* Crítica escasez de alimentos y de electricidad
* Crecen protestas y fugas masivas de población
La semana pasada volvieron a estallar marchas ciudadanas en Cuba. No ocurría desde julio de 2021, cuando miles de personas salieron a las calles a protestar contra las muy precarias condiciones de vida en la isla. En ese entonces fue noticia mundial porque no se había registrado un hecho como tal en más de 60 años y porque, en una actitud típicamente estalinista, el gobierno pasó de la sorpresa a la reacción, persiguió y encarceló a miles de los organizadores y condenó a 300 personas, 36 de ellas a penas de prisión de entre 5 y 25 años.
Esta vez las protestas se desataron en forma espontánea en Santiago de Cuba y en Bayamo a los gritos de “Abajo Díaz-Canel” y de “Patria y vida”, el lema de las protestas de hace tres años. Más que una temeridad fue un acto de desesperación ante las consecuencias de la peor crisis de los últimos 30 años, que se expresa en el día a día en una dramática escasez de alimentos y las constantes y prolongadas interrupciones del servicio de electricidad, resumidas en el otro grito estridente que se oyó en las marchas: “Corriente y comida”.
Cuba está sumida en una sucesión interminable de crisis económicas y políticas desde el año 2020, que el gobierno intentó atender con reformas monetarias y de precios, así como con la devaluación del peso cubano, en busca de alinear los valores locales con los mercados internacionales, promover la reestructuración productiva y estimular la innovación.
Las metas de fondo eran disminuir la dependencia de importaciones y estimular al mismo tiempo las exportaciones. No funcionó, entre otras razones, porque su implementación coincidió con la pandemia del covid-19 que, además de los confinamientos, obligó al cierre de contactos con el extranjero, dando un golpe frontal al turismo, que es una de las principales fuentes de divisas. Como los demás países, Cuba tuvo que enfrentar por la crisis sanitaria global el encarecimiento de la comida y de los combustibles, al igual que las consecuencias de las alteraciones en las cadenas de suministro.
El gobierno se vio obligado a gastar buena parte de sus reservas, al mismo tiempo que se redujeron sus ingresos y no ha logrado retomar la estabilidad. La población ve disminuidos sus salarios y presupuestos por la inflación y martirizada su tranquilidad por la escasez, a lo cual se agregan en los últimos meses constantes cortes de la energía generada con termoeléctricas, afectadas por los altos precios y los recortados suministros de combustibles.
El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, dijo que la nueva ola de protestas fue animada por “grupos terroristas anticastristas” radicados en Estados Unidos, pero al mismo tiempo manifestó su disposición a “dialogar con el pueblo” acerca de las medidas en marcha para estabilizar la economía y las gestiones para conseguir combustible. En realidad, los cubanos las conocieron en carne propia porque comenzaron este año 2024 con el último ajuste económico, que elevó cinco veces los precios de combustibles y puso fin a la venta subsidiada de gasolina y diésel, así como de varios bienes, incluyendo alimentos de la canasta familiar básica, como azúcar, arroz, café y huevos.
Aumentos de precios y recortes de subsidios no parecerían la fórmula más prudente para encarar una crisis en un país que sigue presenciando el éxodo masivo de su población y que enfrenta un grado de necesidad de tal magnitud que obligó al gobierno a pedir ayuda, por primera vez, al programa de alimentos de la ONU para que suministre un kilogramo de leche al mes a niños menores de siete años.
El gobierno defiende su plan de ajuste, que concibe orientado a reducir el gasto público para focalizar mejor los recursos. “No es la implementación de un paquetazo neoliberal contra el pueblo”, dijo el primer ministro, Manuel Marrero. Pero lo que se vio en los últimos días en Santiago y en Bayamo es que a la gente común no le interesan temas como la estabilización macroeconómica, aumento de ingresos de exportación, corregir déficit de divisas, diversificar bienes y servicios ni recuperar inversión extranjera, como busca desesperadamente el brutal e ineficiente régimen cubano. Quizás no les interesa en absoluto mientras no tengan comida para poner en su mesa y mientras deban padecer, además, cortes de energía cada cuatro horas. “Corriente y comida”, ese es su grito.