Zarzuela a lo grande | El Nuevo Siglo
Sábado, 5 de Diciembre de 2015

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

LOS  españoles han hecho lo indecible para lograr internacionalizar la zarzuela como género músico-dramático. Pero esa ha sido una tarea difícil, por no decir que imposible.

Las grandes voces de España lo han intentado a su manera, es decir, incluyendo romanzas en sus presentaciones; lo hicieron en su momento Alfredo Krauss, Teresa Berganza, Montserrat Caballé, Plácido Domingo, José Carreras, Pilar Lorengar, Juan Pons y Jaime Aragall, que fueron las grandes voces españolas de la segunda mitad del siglo XX.

Incluso en los últimos años han hecho sus aportes, cantando arias y escenas -algo sin precedentes- en sus presentaciones, Anna Netrebko, que es rusa, Rolando Villazón que es mejicano y Elīna Garančaque es letona. Bueno, en general todos los cantantes líricos hispanos lo hacen.

Me aventuro a creer que la zarzuela no pega internacionalmente porque debe resultar, teatralmente, muy localista a públicos de otras latitudes, y al contrario de lo que han hecho los franceses y los austríacos con la opereta, los españoles parecen reacios a modernizar ciertos aspectos de los libretos. Y cuando digo españoles, en realidad me refiero a quienes producen zarzuelas, en España y en América Latina, que en ese sentido están cortados por la misma tijera.

En Colombia por ejemplo, la zarzuela sigue teniendo una gran acogida por parte del público. Hay dos fundaciones que la producen en Bogotá -originalmente era una compañía, hubo un cisma y ahora son dos- y las dos coinciden justamente en su ortodoxia, se respetan quizás demasiado los libretos originales y la manera de trabajar las puestas en escena, lo que tiene muchísima acogida entre un público mayor, pero, no la acerca a los jóvenes.

Parece ser que en España empiezan a soplar nuevos vientos con la puesta en escena, que empieza poco a poco de liberarse del peso de los decorados de telones pintados; hasta hicieron una Verbena de la Paloma con una escenografía absolutamente moderna.

Emilio Sagi es uno de esos directores de escena que hace lo habido y por haber para que la zarzuela mantenga su vigencia en España: produjo una Luisa Fernanda de Moreno Torroba para el Teatro Real que es un modelo de buen hacer, y cuando dirigía el Teatro de la Zarzuela, también en Madrid hizo lo propio con La del Manojo de rosas de Pablo Sorozábal.

Su Luisa Fernanda fue vista y aplaudida por el público del teatro Mayor en el pasado reciente, y La del manojo de rosas se presentó en breve temporada el pasado fin de semana en el Teatro Mayor.

El momento más aplaudido la noche del viernes, el que llegó más hondamente, fue el Preludio en tiempo de pasodoble que antecede al acto II, que dirigió con auténtica pasión el español José María Moreno que tenía a la Sinfónica Nacional en el foso del Mayor.

 

Porque las romanzas, dúos y escenas no lograron ir más allá de los aplausos cordiales de recibo por parte del auditorio; no  porque los cantantes no hubiesen dado lo mejor de sí: la soprano Amparo Navarro se entregó, su voz de soprano lírico con cuerpo le va bien al personaje de Asunción y hasta prodigó agudos y sobreagudos de la mejor ley; también estuvieron a la altura el Joaquín del barítono David Méndez y el Ricardo del Tenor Alexandre Guerrero, y la Clarita de Ruth Iniesta. Y bien todo el elenco.

Pero es que la obra misma no da para más. La música de Sorozábal está bien, pero resulta algo rutinaria, no hay momentos con el encanto de la Mazurca de las sombrillas, con la pasión de las arias del Indiano en Los Gavilanes o con el vuelo lírico del gran dúo del Dúo de la Africana.

Sin embargo, al final, el aplauso fue cerradísimo. Porque la producción en sí misma, repito, es preciosa. La escenografía de Gerardo Trotti es madrileña hasta los tuétanos, llena de detalles, pero sin caer en el recargo innecesario y el vestuario de Pepa Ojanguren es absolutamente afortunado.

La dirección de escena de Emilio Sagi tiene un sentido estético y plástico francamente admirable y preciosista, las bicicletas que atraviesan el escenario resultan encantadoras, los fisgones de los balcones, en fin.

Por eso el aplauso tan cerrado al final de la noche, porque desde que se alzó el telón, se sintió que el público quedó fascinado con la puesta.

Ahora, como Emilio Sagi es sobrino de Emilio Sagi Vela, que cantó el estreno, y nieto de Emilio Sagi Barba, que era el empresario del Teatro Fuencarral de Madrid en noviembre de 1934 cuando ocurrió el estreno, pues tiene demasiados atavismos con La del manojo de rosas, y no se atreve a editarle escenas de un teatro ya demasiado anquilosado; que soportamos quienes adoramos la zarzuela porque sí, pero que por momentos resulta tedioso.

Porque no nos digamos mentiras, es difícil que ese teatro tan de principios de siglo pueda llegarle a un público más joven, y la supervivencia de la zarzuela depende justamente de eso, de que sea capaz de mantenerse viva en el escenario, y para eso hay que hacer concesiones.

En cualquier caso, gran oportunidad ver zarzuela en un montaje francamente precioso y, de paso, la ocasión para reflexionar sobre el futuro de un género que entró en hibernación luego del estreno de Luisa Fernanda en 1932.