* La carta de las Farc
* La contestación presidencial
Resulta indicativo que las Farc, como no suelen hacerlo, envíen una carta al Presidente de la República precisamente comenzando el año. Es decir, como si esa fuera una ruta a seguir. También es indicativo que el nuevo líder de la agrupación guerrillera venga en un trámite epistolar reiterativo cuando, por el contrario, de los miembros del Secretariado era el que menos hablaba y guardaba un bajo perfil constante. Casi ni se sabían sus pasos y en general es muy poco o nada lo que participó en las conversaciones de Betancur, Gaviria o Pastrana.
A su vez, mientras el país en los primeros días de 2012 se despertó con la inaudita notificación de un reto tremendo por parte de los denominados Urabeños, que paralizaron Departamentos de la Costa Atlántica, demostrando los alcances de su peligro y dominio, las Farc sostienen en la carta ya dicha que “voces cada vez más creíbles y respetables nos confirman formales razones oficiales acerca de la urgencia de hablar”.
Del término “oficiales” podría entenderse que son voces gubernamentales, no se sabe si secretas o públicas. El hecho es que en la carta, adobada de una cultura judeo-cristiana un tanto intoxicada y con citas de periodistas de comienzos del siglo XX, como el inglés Jack London, dicen que están dispuestos a hablar en una hipotética “mesa de conversaciones” en la que piden retornar a la “agenda que quedó pendiendo en el Caguán”, previo a hacer una descripción “social-demócrata” de los temas, que no ameritaría disparar un solo tiro.
A la carta, el señor presidente Juan Manuel Santos, a quien no se dirigen con el rigor institucional con que lo hacían los jefes subversivos anteriores, contestó vía Twitter que “el país pide hechos claros de paz”. A esto añadió: “No queremos más retórica… Que se olviden de un nuevo Caguán”. Con ello el presidente Santos pareció atrincherarse, pero ciertamente dejó entreabierta la puerta para conversar. Todo depende, desde luego, de su interpretación sobre los hechos de paz que son en todo caso diferentes a lo que anteriormente se hablaba de voluntad de paz.
Los hechos de paz, sin duda, son aquellos que están encima de la mesa de la opinión pública, o sea la liberación de los secuestrados y la suspensión de hostilidades unilateral por parte de las Farc. En tal sentido, precisamente, y no solamente porque ya estén prohibidas por Ley las zonas de distensión, las similitudes con el Caguán son inexistentes. Y así es también, no sólo por el cambio en la ecuación militar del conflicto, gracias al Plan Colombia y su aplicación por las Fuerzas Armadas durante una década, sino porque la equiparación bilateral, es decir de Comandante Supremo, que es el Presidente, a comandante de las guerrillas, ya no tiene al parecer escenario estratégico. Se pensó antes que elevar a ese nivel los diálogos era garantía de eficacia, pero las Farc no entendieron el momento histórico y la oportunidad que la sociedad colombiana les brindaba para ello.
De otro lado, el país ha visto entregar sus armas a sectores neo-paramilitares, para lo cual el ministro del Interior Germán Vargas Lleras ha insistido en que son suficientes los Códigos Penal y de Procedimiento Penal. No quiere el presidente Santos la bilateralidad, aun en el caso de las guerrillas, y desde luego no contestó la carta formalmente. Si fuera así ya habría nombrado, además, Comisionado de Paz, cargo por lo demás extra-constitucional, al que no ha querido recurrir, como ha sido igualmente preventivo en cualquier participación internacional en la mediación en el conflicto armado colombiano.
Pensar además hoy en un cese de fuegos bilateral, como se planteaba en el Caguán, con la localización de los frentes guerrilleros por zonas, en el mismo sentido de lo que había planteado el Estado en 1991-92, no parecería una propuesta aceptable para las Fuerzas Armadas, cuando su tarea, según el Presidente, es la consolidación y dominio territoriales. No obstante, al reconocer el propio Primer Mandatario el conflicto armado interno por cláusula legal, ya le dio el alcance de una confrontación entre partes. Siendo así, posiblemente no sea él quien abra las conversaciones, sino un delegado directo, público o secreto, eventualmente en el exterior, que avance en el tema, so pena de carteos, declaraciones y evasivas para aplazar el asunto hasta un día incierto. Salvo que esa sea la pretensión de ambos.