La buena cosecha argentina de soja y cereales este año es un soplo de optimismo frente a la escasez mundial de granos que trajo la guerra en Ucrania y también una inyección de "agrodólares" para la golpeada economía del país sudamericano.
En mayo la cosecha ingresa en su etapa más febril. En Lobos, 100 km al suroeste de Buenos Aires, las cosechadoras trabajan de sol a sol para "levantar" la soja antes de que lleguen las lluvias del otoño austral.
"Las perspectivas para el productor son buenas, los precios internacionales también. Hay entusiasmo" dijo Martín Semino, que vende servicios de maquinaria agrícola y preside la Sociedad Rural de Lobos, una fértil zona agrícola donde también se cultiva maíz.
Argentina es uno de los mayores productores agrícolas globales y líder en exportaciones de aceite y harina de soja que es conocida como su producto estrella desde que se desarrolló la variante transgénica a mediados de los años 1990.
En los últimos 40 años, su producción se multiplicó 14 veces, y alcanzó el récord de 61 millones de toneladas en el periodo de 2014-2015. En la primera década de los años 2000, en pleno boom de las materias primas, ayudó a recuperar a Argentina de la grave crisis sufrida en 2001.
La omnipresencia de este "oro verde" es total. "La soja es el dólar, la moneda de cambio del campo", señaló Semino. Los servicios y el arrendamiento de la tierra se pactan en quintales de soja que se almacena en enormes silobolsas a campo abierto como si fueran gigantescas alcancías.
La otra cara
Durante este ciclo agrícola se sembraron casi 39 millones de hectáreas -16 millones con soja- y se espera una producción de unos 127 millones de toneladas, casi 2% menos que en el ciclo anterior debido al clima, pero a compensar con creces gracias a precios en su máximo nivel.
Argentina ya cosechó el trigo y el girasol -ambos con récords productivos-, está en plena recolección de soja y maíz e iniciará a mitad de mayo la nueva siembra de trigo.
Se estima que en 2022 las exportaciones agroindustriales alcanzarán el récord de US$41 mil millones, unos US$3 mil millones más que en 2021. Pero frente a un mercado internacional auspicioso "el único problema es que por la guerra se nos dispararon los precios de los insumos", dijo Semino.
Tras sortear una sequía que mermó los rendimientos, el campo afronta la disparada de precios de los fertilizantes, la escasez de diésel en el mercado local y como telón de fondo una inflación que se proyecta en más de 60% este año.
El alza del precio del crudo por la guerra incentivó las exportaciones argentinas de petróleo y las refinerías mermaron el disponible de diésel, provocando un cuello de botella en pleno pico de cosecha.
"Una cosechadora necesita entre 600 y 1.000 litros diarios y apenas tenemos para las camionetas", afirma Semino, al explicar que muchos adquieren el combustible en un mercado negro.
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Argentina importa 60% de los fertilizantes que consume y 15% proviene de Rusia. "No se debería sembrar nada sin agregar fertilizantes, pero los precios están por las nubes", remarcó.
La soja requiere poco fertilizante. Para reponer los nutrientes del suelo, su cultivo debe alternarse con cereales, como el trigo o el maíz. Pero con el alto precio de los fertilizantes "la rotación agronómicamente necesaria queda trunca porque no dan los números", apuntó Semino.
Además de la soja el contexto también puede ser una oportunidad para un avance argentino en el mercado del aceite de girasol, liderado por Rusia y Ucrania. La ecuación de costos es buena porque requiere poca fertilización y paga 7% en impuestos a la exportación frente a 33% del aceite de soja.
Tras una cosecha récord (3,4 millones de toneladas) el área sembrada de girasol se proyecta en 2 millones de hectáreas, un aumento del 17% respecto al ciclo anterior. "Con los precios cerca de los máximos, Argentina debe aprovechar el momento", dijo Tomás Rodríguez Zurro, analista económico de la Bolsa de Cereales de Rosario.