Desnacionalizar el Senado | El Nuevo Siglo
Jueves, 20 de Noviembre de 2014

* La proterva circunscripción nacional

* La corrupción como resultado de la Carta

 

 

Existe consenso general, salvo por supuesto en el Congreso y en particular en el Senado, sobre la circunscripción nacional como una extravagancia del sistema electoral colombiano. Craso error, desde luego, de la Constitución de 1991 que convirtió un tema eminentemente para las minorías, sean por ejemplo indígenas o afrodescendientes, en una subrepticia y desquiciada ley para las mayorías. Y con ello, a su vez, se desdibujó irremisiblemente el sistema representativo colombiano.

Se dijo, entonces, que los senadores, teniendo origen nacional, es decir, que se podía votar por ellos en cualquier parte del país, tendrían un desempeño de alcance extraordinario. Pero, corrido el tiempo, el concepto se ha demostrado vano porque ni existen senadores nacionales o los pocos que hay en todo caso deben su fortaleza a determinada región, ni las formas de su elección tienen nada que ver con sus atribuciones, idénticas a las épocas de las curules regionales.

De manera que la circunscripción nacional, además de un embeleco de algún inteligente que uso la Constitución de laboratorio, se ha confirmado, no sólo desconceptuada, sino nociva. Y así es, precisamente, porque en época electoral los candidatos se desbocan, pican en una o varias regiones, consiguen bolsas electorales extramuros, invierten en ello lo que sea menester para cuadrar su curul y jamás vuelven a aparecer ante sus votantes.

Flor de un día, la representación de quienes así sufragaron queda expósita, sin vocería, en tanto los senadores consiguen los escaños de modo furtivo, en una oscura esquina donde logran conquistar la “voluntad” de algún diputado, un edil bogotano, un presidente de Junta de Acción Comunal, que jamás han visto, pero que termina siendo el redentor anónimo e infalible de sus aspiraciones. Y todo tan práctico, tan pragmático, que no hay siquiera necesidad de echar el consabido discurso, ni reunir las comunidades o por lo menos conocer los requerimientos lugareños, sino que es suficiente con el pacto, ya verá el “líder” como cumple el compromiso electoral acorde con las preciosas inversiones.

Millones de votos elección tras elección, desde 1991, han quedado así en el aire. Han servido, naturalmente, para el cómputo, la cifra repartidora, el escalafón en las listas y la victoria, pero antes de fortalecer la democracia, de consolidarla y de generar los vasos comunicantes indisociables con los electores, la han erosionado, despojándola de sus características representativas intrínsecas, todavía peor, envileciéndola al mejor postor.

Esa, en resumen, la intocable circunscripción nacional. Que, de hecho, no es circunscripción, ni nacional. No circunscripción, ciertamente, porque no obedece a la división territorial que obligatoriamente define el término; no nacional, porque si acaso llega a ser multi-regional.

Semejante tumefacción constitucional, que ha fomentado las corruptelas desde los mismos cánones normativos, nadie la ve, nadie la toca, aunque todo el mundo sabe de su tamaño y nocividad. ¿Por qué? Fácil. Porque en ella se ha encontrado el mecanismo apropiado para la cuadratura del círculo electoral, recabando votos aquí y allá, como quien llena un costal, por descontado sin la dialéctica que supone el esfuerzo de transmitir las ideas, explicar las convicciones, desplegar el carisma y establecer una relación democrática, eximiendo, por lo demás, la responsabilidad y el compromiso de representar efectivamente la opinión política.     

Ahora, en la llamada reforma de equilibrio de poderes, no se toca la circunscripción nacional, como en principio se propuso. De nuevo su monumento, como un elefante, se pasea en el hemiciclo parlamentario, sin siquiera pincharlo. ¡Cuidado! Que ahí está la razón de ser del Senado. Y no es con evasivas, como la de crear senados regionales para pequeños departamentos, como se va a resolver el problema. No. La circunscripción regional, propia del sistema representativo en la que se promueve la acción política directa y el escrutinio público, debe generalizarse.

Las elecciones senatoriales, bajo la circunscripción nacional, se han vuelto un baúl de anzuelos, un garito cuatrienal, una pesca milagrosa que nada tiene que ver con la política. Y hasta que ello no se entienda, nadie podrá quejarse del sótano, en los sondeos, en que se hallan los partidos políticos y el Congreso.