el oficio de tinieblas del siglo XX. Para hacer cine hay que tener vocación Porque produce hábito.

El cine es creación y re-creación.