* La idolatría del armamentismo
* Propuesta en la dirección correcta
La restricción del porte de armas es una medida que tiene sindéresis. No sólo en Bogotá, sino en el resto de Colombia. En Estados Unidos hace siglos prepondera la idea de la defensa personal que, entre otras, es la que produce la mayor cantidad de asesinatos en ese país y permite un desborde entre lo ilegal y lo legal. Aún así, allí es enorme la cauda de celadores y agentes de servicio privado, muchísimo más que en cualquier otra parte del orbe, lo que, a su vez, hace que prevalezcan las armas por doquier. Todo ello hace de Estados Unidos una sociedad armada hasta los dientes que sin duda incomoda a los que piensan que es el Estado el que debe tener el monopolio de las armas y la Policía el agente civil por excelencia en la protección y defensa ciudadanas.
El concepto de monopolio de las armas por parte del Estado hubo de instituirse por el número de guerras civiles decimonónicas que azotaron a los colombianos. Era muy fácil levantar ejércitos en las haciendas y de ahí pasar a las contiendas que irrumpieron como perturbación permanente de la Unidad Nacional. De allí se pasaba a la expropiación con facilidad supina y todo ello impidió concentrarse en el desarrollo y el progreso, mientras el país hervía de politizaciones armadas que terminaban en la imposición de Constituciones sobre el bando perdedor. Al estipular el monopolio de las armas por parte del Estado, durante el siglo XX, el país pudo formarse de mejor manera. No obstante, las recomendaciones políticas en el Ejército y la Policía hicieron que de alguna manera se derivaran de aquellas profesiones banderías políticas. Ello, asimismo, llevó a la guerra civil no declarada de 1930 en adelante hasta la creación del Frente Nacional, a la caída de la dictadura de Rojas Pinilla. Todo el tiempo y paulatinamente, el país pudo consagrarse a un Ejército y una Policía profesionales hasta lograr la excelencia de hoy, aun con sus ambivalencias. En tanto, los que se armaron fueron narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros, y hoy el gran objetivo final es la recuperación del monopolio de las armas por parte del Estado, lo que parece en vías de lograrse, todavía pendientes de ‘bacrimes’ y perturbaciones similares. Para ello incluso podría cerrarse eso que llaman la Superintendencia de Vigilancia, la oficina precisamente que, aparte de esquemas privados evidentemente necesarios, autoriza los de Gatas y otros, como si todavía fueran dables las Convivir.
Por su parte, lo que es la cultura ciudadana en sí misma o la intención de que lo sea, es precisamente que las armas no sean los árbitros de la sociedad. Y por eso la mayor cantidad de restricción posible de ellas es laudable, mucho más si se supone avanzado el tema luego de la implantación de la denominada Seguridad Democrática.
En Bogotá, alrededor del 10% al 14% de los 1.600 de homicidios por armas de fuego, se producen con artefactos legales, es decir entre 160 y 200. Esto, incluso, sin saberse si las armas ilegales se nutren del mercado legal y entran así a él por la puerta de atrás, sin que las autoridades puedan develarlo. La propuesta del alcalde de Bogotá en tal sentido, es decir restringir por tres meses el porte de armas legales en sitios públicos, va por tanto en la dirección correcta. Tan así que las autoridades nacionales, especialmente las castrenses y policivas, han dado su visto bueno al ensayo. Y no sólo eso, sino que en otras partes del país autoridades municipales y regionales estarían dispuestas a adoptar los mismos criterios.
Desde luego, buena proporción de los homicidios deviene de otras categorías, en especial riñas callejeras que terminan con puñales, o armas blancas, luego del alicoramiento respectivo. Esto quiere decir que también debe trabajarse en dirección a suprimir este tipo de conductas y afianzar en las barriadas una nueva cultura ciudadana que impida estos desfogues, generalmente en los fines de semana.
La cultura de las armas viene particularmente determinada por la inoculación, a su vez, que produce verlas en plena actividad y acciones de violencia inusitada en las pantallas de televisión con enlatados norteamericanos. No sobraría que se hiciera énfasis en ello, pues ciertamente existe una responsabilidad subliminal en esa programación televisiva que resulta en una idolatría armada.