La Selección supo transformar su juego ante Senegal. Intentó jugar, fue controlada y se dedicó a la pelota aérea y a los pasos largos, para ganar. Así son los mundiales
___________________
No hay que caer en sendos análisis del escaso juego de Colombia. Los mundiales se juegan así y muchas veces, simplemente, el fútbol no llega, pero el resultado es lo que importa. Ganar. Pasar de ronda. Y luego se verá por qué Mateus Uribe no cumplió la función del primer pase o por qué no se lograron conectar los volantes ofensivos como contra Polonia.
El Mundial es, ante todo, un torneo corto, variable e impreciso. Algunos los llaman un “mata mata” continuo, que no perdona, que poco le importa el balón al piso, quién propone.
Colombia, como muchas selecciones, le ha hecho frente a esta realidad. El 19 de junio, en su estreno, se encontró con roja y penalti a los tres minutos y no pudo recomponerse durante todo el partido. Las conclusiones, adelantadas en mi criterio, dijeron que no había equipo para seguir avanzando.
En estas páginas se dijo que la Selección era una “montaña rusa”; bajaba –en este caso- pero podía subir. Así fue durante la eliminatoria, inconstante, pero finalmente logró la clasificación directa pese a esa terrible noche en Barranquilla contra Paraguay.
El domingo pasado, en el mejor partido de los últimos cuatro años, Colombia subió el nivel y dejó intacta la posibilidad de pasar a octavos. La satisfacción fue, hasta el minuto 15 del primer tiempo de ayer, inamovible, pero volvió la ansiedad y el descontento por el poco fútbol que generaba el equipo.
Las transiciones de defensa ataque de Senegal fueron ráfagas invisibles para los mediocampistas de Colombia, sobre todo los de primera línea. Se activaba, en contados minutos, la agonía del partido de Japón. Después de subir, se estaba a punto de bajar, de nuevo.
En el banco, reunido con sus asistentes, Pekerman entendió que el partido no necesitaba tanto fútbol sino carácter. En el medio tiempo no hizo cambios de jugadores, pero sí, después de perder todas las divididas, les sacudió la mente. Dejó claro que no había de otra sino ganar. Así fuera con un juego sucio, desprolijo, que se oponía a las transiciones perfectas que se vieron contra Polonia.
El Mundial, ante todo, se juega así: acomodándose a las circunstancias. El romanticismo, en auge después del domingo, tuvo que transformarse y convertirse en una Guerra, a lo Dostoyevski, para tener la Paz.
El partido se ensució porque Colombia lo quiso. En el segundo tiempo propuso pero, de cierta manera, renunció a su génesis, manifestada en Quintero, para darle paso al duelo, en el que se estaba perdiendo con Senegal.
Y vino la pelota quieta. ¡Es Colombia por el aire lo que no ha podido ser por el piso! Mina se levantó como lo hacía en Santa Fe: en la primera esquina de las cinco con cincuenta, y metió un certero cabezazo confirmando que es un jugador diferente; marca siempre en partidos determinantes: contra Uruguay por eliminatoria, contra Polonia.
La jerarquía, ausente en otras ocasiones, fue crucial para que Colombia invirtiera los papeles y transformara su juego en búsqueda de la victoria.
El martes ésta tendrá que volver ante un campeón mundial, Inglaterra.