¿Dónde queda el “centro”? | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Agosto de 2021

* Hacia una democracia activa y permanente

* El punto central es el sentido de lo humano

 

Es curioso que ahora muchos políticos quieran apropiarse de lo que se denomina el “centro”, pero que en realidad no exista una definición clara de lo que esto significa. Por lo pronto, parecería una simple posición táctica a fin de situarse contra lo que en Colombia es la representación, cierta o falsa, de los extremos. Es decir, el pensamiento encarnado en el llamado uribismo o petrismo que, de tal manera, también son la derecha y la izquierda.

Bajo ese imaginario, que permite acomodarse fácilmente en el difuso espectro de la política colombiana, se van dando las opiniones de los candidatos que no quieren ser asociados con ninguna de esas dos alas. De este modo, el desarrollo ideológico de una propuesta centrista no nace de una expresión conceptual precisa, sino que termina explicada a partir, no de las ideas, sino de un posicionamiento reflejo. Y eso, en buena medida, también erosiona el debate político.

Desde luego, una posición política no está solo definida por lo que se quiere ser o representar. También es válido aproximar el asunto para dejar en claro lo que está totalmente descartado dentro de una doctrina básica determinada. El problema, sin embargo, tal vez no sea esa división caprichosa de la ideología política entre derecha, izquierda y centro, que más bien parece una tara heredada de la época de la revolución francesa y que de alguna manera se ha revivificado en el país un poco a contracorriente de sus realidades que necesitarían propósitos comunes en vez de calambures ideológicos. Por demás, división que, después de siglos, antes que calidad y claridad en los conceptos, genera, por su parte, una nebulosa sobre los verdaderos alcances de lo que se propone.

Ahora bien, tampoco podría desconocerse que tanto aquí, al igual que en muchas partes del planeta, lo que se viene dando, en el fondo, es un debate de cómo pasar del modernismo al llamado posmodernismo, si es de aceptarse esta terminología. En todo caso, lo que parece una evidencia consiste en que el mundo surgido de las revoluciones políticas decimonónicas y de la revolución industrial ha sido, en buena parte, desbordado por la herencia dejada en la revolución tecnológica, con la que ha iniciado otra etapa histórica. De manera que, en estos términos, en los que se discuten todos los frentes previos, y el colectivo tiene fuertes visos de deshumanización para dar curso abierto a la robótica y la inteligencia artificial, entre otros, la política cobra una importancia inusitada si ella en verdad pretende canalizar el sentido de lo humano.                

En ese caso juega un papel primordial el tipo de democracia que se quiere. Porque al mismo tiempo está claro que el sistema democrático universal, que venía dado simplemente por la mayoría numérica para hacer las leyes, elegir a los gobernantes y tomar las decisiones corporativas, así como organizar la estructuración de los mecanismos estatales y la equivalencia de derechos y deberes ciudadanos, ya no es suficiente.

Sería pues en esa dirección que hoy la noción de la democracia colombiana cobra una importancia cardinal. Es obvio, por ejemplo, que con solo el Parlamento ella ya no se basta; ni que es posible avanzar con una justicia presa de la corrupción; ni mantener una clase política en entredicho por lo mismo y sin mecanismos adecuados de representación; ni, en general, con un Ejecutivo tímido en escuchar las vicisitudes populares cotidianas, por demás ahora determinadas por la cultura del tiempo real. Ahora de lo que se trata, además de tener el vigor de romper estas anomalías, es de conseguir una democracia activa, permanente, que no esté definida por ciclos momentáneos y que rinda cuentas.   

Valga decir, en esa dimensión, que tampoco habría que descartar para nada el último esfuerzo de modernismo colombiano en lograr una Constitución, además de consenso. Y que, por supuesto mucho más allá de derecha, izquierda o centro, tiene soportes comunes que no obedecen a ese divisionismo ideológico, sino que es patrimonio de todos los colombianos: el Estado Social de Derecho.

Es muy posible, claro está, que haga falta más Estado Social y desde luego es de anotar que el Estado de Derecho está cada día más débil y hoy es casi inexistente, con todo lo que ello significa en la erosión de la autoridad institucional. De manera que en el desarrollo de esos dos aspectos indisolubles existe, por descontado, todo un programa político para aquí y ahora. Y es ahí donde radica el tan cacareado centro, sin necesidad de ostentación política alguna ni de apropiación ideológica diferente a lo que ya es un mandato.