¿Regresará la vida musical a la normalidad? | El Nuevo Siglo
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Lunes, 6 de Abril de 2020
Emilio Sanmiguel

Para bien o para mal, cuando termine la crisis, y vaya a saberse cuándo vaya a terminar la pesadilla, la música, o mejor, el medio musical, será uno de los más seriamente golpeados.

En lo internacional, sólo el caso de Alemania pone los pelos de punta. Allá la cultura mueve billones de euros y es la fuente de subsistencia de cerca de un 1’700.000 personas.

Para tener una idea, en Múnich, la capital del estado bávaro, entre teatros y auditorios hay 43. Empezando por el Nacional, que debe ser uno de los diez más prestigiosos del mundo o el de Cuvilliés en el Palacio de la Residencia que es una joya de la arquitectura rococó de Europa

Sin ir más lejos, la mayor parte de las ciudades alemanas, grandes como Berlín, o pequeñas como Bonn, cuenta con teatro de ópera y programación estable. Muchos con orquesta y coro de planta, compañía de ballet, talleres de vestuario y escenografía, elenco estable, personal administrativo y de tramoya. Es decir, que el asunto no será tan sencillo como poner en tela de juicio la pertinencia o no del rol que la vida musical va a jugar en el incierto futuro: la ópera y la música “clásica” son una fuente de empleo para miles de alemanes y con eso habrá qué lidiar.

En Francia las cosas tampoco van a ser tan sencillas, por ejemplo con los más de 200 festivales de música del verano que ya fueron cancelados.

España, Austria, Inglaterra, Italia, Bélgica, los países del este, toda la vida musical de Europa tendrá que enfrentar una disyuntiva similar.

En todo caso la crisis tendrá que generar una profunda reflexión con esa carrera desbocada del mundo musical. Ya de por sí fue escandaloso que en la Scala de Milán el costo de una localidad en la luneta alcanzara los €2.500. Prueba del daño que el Star System ha causado en el mundo de la música y que pesa sobre ella como una espada de Damocles. Los honorarios de algunos cantantes hoy en día habrían hecho palidecer de envidia a divos y divas como Giudita Pasta, Giovanni Battista Rubini, la Malibrán o Adelina Patti en el siglo XIX, o a Enrico Caruso, Birgit Nilsson, Luciano Pavarotti o María Callas en el XX.

Carrera desenfrenada que le permitió, por ejemplo, a Plácido Domingo saquear, porque esa es la palabra, las finanzas de los grandes teatros del mundo, ya en el declive de su extraordinaria carrera, al auto lanzarse como director de orquesta primero y como barítono más tarde. Será tal la influencia del Star-System que la Ópera de Viena no tuvo el menor temor al ridículo, hace apenas un par de meses, de propinarle tal ovación que pasó de inmediato al Libro Ginness de los records. Para su mala suerte el paripé se esfumó como burbuja de jabón cuando se conoció el andamiaje de abusos y acosos sexuales del “barítono” en compañías de ópera donde su poder era ilimitado; entonces los mismos que le ovacionaban le dieron la espalda. En un último intento de recobrar su estatus, el otrora grandísimo artista intentó subirse al “tren de la pandemia”, pero ya, ni el planeta, ni el mundo musical estaban de humor para semejante astracanada.

El Star-System seguramente saldrá mal parado de esta pesadilla. La plaga de directores de escena que aborrecen, o no entienden la ópera con sus absurdas y millonarias “puestas en escena” tendrá que emigrar con sus bártulos a otros parajes, aunque difícilmente el virus logrará erradicar el esnobismo de este mundo.

Muy pocos, pero muy pocos de los divos y divas del planeta valen lo que cobran; hay un abismo entre esa muy buena soprano que es Anna Netrebko y un leyenda como la Callas, pero Netrebko cobra más duro que “La divina”. Entre los tenores de hoy, sólo es verdaderamente grande Jonas Kaufmann, los demás son tenores a secas.

En el mundo del piano hay artistas y virtuosos: Martha Argerich, María João Pires, Piotr Anderzsewsky y Daniil Trifonov son de los primeros, pero para qué mentirnos, Lang Lang y Yuja Wang son sólo dedos.

En Colombia ya veremos qué ocurrirá en el medio musical.

Aquí las cosas son como son. Ningún teatro tiene orquesta y muchísimo menos coro estable. Ni siquiera ha habido compañía de ópera: se “montan” óperas, a veces bien, a veces mal, pero realmente no hay un andamiaje permanente de producción. Menos aún ballet. Nunca lo ha habido

Ahora, para bien, hay que reconocer que jamás ha habido un “Star-System” criollo. Aquí los artistas la han tenido difícil y, salvo de pronto una excepción en el pasado, ninguno ha abusado. Algunos de ellos hasta han sido víctimas del “sistema”, pero si han hecho lo que han hecho, ha sido por su esfuerzo,  dedicación y talento. Sobre la carrera de figuras como Blanca Uribe, Carlos Villa, Marina Tafur, Carmiña Gallo o Teresa Gómez nadie puede tender sospecha. Tampoco sobre Valeriano Lanchas o Juanita Lascarro y menos sobre Santiago Cañón.

Orquestas como la Filarmónica de Bogotá sistemáticamente han rehuido, eso es bueno,  la tentación de caer en las trampas del “Star-System”. Las pocas orquestas de fuera de Bogotá, seguramente, tendrán que reinventarse si quieren sobrevivir a la crisis.

Quedan los teatros cuya suerte, después de la pesadilla, van a ser difícil. Porque si bien es cierto, en Europa hay un andamiaje, socio-económico y cultural, basado en la tradición y el entendimiento de que la cultura no es un juego, aquí se la ve como algo superfluo, que a duras penas alcanza el estatus de entretenimiento.

El Colón tiene detrás la maquinaria estatal del Ministerio de Cultura y la Sala Luis Ángel Arango la del Banco de la República. Con el Mayor ya se verá, porque si bien es cierto ha sido el encargado de quitarle ese tufillo provinciano  a Bogotá, también lo es que su financiación, como venía ocurriendo hasta hace apenas un par de meses, dependerá en buena parte del mecenazgo, y vaya a saberse qué depare el futuro en este aspecto. El Municipal, para bien o para mal, muy grande y con mucha capacidad de espectadores, para qué mentirnos, no es una pieza decisiva en la vida musical de Bogotá.

Con teatros de fuera de Bogotá, como el Pablo Tobón Uribe y el Metropolitano en Medellín o la Sala Beethoven y el Municipal en Cali, o las orquestas de esas mismas ciudades, como están a cientos de kilómetros del Ministerio de Cultura en el Palacio Echeverry, vaya a saberse.

En todo caso, no hay mal que dure cien años, dicen los optimistas; hasta la “Peste negra” de siglo XIV, que de las pandemias fue la más devastadora de todas, tuvo su final.

Las cosas intentarán volver a la normalidad, si es que eso es posible.

¿Regresará la música a la normalidad, aquí en Colombia?

Toda una incógnita.