Náfer Durán: el hacedor de melodías arribó a 91 años | El Nuevo Siglo
“Naferito” Durán Díaz aspira a llegar a 100 años acompañado de su esposa, hijos, nietos, paisanos y seguidores. /Foto: Fundación Festival de la Leyenda vallenata
Miércoles, 27 de Diciembre de 2023
Redacción Cultura

RECIENTEMENTE NÁFER Santiago Durán Díaz arribó a los 91 años y los celebró rodeado de su familia. “Quién iba a pensar que pude llegar a esta cantidad de años, y aunque no sigo siendo el mismo, las fuerzas no me abandonan. Sigo metido en ese mundo del folclor y aplaudo a Dios por ese regalo de años”, le dice el Rey del tono menor a Juan Rincón Vanegas, de la Fundación Festival de la Leyenda vallenata, quien tuvo la oportunidad de conversar con el maestro.

Elegido Rey del Festival en 1976 nació en El Paso (Cesar), el 26 de diciembre de 1932. Es considerado como el mejor intérprete que tiene la música vallenata. Al igual que su hermano, Alejandro Durán Díaz, es de extracción campesina y su talento, además de arte musical, proviene de su humildad y el trabajo diario en las grandes haciendas donde trabajaba.

A su edad, todavía toca el acordeón, canta, compone, relata infinidad de anécdotas que lo hacen reír, llorar y añorar ese lejano ayer que no ha perdido vigencia en su memoria.

El juglar del vallenato se caracteriza por mantener y preservar un estilo limpio y alejado de los vicios comerciales. Fue el primer acompañante que llevó a Diomedes Díaz a la grabación musical. En su obra musical se destacan temas de mucha importancia: "Sin Ti", "El Deo Chiquito", "Mi Patria Chica", "Déjala Vení" y "Ariguaní", entre otros.

Motivos para vivir

De acuerdo con Rincón Vanegas, “Naferito”, como le dicen cariñosamente, decidió regresar a su pueblo desde muy joven, antes vivió 20 años en Valledupar, siendo el único objetivo de gozar de la mayor tranquilidad, meditar en Dios que es su amparo y fortaleza y hasta cantarle alabanzas. Atrás quedaron esas corredurías que lo hicieron famoso donde calcó hasta en su alma el amor que fue motivo de canciones hasta contar que su mujer le tenía un rezo.

 

Ahora, este gran hacedor de melodías camina tranquilo por las calles de su pueblo, entabla conversaciones sobre diversos temas, especialmente refiere que hace un año y dos meses lleva en su corazón un marcapasos. “Este aparatico me ha salido bueno, porque me mejoró mi calidad de vida”, relató.

“Me he convencido que es mejor con los pitos y los bajos alabar al Rey de Reyes que todo lo puede. Sin él nada es imposible. Estoy muy convencido de eso. Tenemos que ponernos en las manos de Dios”, asevera el maestro.

Juana Díaz

Náfer edificó en su corazón una columna de sentimientos que lo transportó a su acordeón, para darle la mejor salida a su pensamiento. Esa fue la fórmula para sentir que la vida tenía mayor sentido: “Lo mejor en mi vida es haber sido hijo de Juana Díaz, esa mamá que no tenía límites y contaba con una fuerza inquebrantable”. Varias lágrimas corrieron en su rostro porque una madre es la mejor obra maestra de Dios.

En su pueblo todos saben que “Naferito” es noble, dicharachero y amiguero. Su humildad traspasa la barrera de su humanidad y cuando habla expresa lo que siente. No se guarda nada y eso le permite ser sincero en sus conceptos. Así de esta manera es el hombre que siente la música vallenata, esa que conoció desde que abrió sus ojos y escuchó a su padre Náfer Donato tocar el acordeón, y a su madre Juana interpretar cantos de tambora.

En su tierra, El Paso, se quedó recordando sus gestas musicales, sonriendo por largo rato y dándole gracias a Dios por un año más de vida. Él, ha sido ese hombre que siempre se ha visto con el acordeón que le parece un juguete. Ese mismo al que le ha sacado el más grande jugo de notas para exaltar ese folclor que escuchó antes de tomarse el primer tetero.

Como en el libro, “Cien años de soledad”, denominado un vallenato de 350 páginas, Naferito Durán Díaz con la voluntad de Dios, como señala, aspira a llegar a 100 años, pero no de soledad, sino acompañado de su esposa, hijos, nietos, paisanos y seguidores, para seguir dando testimonio de ese realismo mágico donde representa a un gitano errante, quien con su acordeón al pecho iba cantando por los caminos de la geografía costeña, que sin ella no podía estar porque su corazón se desesperaba.