Relación entre Weick y Schumann fue una verdadera novela | El Nuevo Siglo
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Domingo, 19 de Julio de 2020
Emilio Sanmiguel

El Carnaval op. 9 de Robert Schumann, en popularidad le pisa los talones al Concierto para piano en La menor. Es casi una obra obligada del repertorio que si se resuelve bien, asegura un triunfo al pianista.

Obra de misteriosa unidad alrededor de cuatro notas, Mi bemol, Do, Si natural, La; en notación alemana ASCH, la ciudad de Ernestine von Fricken, de quien el joven de 24 años, estaba enamorado: eran alumnos de piano de Friedrich Wieck.

Schumann, nacido en Zwickau el 8 de junio de 1810, llegó a Leipzig a estudiar derecho, pero contrariando a su madre, fue abandonando sus estudios en favor de la música, que, con el apoyo de su padre, que había muerto cuando tenía 16 años, practicaba desde niño.

El Carnaval son 21 piezas, tan breves que algunas ni siquiera llegan al minuto. Sólo la última, Marcha de la liga de David contra los filisteos dura algo menos de cuatro. Todas tienen título, la quinta, Eusebius, y la sexta, Florestan, son el autorretrato de su inestable personalidad: Eusebius es el Schumann melancólico, Florestan el exaltado. Entre músicos y personajes de la Commedia dell’arte, el duodécimo fragmento se titula Chiarina.

Chiarina, Clara Wieck, de 15 años, hija de su maestro.

El encuentro con los Wieck

Schumann los conoció en el salón de sus amigos los Carus, tan prestigioso que hasta era frecuentado por Heinrich Marchsner, hoy en día casi desconocido, pero uno de los creadores de la ópera romántica alemana.

Wieck gozaba de un enorme prestigio que fundaba en su máxima creación: su propia hija. Se había casado en 1816 con una de sus alumnas, Marianne Tromlitz, tuvieron cinco hijos, se divorciaron en 1825, ella se casó con otro profesor de piano y se radicó en Berlín.

De los hijos, Clara, la segunda, nacida en 1919, fue la que mostró talento excepcional para la música: repetía melodías completas antes de haber aprendido a hablar.

Al igual que el padre de Mozart, Wieck resolvió que haría de ella una niña prodigio. Además del piano, la hizo estudiar violín, teoría de la música, orquestación, composición, contrapunto, artes, inglés, francés, latín, algo absolutamente inusual para una mujer, es probable que fuera una de las niñas más instruidas de Europa.

Wieck no era propiamente un pintado en la pared. Muy ligado a la intensa vida musical de Leipzig -ciudad de Bach, de la Gewandhaus, también de Mendelssohn- visitaba Viena con frecuencia para surtir de pianos su negocio, había conocido a Beethoven y mantenía una cierta amistad con Carl Czerny.

Entre sus actividades, claro, estaban las giras de conciertos de la niña. En abril de 1832 para el debut parisino no hubo mucho público por la epidemia de cólera que azotaba Europa… una pandemia.

Como empresario era muy eficiente, cobraba duro y sabía invertir las ganancias, en su propio negocio y en acciones.

Al contrario de la mayor parte de los maestros de la época, pensaba que el virtuosismo no era un fin en sí mismo. Propugnaba el arte como expresión y no como destreza y su hija estaba convencida de lo mismo.

Cuando ocurrió en encuentro con Schumann, Clara daba ya muestras de una independencia personal y musical que empezaba a preocupar al padre.

Principio y fin de una carrera como pianista

A pesar de que Schumann no había recibido una formación musical seria, y a duras penas era un buen aficionado, es probable que Wieck haya visto la chispa del genio. No sólo lo aceptó sino que se encargó, personalmente, de convencer a su madre de que haría de ese mal estudiante de leyes un virtuoso, brillante y rico. Lo de rico convenció a la señora, que consideraba la profesión de músico casi una vergüenza. El muchacho se trasladó a vivir a casa de su maestro.

Así tomó partido por una de sus dos grandes obsesiones; desde siempre se había debatido entre la literatura y la música. Optó por ella, pero jamás hizo de lado la literatura, que subyace en toda su obra.

Con preocupantes antecedentes familiares de desequilibrio mental, se dedicó al piano de forma malsana. Quería en pocos meses conseguir lo que a otros les toma años. Para lograr la independencia de los dedos -requisito para hacer del piano una profesión- se fabricó un artilugio que le garantizaría la independencia del cuarto, el anular, el más rebelde; en lugar de conseguirlo lo fracturó y arruinó su mano para siempre. Así echó por la borda los planes de convertirse en pianista profesional y se dedicó a la composición.

Un romance complicado

Clara era artista, rebelde y el yugo dominante del padre debía tenerla desesperada. Había dado muestras de independencia sosteniendo, por ejemplo, un romance con Carl Bank, que era compositor y maestro de canto. El contacto diario con Robert terminó en un beso apasionado en la escalera de la casa y el flirteo terminó en romance. Wieck se percató de lo que ocurría y Schumann pasó a convertirse en su peor enemigo, en el advenedizo que iba a arruinar sus planes, cuando ya la muchacha estaba en la élite de los grandes pianistas de Europa.

No estaba dispuesto a permitir que un músico sin futuro le arrebatara su máxima creación, un compositor que daba permanentes muestras de inestabilidad.

Paradójicamente Schumann empezaba a abrirse camino con su música que hacía realidad eso en lo que, íntimamente creía Wieck y que estaba a años luz del vacío virtuosismo, entonces en boga.

En medio del conflicto entre el deber y sus sentimientos, inteligente como era, Clara se sabía transfigurada por la música de su pretendiente y empezaba a convertirse en su primera divulgadora.

Wieck desesperado anunció que lo mataría. Lo pensó mejor y desistió. Prefirió mejor urdir una trama de desprestigio a punta de afirmaciones calumniosas.

Trató por todos los medios de hacerla entender que, a su lado, la esperaba un futuro sin sobresaltos, contrario al incierto al lado de Schumann. Después la amenazó con el repudio. Cuando nada funcionó, recurrió a la ley: una mujer no podía contraer matrimonio sin consentimiento del padre.

El apoyo provino de donde menos se lo esperaban, la madre de Clara en Berlín, en parte para mortificar al exmarido, en parte con convicción, fue decisiva para que la pareja instaurara un proceso judicial. Ganaron y pudieron finalmente casarse el 12 de septiembre de 1840.

Los Schumann

Difícil saber si fueron felices, porque la inestabilidad mental de Schumann debió hacer muy difícil la vida cotidiana. Hacia afuera ella era la estrella, la gran pianista, que no podía ir de gira sin el acompañamiento de su marido, a quien le fastidiaba sobremanera pasar al segundo lugar: en Rusia le preguntaron si también se dedicaba a la música

Su papel en la obra de su marido es importantísimo. Es probable que, sin la influencia de su esposa, Schumann se hubiera concentrado exclusivamente en composiciones libres y románticas, como el Carnaval, la Kreisleriana, las Danzas de la Liga de David, o lo ciclos de Lieder; porque fue ella quien le forzó a medirse en las formas herederas del clasicismo: la Sinfonía y la Música de cámara, campos en los que algunos musicólogos parecen solazarse en sus defectos y no en sus innegables logros.

El final fue triste. Schumann sucumbió en las oscuridades de su enfermedad mental, primero un intento de suicidio y finalmente, cuando las alucinaciones hicieron insostenible la situación, fue internado en un sanatorio en Endenich, en las afueras de Bonn, donde era visitado por un joven de Hamburgo, que era su protegido: Johannes Brahms. Allá murió, el 29 de julio de 1856.

Clara retomó su carrera de concertista, porque quería, porque lo necesitaba y porque entendió que era su deber encargarse ella misma de divulgar la obra de su marido.

Consiguió instalar su nombre en la galería de los inmortales y, al contrario de lo que le tocó en vida, pasó casi al olvido.