Un retablo muy ruidoso | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Miércoles, 24 de Octubre de 2018
Emilio Sanmiguel

LOS peruanos están muy orgullosos de su pasado prehispánico. Con sobrada razón. Porque la civilización inca tuvo tal fuerza que, siglos después sigue deslumbrando. El escultor Eduardo Ramírez Villamizar contempló un amanecer en Machu-Picchu y su obra, posterior a esa visión, alcanzó la más absoluta perfección.

También lo están de la época virreinal, Lima es La ciudad de los reyes y de las capitales de Suramérica fue la más esplendorosa.

Lo cierto es que el Perú es una amalgama de culturas imposible de pasar por alto en el concierto latinoamericano.

Por eso despertaba tanta expectativa la serie de presentaciones del Elenco nacional de folclore del Perú que el pasado fin de semana actuó en el escenario del Teatro Mayor con Retablo para el mundo. La idea en sí misma es muy atinada: instalar el recorrido por las múltiples manifestaciones del patrimonio cultural del país en el marco de un gigantesco Retablo ayacuchano, con los músicos en uno de los anaqueles y los bailarines al frente, en el espacio descrito por las puertas.

El problema es que el listón está muy alto por cuenta del Ballet folclórico de México de Amalia Hernández (1917 – 2000) que desde 1952 hace lo propio y deslumbra al mundo entero, porque la propuesta de los peruanos está, aún, lejos de ese paradigma.

Claro que, al menos, lo intentan. Y no pienso alborotar de nuevo el avispero de la polémica alrededor del Ballet de Colombia, que Sonia Osorio fundó en 1960 y que trató de hacer lo que el Estado colombiano no ha hecho jamás.

Bien, al grano. No hay qué ser Guillermo Abadía (1912 – 2010), el folclorólogo más importante que ha tenido este país, para observar los puntos fuertes y positivos del Retablo, los débiles y los absolutamente disparatados.

Porque la propuesta de Francisco Varela Travesí, director de la compañía, autor del concepto y responsable de la coreografía las tiene de cal y arena. En lo positivo hay que destacar que efectivamente a lo largo de la hora y cuarto que dura el espectáculo recorre el tiempo y la geografía con el Cuadro limeño, el Amazónico, el Afroperuano, los Caporales, la Marinera norteña y Huaylarssh y eso no es cualquier cosa. Sin embargo, hay algo de desigualdad en las coreografías, algunas son preciosas, pero otras resultan tediosas por lo repetitivas.

Ocurre lo mismo con el vestuario; deslumbra a veces, por su colorido e impecable factura, pero, en un par de oportunidades parece más apropiado para un casino de Las Vegas que para una antología de la riqueza cultural peruana.

Lo más destacable es la búsqueda incesante de transmitir, pese a los prejuicios que se suelen tener, alegría a los espectadores; esa es la mayor fortaleza de esa hora y cuarto de baile y música… pero, la música… francamente insoportable.

Insoportable por eso que decía: no hacía falta ser Guillermo Abadía para saber que de auténtica tenía poco y en ciertos momentos absolutamente nada. Habrá quien argumente que tampoco se trataba de hacer arqueología musical. Vaya y venga… pero el volumen trepanaba los tímpanos. Que lo digan dos pintores –no estoy autorizado para revelar sus nombres pero puedo asegurar que son grandes melómanos y grandes artistas- que en la fila vecina, se tapaban los oídos visiblemente desesperados. Aunque me temo, estábamos en minoría y estado de indefensión, porque a medida que aumentaban los decibeles, se alborotó el auditorio y cuando, en un gesto de amabilidad, hicieron trepidar los altavoces con Colombia tierra querida de Lucho Bermúdez el Mayor se convirtió en un remedo de la Caseta Matecaña y nadie parecía recordar que se trataba de hacer un recorrido por el patrimonio folclórico del Perú… ya me dirán ustedes si era de eso que se trataba. Salvo la escena de los Cajones, porque fue memorable ese momento cuando el teatro se inundó de la percusión de los intérpretes en sincronía de música y movimiento… y qué descanso.

De cal y de arena. Pero tengo que insistir: al menos lo intentan. En nuestro caso, el patrimonio prehispánico y el virreinal no le llega ni a los talones al peruano. Eso no se discute. Pero el musical es un caleidoscopio: lo caribe, lo andino, el llano, la costa del Pacífico, el sur, lo amazónico que es prácticamente desconocido… el día menos pensado todo desaparece y no creo que la Economía naranja nos salve de esa amnesia.