Noches de ballet | El Nuevo Siglo
Sábado, 20 de Diciembre de 2014

Por Emilio Sanmiguel    

Especial para El Nuevo Siglo

Cuand  se escriba la historia de la danza en Colombia –si es que algún día eso llega a ocurrir- el nombre de Ana Consuelo Gómez será uno de los pocos que irá en letras mayúsculas.

Porque a la danza, especialmente a la danza académica, le ha dedicado toda su vida: la ha practicado, la ha enseñado y sobretodo no ha escatimado ningún esfuerzo para divulgarla.

Por décadas la presentación anual de su Academia Anna Pavlova ha sido uno de los imperdibles de la actividad musical del final de año en Bogotá. El Teatro Colón fue el espacio natural para esas presentaciones, por varias razones. Fue el escenario que vio su primera presentación cuando ella era apenas una niña, luego sus actuaciones profesionales cuando regresó al país tras completar su formación profesional en París, más tarde allí ocurrían las actuaciones de la compañía que ella fundó, el Ballet clásico colombiano, y finalmente las de su Academia.

Cuando cerraron el viejo Colón, para adelantar la construcción del Nuevo Teatro, la Academia trasladó sus actuaciones al Teatro de Bellas Artes en el noroccidente de la ciudad. El Nuevo Colón, todo parece indicar, no está interesado en servir de marco para la presentación de espectáculos que en el pasado eran su tradición; no hay duda: teatro nuevo, programación nueva. Así de sencillo.

Todo para indicar que las presentaciones 2014 del Ballet Ana Pavlova ocurrieron entre el 12 y el 14 de diciembre en el Bellas Artes, las del viernes 12 y sábado 13 a las 8:00 de la noche, la del domingo 14, a la que hace referencia esta crónica, a las 5:00 de la tarde de poeta.

Empiezo por decir que estas actuaciones son el más fiel reflejo de las preocupaciones que han acompañado la carrera de Ana Consuelo, que son preocupaciones de todo orden.

Por un lado está la de divulgar el ballet clásico que es la esencia misma de la Academia Anna Pavlova; por el otro el interés de que esa técnica se convierta en una realidad escénica, que es el objetivo del denominado Ballet Anna Pavlova.

Pero es que además queda el infinito espectro de las diversas manifestaciones de la danza, moderna, experimental, o como quiera llamársela, para lo cual Ana creó un grupo que ella denominó Danza Experimental de Bogotá.

Así, pues, lo visto este fin de semana fue justamente la fusión de esas manifestaciones, la Academia Pavlova, su Ballet y Danza Experimental de Bogotá.

 

Para el grupo de Danza Experimental fueron las coreografías que enmarcaron las presentaciones: Nueva Orleans Cabaret París fue el acercamiento personal de la coreógrafa al mundo de las grandes estrellas de los años dorados del cine; en el marco del interior del cabaret desfilan, una tras otra las grandes estrellas, en una especie de suite de danzas en nueve partes, con el fondo de canciones populares de la canción francesa y norteamericana.

Complementando la primera parte del espectáculo, su reinterpretación de uno de los grandes clásicos del repertorio coreográfico francés de la segunda mitad del siglo XIX: Coppélia de Arthur Saint León con la gloriosa música de Leo Delibes; una prueba de ingenio y síntesis, que una vez más puso en evidencia la experiencia y la habilidad de la coreógrafa para poner en relieve las condiciones de los bailarines de su academia, muy, pero muy especialmente las de María Canela Perea, a quien se encomendó en rol protagónico de Swanhilda: graciosa, versátil en la resolución de combinaciones y evoluciones de movimiento y una notable resistencia física.

Abrió la segunda parte con otro clásico: el acto II del lago de los Cisnes, coreografía de leb Ivanov en reinterpretación de Ana Consuelo y, como es de esperarse, con la inmortal música de Tchaikovsky. Impecable desempeño del Corps de Ballet de la compañía, notable disciplina, no hay duda, y un momento donde el trabajo de la coreógrafa se vio ampliamente recompensado: el popular y exigentes Pas de Quatre de los pequeños cisnes, que simplemente tiene que desarrollarse con la precisión de un mecanismo de relojería, pero también con musicalidad, como efectivamente ocurrió la tarde del domingo.

Ya para cerrar, como decía al inicio de esta crónica, nuevamente Danza experimental de Bogotá con otra coreografía de Ana Consuelo: Amor y muerte en Berlín, que utiliza como fondo musical la Obertura-Fantasía de Romeo y Julieta de Tchaikovski con sonidos de guerra, creación ambientada en plena II Guerra mundial y con la propuesta dramática de las relaciones imposibles entre judíos y nazis.

Termino con un dato que no hay que pasar por alto: la recepción del público, porque el aforo del teatro prácticamente se agotó, con un público abiertamente entusiasta y pendiente hasta del último detalle de lo que ocurría en la escena.