Corazón de García Márquez | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Noviembre de 2014

El tesoro de sus archivos a la Universidad de Texas

Colombia todavía puede ser guardiana de la heredad

Ni  más faltaba que la familia de Gabriel García Márquez no pudiera donar, vender o disponer de sus pertenencias como a bien quiera. Entre otras cosas porque, aunque colombiano típico, sería un exabrupto desconocer el carácter universal de su persona y obra.

De manera que, al contrario a como algunos lo han presentado, es una magnífica noticia que la Universidad de Texas hubiera adquirido los manuscritos, cartas y fotografías del Nobel. Reposarán allí, en el Centro Harry Ransom, para estudio y consulta. Pocos lugares de mejor categoría, sabido que lo mismo ha ocurrido con documentos de William Faulkner, James Joyce y Jorge Luis Borges.

Desde luego, interesa a los colombianos, especialmente a las nuevas generaciones, descubrir, en los borradores de sus novelas, la gestación y virajes del proceso creativo. Muchas veces el cambio de una palabra, la modificación de una coma,  la metamorfosis de un giro, el replanteo de la sintaxis, la inclusión de un dato, el alargue o recorte de una figura, en fin, tantos elementos que concurren para fijar la imaginación y el tono en el momento de la edición, son la clave. Mucho más en un portento imaginativo, como García Márquez.

Decía Joseph Conrad que nada es tan expresivo y contundente del ejercicio literario como encontrar con exactitud el término que el autor pretende. Es ahí, precisamente, donde se da el mayor esfuerzo porque, entre tantas posibilidades, debe seleccionarse el ideograma perfecto. Y es allí donde aparece la genialidad, diseminada entre las frases. Seguramente por eso, el mismo Nobel afirmaba que nunca volvía a leer sus obras no va y fuera a encontrarse con el martirio de una mejor alternativa, idiomática o del estilo, en tal cual párrafo.

Por eso, como decimos, ha de buscarse por el Ministerio de Cultura, no repatriar las obras, que obviamente no es el caso, sino los mecanismos de publicación de sus borradores originales, con sus tachaduras intactas, o a lo menos que se otorguen posibilidades a los estudiantes e interesados en viajar y asistir al centro documental. Sea ello a través de premios o mecanismos financieros legales y adecuados para quienes no tengan otras opciones. En todo caso, la Universidad de Texas ha dicho que una porción importante será digitalizada y eso, desde luego, también es una noticia gratificante. De todos modos, los impresos deberán ser un aliciente, más allá de internet, para todos quienes han gustado y regustado su orfebrería, más gustativa en el papel. 

    De hecho, se espera con ahínco poder leer las dos mil cartas que García Márquez se cruzó con personajes de la talla de Milan Kundera, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre los archivos. También habrá allí, de seguro, carteo político y cultural, no sólo con líderes mundiales, sino pintores y escultores de igual importancia.

Por lo demás, en Colombia tenemos una visión bastante criolla de García Márquez, fruto de su anecdotario, los aportes de familiares y de amigos, lo mismo que de quienes se imantaron y han pretendido seguir su escuela literaria. Está bien. Pero igual de interesante, para recabar la aventura permanente que fue su vida en la estética y el periodismo,  descubrir y solazarse con los tesoros a Kundera, Cortázar o Fuentes que, en manera alguna, pueden tener carácter confidencial, sino recibir la expansión orbital acostumbrada. Fue el Nobel, ciertamente, un maniático de la epístola. Veta que aún está por descubrirse.  

Imaginamos, a su vez, que la familia tendrá reservadas sorpresas similares para Colombia y México. Por lo pronto, aquí, lo único y formalista que se ha dado es un Te Déum. De antemano, por su parte, no sólo existen grandes bibliotecas con su nombre, sino la Fundación para el Nuevo Periodismo, dirigida por Jaime Abello, que ha servido de nutriente sustancial e insustituible del oficio.

De acuerdo con la familia las cosas de su padre, según su anhelo, deberán dividirse “con diferentes criterios”. Añadieron que a la Biblioteca Nacional, en Bogotá, irán, la máquina de escribir usada en Cien años de soledad, la medalla y el diploma del Nobel y parte de su biblioteca personal. De nuevo, gratificante. Pero acaso no sea una caída de la elegancia, ni un desatino, que no es la pretensión, la solicitud de una sola cosa para Colombia, ojalá todavía posible: su discurso de Suecia. Con eso es suficiente. Ahí, en las cuatro páginas diamantinas, está su vida y su intelecto. La esencia colombiana y latinoamericana. Y ante todo: ¡su corazón!