Colombia y Estados Unidos | El Nuevo Siglo
Martes, 3 de Noviembre de 2020

* Efectos de una campaña dramática

* Volver por los fueros del bipartidismo

 

Cualquiera de los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos que gane hoy en las elecciones más dramáticas de que se tenga noticia en ese país, nuestra nación tiene que dejar muy en claro que mantendrá la relación bipartidista que ha sido a todas luces benéfica a lo largo de las últimas décadas y que permitió, de modo sustancial, estructurar y llevar a cabo precisamente los postulados del Plan Colombia.

No es bueno, en modo alguno, que se tenga la idea, ya extendida, de que las autoridades colombianas y el partido de gobierno han intervenido indebidamente en la campaña norteamericana, como lo dejó entrever el mismo embajador estadounidense en Bogotá, hace unos días, quien por lo demás ha sido un exitoso funcionario de carrera ajeno a las vicisitudes de las agendas políticas. Cualesquiera sean las circunstancias, la libre autodeterminación de los pueblos es axioma primordial de la diplomacia, mucho más tratándose, no solo de la democracia más potente y relevante del mundo, sino de un país que, como Estados Unidos, prepondera en la lista de aliados colombianos.

Es claro, desde luego, que lugares como la Florida, donde existe un voto colombiano clave, serán definitivos en la pugna proselitista por la presidencia norteamericana. Mucho de lo que allí ocurra será, entonces, crucial en la composición final del colegio electoral. Nada está dicho y todas las encuestas, en la mayoría de los estados decisivos, se encuentra dentro del margen de error (entre tres y cuatro por ciento), de manera que la ventaja de uno u otro candidato en los sondeos estatales es bastante incierta. Lo mismo que es una incógnita el hecho de que, a raíz de la pandemia, al menos 100 millones de electores ya votaron a través del correo. Son estos, por su parte, votos susceptibles de mayor impugnación posterior por las dificultades que se derivan de su contabilización y escrutinio. De esa dimensión es lo que se está jugando en los Estados Unidos, por lo cual muchos auguran que, de darse un resultado estrecho, es muy posible que no se sepa quién es el presidente sino hasta después de múltiples reconteos en diferentes estados e inclusive luego de la intervención de la Corte Suprema de Justicia, tres de cuyos magistrados, como se sabe, fueron nominados por el presidente Donald Trump.

Cualquiera sea la apuesta que se tenga, el panorama es pues de incertidumbre total. No deja de ser una probabilidad, en esa medida, que Donald Trump vuelva a dar el batacazo, en las mismas condiciones sorpresivas de 2016 y que logre reelegirse contra la mayoría de los pronósticos y la molienda mediática a la que fue sometido. Pero al mismo tiempo no es para nada remoto que pueda ganar Joe Biden, si en esta ocasión, además del voto nacional, logra homologar ese éxito con los registros de los colegios electorales en los estados aparentemente empatados dentro del margen de error. En efecto, puede darse casi por descontado que Trump va a perder la votación general, puesto que Biden parece estar muy por encima de los índices de Hillary Clinton, en 2016. Lo que está por verse es el resultado de ciertos estados pendulares, particularmente algunos de los que tienen mayor número de delegados en el colegio electoral, como Florida, Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin, entre otros. Quien gane en ellos podrá contar con todos los delegados en su favor y no como en otros estados donde se divide el colegio electoral de acuerdo con el monto de la votación emitida por cada aspirante.

Tampoco puede olvidarse que, además de la elección presidencial, se juegan al mismo tiempo las mayorías partidistas con la renovación de parte de las curules de ambas cámaras. En ese sentido, también es posible que el partido de Joe Biden se consolide en la Cámara de Representantes y logré reversar la mayoría que tiene el partido Republicano en el Senado. Es muy difícil presupuestarlo, puesto que los aspirantes al Congreso se debaten todavía voto a voto.

Pero es ahí, justamente, donde la Cancillería colombiana tiene que comportarse con el mayor tino posible, puesto que iniciativas como las del Plan Colombia y todas las adicionales vigentes requieren de un respaldo de ambos partidos, a fin de que puedan tramitarse ágil y eficientemente en el Congreso de la potencia. De hecho, Joe Biden, tanto desde su escaño parlamentario como desde sus funciones en el gobierno Obama, ha sido un constante animador de las buenas relaciones con Colombia. De su lado, Donald Trump no ha hecho más que exaltar las relaciones colombo-americanas como del máximo nivel en América Latina.

Pasado el furor de tan dura campaña estadounidense, la Cancillería colombiana tiene, pues, que hacer énfasis en las relaciones bipartidistas. Perder ese activo fijo, luego de tanto esfuerzo en lograrlo, sería un despropósito monumental y a la larga otro salto a la incertidumbre.