“Más piel…más Wang” | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Viernes, 28 de Septiembre de 2018
Emilio Sanmiguel

Por supuesto que estoy parodiando uno de los “slogans” de la W de Julio Sánchez Cristo y sus muchachos, pero fue inevitable.

Tocó en el Mayor la mundialmente famosa Yuja Wang, Fue su segunda presentación allí. La primera, en 2016, fue con la Simón Bolívar y Dudamel, en la parte del piano de la Sinfonía Turangalila der Messiaen.

Dos mujeres brillaron por su ausencia: Florence Thomas y Pilar Castaño. Madame Thomas para saber si, desde el feminismo tanta piel en escena es el empoderamiento de la mujer de su propio cuerpo o algo absolutamente innecesario. Pilar, como experta en moda, para dilucidar si los espectaculares modelos de la diva, en azul petróleo, escote generosísimo y abertura al frente para la primera parte, y dorado para la segunda, igualmente generoso el escote y minifalda palabra de honor, con altísimos stilettos de Louboutin son lo adecuado para la sala de conciertos. Líbreme Dios de sonar puritano, si el público estaba fascinado con la belleza de la diva y su provocadora presencia.

Yuja Wang (Pekín, 1987) es, de las pianistas virtuosas, la que acapara más atención y titulares de la prensa. Necio sería negar que es una de las mejor preparadas y su técnica es deslumbrante: no decepcionó al auditorio del Mayor, casi con el lleno hasta la bandera.

Los virtuosos son herederos directos de Niccolò Paganini, el violinista italiano que a principios del siglo XIX cambió la manera de entender la música, haciendo de su destreza un vehículo de expresión tan espectacular que hasta se dijo entonces que para conseguirlo le vendió el alma al diablo. Cuando el muy joven Franz Liszt lo oyó, se juró a si mismo que haría en el piano exactamente lo mismo; lo logró y con creces, hasta inventó lo que entonces era inimaginable: el recital, una velada donde él era la única estrella.

Desde entonces  hay dos tendencias, la de quienes creen que de la música no se debe hacer un espectáculo de pirotecnia en el que los contenidos profundos se sacrifiquen en aras del virtuosismo y la de quienes disfrutan el placer de la seducción de ver seres humanos que hacen cosas sobrehumanas. Entre los primeros se cuentan figuras históricas, como Clara Schumann, en el pasado reciente Gleen Gould y hoy en día Piotr Anderszewski o Martha Argerich.. La constelación de los virtuosos la debe encabezar Lang Lang  o Yuja Wang.

Claro, hay los que se permiten navegar en las dos aguas, como Sviatoslav Richter o Vladimir Horowitz en el pasado, o en los tiempos que corren, un monstruo como Daniil Trifonov.

Wang, al menos en este momento deslumbrante de su carrera, es de la estirpe de los virtuosos, aunque enfrenta obras del repertorio de los primeros: Kreisleriana de Schumann, la Hammerklavier de Beethoven; en un par de meses se le medirá al Concierto nº 2 de Brahms.

Así fue su recital del jueves, un vehículo para deslumbrar, y de qué manera. En la primera parte, la «en azul petróleo», abrió con Rachmaninov: Preludio en Sol menor op. 23 nº 5, el Vocalise en la trascripción de Koczis, y el Estudio-retrato, op. 39 nº5, añadió, fuera de programa, la transcripción de Pletnev de la Danza de los pequeños cisnes» del «Lago» de Tchaikovsky: deslumbrante, los «pianissimi que arrancaba del piano no parecían cosa de este mundo, fraseó de una manera personal e impecable, el dominio de las «voces» era cosa casi sobrenatural.

Sin embargo, en la obra que cerró la primera parte, la Sonata nº3 en Si menor, op. 58 de Chopin, las cosas no anduvieron ya sobre ruedas; porque sí, estaba esa misma técnica avasallante, pero, la obra tiene otro tipo de exigencia y no podía quedarse estancada en la belleza del sonido o en esos crescendos tan fabulosos, porque su interpretación fue fría, muy lejos de la profundidad de la música  -de las « 3 Sonatas» de Chopin debe ser la más articulada- y el tercer movimiento, largo, fue a lo sumo recorrido, pero sin esa tensión dramática que no se puede eludir.

Para la segunda parte, la en dorado, la Sonata de la guerra en la mayor, op. 82 de Prokofiev, gran vehículo para el virtuosismo inclemente de la diva, con momentos esplendorosos, como el Allegretto que tocó con la fluidez de una gran artista, pero, no todo anduvo en la misma tónica, el Vals lentissimo fue menos logrado y el Vivace final careció de esa cosa punzante tan característica de la mordacidad del compositor. Pero, fue una exhibición de técnica de altísimo vuelo, así quedara flotando en el aire que Wang no tiene la obra lo suficientemente interiorizada y por eso la partitura sobre el atril del piano.

Los bises, pues más de lo mismo: virtuosismo en la misma tónica. El cuarto y último fue la tan socorrida parodia de Volodos sobre el Rondo alla turca de Mozart, virtuosismo de alto bordo al servicio de una caricatura musical que demanda humor del intérprete, pero no fue el caso.

El caso, sí, es que el público deliró de placer… pero, qué público, que hasta aplaudió entre movimientos en la Sonata de Chopin…