De error en error... | El Nuevo Siglo
Miércoles, 2 de Septiembre de 2015

*La derrota colombiana en la OEA

*Falso que el continente nos haya dejado solos

LA  derrota sufrida por Colombia en la Organización de Estados Americanos (OEA) es, en primer lugar, una derrota reglamentaria. Si se sabía, de antemano, que debía contarse con la mayoría de los miembros para autorizar la reunión de cancilleres, a fin de tratar la crisis fronteriza con Venezuela, era a todas luces obvio que debió prepararse el ambiente para obtener el resultado. Un voto más o un voto menos, hacen, por supuesto, la diferencia en casos como este. Y si se necesitaba un tiempo para ello, era lógico, asimismo, que primero se abriera el debate a nivel de embajadores, en lugar de centrar toda la política en la exigencia de una reunión de otra índole, que podía ser posterior.

Grandes temas internacionales, evidentemente, se manejan a nivel de embajadores, porque para eso están. Sobra recordar, por ejemplo, el desempeño del embajador de los Estados Unidos en la ONU, Adlai Stevenson, cuando la crisis de los misiles en Cuba, desconcertando al embajador soviético y mostrando una habilidad parlamentaria desconocida. Ello fue lo que permitió, posteriormente, que se pudiera abrir un “Back channel” entre el ministro Robert Kennedy, delegado presidencial, y el embajador ruso, en Washington, aceptando finalmente  Krushchev el retiro del armamento nuclear. Prácticamente no hubo cancilleres de por medio.

El error colombiano estuvo en no usar el escenario de la OEA como la tribuna abierta donde el país pudiera expresar su opinión y recibir los respaldos declarativos que sin duda alguna pudo haber tenido. Pero, al desconocer los intríngulis reglamentarios, se prefirió una votación para una inocua asamblea de cancilleres, cuando de antemano lo que se necesitaba era una extensa solidaridad continental. Como en efecto pudo haber ocurrido, de haber entendido correctamente el teatro político.

De manera que, no es necesariamente que Colombia está sola, sino que no se tuvo la habilidad para haber dado curso a la ambientación favorable a la posición colombiana. No es cierto, por lo tanto, ni que el continente nos haya dejado solos, ni que la OEA no haya estado a la altura, ni tampoco es válido el expediente de andar echando culpas a la topa tolondra, a Panamá o a quien se ocurra, sino que se cometió un nuevo equívoco en el manejo de las relaciones internacionales.

Porque, en efecto, la respuesta colombiana al reto de Nicolás Maduro ha sido, por decir lo menos, nebulosa. Desde el mismo inicio de la crisis faltó, por ejemplo, una alocución presidencial formal y televisada, para todos los colombianos, denunciando las tropelías de Nicolás Maduro contra nuestros nacionales e informando debidamente cuál sería la conducta colombiana, que no podía ser ninguna diferente a recurrir, ciertamente, a las vías diplomáticas, pero no en el sentido de contemporizar con el gobierno venezolano, sino de interponer las demandas pertinentes y legítimas para poner las cosas en su sitio. Y haber tramitado los hechos cumplidos a través de los elementos jurídicos para resarcir la dignidad, los atropellos y recuperar el sitial colombiano correspondiente.

No en vano, en cuanto a la OEA, dieciséis países, entre ellos los más importantes de América, votaron a favor de Colombia. Inclusive, naciones que por anticipado podrían considerarse a favor de Venezuela, como Brasil y Argentina, decidieron abstenerse.

De modo que no vale camuflar los errores diplomáticos con frases que no se compadecen con la situación real. Y, por el contrario, lo que hacen es zaherir aún más el sentimiento patriótico colombiano, ya de por sí quebrantado con la rémora y la pasividad.

Es cierto, desde luego, que es una derrota en toda la línea para el país no haber siquiera podido citar una reunión de cancilleres para exponer su posición. Pero, como se dijo, no había en lo absoluto necesidad de ello, cuando pudo haberlo hecho su embajador y recibir los respaldos correspondientes. De haberlo hecho así se podía haber aceptado una reunión bilateral con Nicolás Maduro, bajo la condición previa de levantar los hechos cumplidos.

Ahora, a causa de los errores diplomáticos, Colombia parece un país débil e incapaz de manejar la tormenta. Pero no es así. Tendrá ahora, sin la OEA de por medio, que recurrir a cada país amigo que respalde la posición colombiana. Por supuesto, por fuera del embeleco de la Unasur, y que le permita salir adelante después de la mella creada en su dinámica diplomática. Muy posiblemente, este triste episodio terminará en una reunión bilateral entre presidentes. Faltará tiempo para ello. En todo caso, lo que no puede es llegar allí Colombia pintada en la pared, mucho menos cuando tiene las principales democracias del continente de su lado. Los equívocos diplomáticos suelen pagarse caro. Pero no es el momento de continuar la cadena de errores. Hay que recuperar el rigor, la iniciativa, la sindéresis y el verdadero sentido de lo que significa la diplomacia.