Alerta temprana | El Nuevo Siglo
Miércoles, 10 de Septiembre de 2014

*Atajar cierto hálito pesimista

*No solo impuestos; también apretón

 

Cerca de cumplirse los 100 días de ocurrida la segunda vuelta presidencial han salido algunas encuestas para tomar la temperatura de la marcha nacional.  En ellas, ciertamente, se alcanza a percibir que el optimismo que rodeó al país  en la época del Mundial de Fútbol, prácticamente se disolvió en la actualidad y se ha regresado a una especie de calma chicha en la que, de un lado se mantienen las expectativas pero, de otro,  existe cierto desencanto.  Es lo que suele ocurrir con gobiernos reelegidos donde no se dan golpes de timón, sino de alguna manera se apuesta por el continuismo.

El país, de hecho, alcanzó a vivir una época optimista que hacía tiempo no se percibía tanto con el ejercicio de la selección de fútbol como lo que en ese momento ocurrió con el ciclismo. Vuelta a la realidad, ninguna de las pesadas cargas que se suponen del desenvolvimiento del Estado ha impactado favorablemente a la opinión pública. El gabinete, que tomó semanas en su configuración, no modificó la aguja. La reorganización al interior del Palacio de Nariño prácticamente pasó desapercibida. La elección de Contralor General de la República no tuvo incidencia alguna. Y lo acontecido en el proceso de paz, con los militares y las víctimas, tampoco ha tenido mayor sintonía. Mucho menos, desde luego, la llamada reforma política, cuyos elementos no suelen despertar la atención sino de los avezados de las prácticas constitucionales y legislativas.

De tal modo las cosas han perdido un tanto de carisma y emoción, retornando el país a sus vicisitudes tradicionales. Inclusive la denominada oposición  no ha tenido, de su parte, efecto considerable, ni por los grupos de izquierda ni por los de derecha. Total,  más o menos el mismo desempeño sin que la opinión pública, como se dijo,  encuentre mayor interés en lo que acontece.

Aun así el clima nacional no es positivo en la medida en que, por ejemplo, en la encuesta Gallup el 51 por ciento considera que las cosas están empeorando, subiendo un porcentaje considerable, mientras que en la del CNC los que creen que las cosas van por buen camino ha sufrido un bajonazo del 67 al 49 por ciento. Desde luego no son las épocas del paro agrario, cuando cundió el pesimismo, pero tampoco es favorable el hecho de que se vaya perdiendo el viento de cola a poco de iniciarse el segundo mandato.

Por lo tanto parece que esta legislatura será casi exclusivamente de lo que se ha dado en llamar el reajuste institucional. Lo que, valga la verdad, se debería referir particularmente al cambio de la figura de la reelección presidencial inmediata para volver a las aguas de la Constitución de 1991, que fueron envenenadas con el dicho “articulito”. El resto es harina de otro costal que merecería discusión por aparte, si en verdad se quiere acertar, y que podría ser escenario de hondos debates, incluso sobre entidades que se han demostrado  realmente sobrantes, muy costosas para el erario, y significarían ahorros para invertir en lo que es más apremiante para el Estado y los ciudadanos: la justicia de a pie, contante y sonante.

Precisamente lo que hoy se evidencia son las necesidades fiscales y de presupuesto. Para ello no basta con buscar los nichos tributarios  y el aumento de tarifas que permitan mayores ingresos, sino igualmente un reajuste de gastos al interior del Estado. En ningún modo, ciertamente, se trata de volver a la fusión de ministerios, una fórmula a todas luces inválida, pero sí al menos evaluar algunas entidades que prosperaron al alero de la Constitución de 1991 y que en realidad no ameritan ese gasto público.

Por lo demás, propuestas como las del Vicepresidente de la República de vender el 10 por ciento adicional de Ecopetrol ameritan discusiones de fondo, puesto que no puede ser el incremento de los tributos la única vía para mejorar el balance de ingresos del Ejecutivo.

Imponerle nuevas cargas, no solo a la clase media, sino a una economía cuyo promedio de crecimiento está en un 4,5 por ciento, puede ser negativo tanto para la inversión (por ende para el empleo) como para la demanda, afectada principalmente la clase media. Una segunda pensada al tema, con las diferentes variables expuestas, no sería mala para que no prospere cierto pesimismo que comienza a vislumbrarse en las encuestas.