Democracia vs. Autoritarismo | El Nuevo Siglo
Lunes, 20 de Abril de 2020
  • ¿Cuál es el futuro de la globalización?
  • Cuando las ideologías son de vida o muerte

Poner en entredicho la globalización por cuenta del virus que actualmente azota al mundo es un ejercicio que puede resultar temerario y abiertamente nocivo hacia el futuro. Desde luego, si estuviéramos en otras épocas menos interconectadas es posible que la expansión de la aguda patología desde China se hubiera demorado mucho más en su exportación a los demás países. Pero el problema no está ahí. De suyo, el asunto no radica en la globalización, sino en la mala gestión que se ha hecho de sus instrumentos y posibilidades. Mucho más, claro está, en un caso tan dramático como el que actualmente padece la humanidad cuando la mayoría del globo está en guerra contra un enemigo invisible e impredecible que cobra vidas a diario, en especial de los adultos mayores, por demás a partir de afectaciones persistentes y tan comunes como la hipertensión arterial y la diabetes.

Por eso es obvio que muchas miradas del orbe hayan puesto la lupa en China. Y es por ello también que paulatinamente parecería llegarse a una opinión consensuada según la cual la pandemia pudo haberse prevenido o haberse tramitado universalmente de mejor manera si el gobierno comunista chino hubiera alertado al planeta apenas supo del primer caso del Covid-19. De hecho, hoy existe una duda general en torno a las cifras que allí se dan sobre la pandemia. China, por su parte, ha proclamado una y otra vez haberse atenido irrestrictamente a la verdad y ha aducido también que cuando se enteró de los primeros contagios los comunicó inmediatamente a la Organización Mundial de la Salud.

Para quienes estamos acostumbrados a la democracia, es decir, a los pesos y contrapesos institucionales, con libertad de expresión y escrutinio público constante, inclusive en los temas de salud, no es posible creer a pie juntillas lo que dice, cualquiera sea el país, un gobierno endogámico y críptico como el característico de los regímenes comunistas. Y es ahí donde la globalización encuentra su principal problema porque el choque natural de las dos visiones políticas antagónicas no permite la colaboración humana en medio de la desconfianza recíproca. De hecho, el sistema democrático de libertades tiene la virtud, pero a su vez la dificultad de que, en general, solo encuentra el debido y completo engranaje en un mundo globalizado cuando todos los países practican la misma concepción de la vida en comunidad. Y esa asincronía ideológica es precisamente la que se está demostrando una distorsión insalvable en las pugnas frente al reto sanitario del planeta.

Al mismo tiempo, como las Naciones Unidas han mostrado su fracaso en generar una plataforma compartida por todos los países, puesto que no puede ir más allá de las simples recomendaciones, incluso sin siquiera haber podido hacer una reunión de emergencia verdaderamente efectiva, cada nación ha venido tomando sus determinaciones. De hecho, algunas como Alemania, Taiwán y Corea del Sur han mostrado una eficacia extraordinaria. Así las cosas, lo que ahora cuenta como elemento global sustancial es la solidaridad y ese ha de ser el norte que rija los destinos del orbe hacia el futuro. Lo peor, por el contrario, sería una involución hacia el aislacionismo y un archipiélago de países como islas, fenómeno que por lo demás desde ya podría avizorarse como un caldo de cultivo para nacionalismos peligrosos.

En el propósito de que ello no ocurra lo indispensable es defender con mucho mayor vigor y convencimiento los principios democráticos a nivel planetario. Hoy muchos líderes de los países occidentales critican, abierta o veladamente a China, pero se abstienen de señalar que al menos durante las últimas tres décadas se hicieron los de la vista gorda con lo que allí sucedía políticamente, favoreciendo la apertura económica y dejando ostensiblemente de lado los valores del sistema de libertades. De tal modo, se declinó la lucha ideológica por la democracia a cambio de la propulsión de la economía global al ensancharse el mercado chino. De forma que las quejas de alguna manera pueden tener un velo de hipocresía.

Esa podría ser una de las lecciones aprendidas, por desgracia en medio de la pandemia. El problema, desde luego, no está en la globalización, sino en el sistema en que ella debe soportarse. Demostrado está que el autoritarismo no es, para el caso, un método eficaz y que este ha sido el peor enemigo para lidiar la crisis sanitaria actual, porque de base palpita la desconfianza. Y sin confianza no puede haber sistema que valga. Por eso tal vez hoy las ideologías cuenten como nunca antes, mucho más siendo un asunto de vida o muerte.