* Vaivenes de un fenómeno político
* El vocero de la cultura ciudadana
Algunos, tal vez muchos, pensaron que la salida a la situación de Bogotá estaba en una persona que conociera el monstruo por dentro, jamás se hubiera dejado cortejar por el poder inmediatista y hubiera combinado experiencia administrativa y financiera con orientación pedagógica. Así lo había hecho al demostrar cómo desde la filosofía y la academia era posible modificar los criterios imperantes, participando en algo tan desprestigiado como la política, llevándola a una praxis diferente (no en la teoría tantas veces cacareada) como instrumento esencial de la polis. Esa persona tenía, y tiene, un nombre lituano, totalmente extraño al español, que de tanto sonar se volvió común y cercano: Antanas Mockus Sivickas.
Una persona, ciertamente, que en el transcurso de casi dos décadas se convirtió en un fenómeno político que había copado un espacio novedoso, creado por él mismo con base en un lenguaje argumentativo y simbólico absolutamente inédito, dentro del cual no sólo se proscribía el clientelismo, sino también el proselitismo soportado en los chorros de dinero, las fachadas publicitarias y la retórica inocua, alejado del llamado establecimiento, de los medios de comunicación formales, de los discursos veintejulieros como del engranaje tradicionalista. Era, a no dudarlo, un verdadero independiente, diríase un outsider en toda la línea, cuya carrera no se debía a nadie, ni a favorecimientos o preferencias intempestivas, sino a sus convicciones y un electorado expectante de sus formulismos. No tenía evidentemente pretensiones de líder en cuanto a ejercer preeminencias, sino de profesor con actitudes de toda índole, que citaba a Pico de la Mirandola en sus discursos administrativos, había mostrado el trasero a un sartal de estudiantes bulliciosos que se habían quedado sin argumentos y no tenía empacho de hacer públicas sus intimidades como la osadía de casarse en un circo montado en un elefante frente a tres clérigos, católico, musulmán y judío, aun si fuera demostración de ecumenismo irreverente y tropical. Esa persona, cuando tuvo por dos veces la ciudad en sus manos, jamás produjo el mínimo escándalo por corruptelas y, por el contrario, le granjeó un modelo de pedagogía envidiable con base en la no transacción de la ley y los principios, con un criterio de autoridad bastante acendrado, al mismo tiempo que la había puesto a pagar tributos, incluso a gusto, dentro de la plataforma pedagógica por él señalada, donde preponderaba el debate y los argumentos, y nunca transó con el Concejo Distrital, por puestos o canonjías, uno solo de los incisos de los proyectos.
Bogotá marchó, cambió y fue exaltada en el mundo como un modelo urbano original y sin precedentes. Tal vez por una cosa esencial, no sólo por sus consignas contra “el atajo”, el “todos ponen” o los “recursos son sagrados”, tampoco por sus actitudes polémicas, sino por demostrar que de la filosofía y la cultura podía nacer y prosperar una sana administración pública. Era ello lo que parecía pretenderse de una tercera aspiración de Mockus a la alcaldía, en donde no era dable dejar expósito el espacio en que ello, la filosofía y la cultura, tuviera el escenario que se había mostrado tan plausible en otras ocasiones, mucho más en un momento crítico como el actual. No había sido fácil. Muchas vueltas hubo de dar para finalmente, hasta hace apenas unos días, ganar las demandas de inhabilidad. Y fue ahí, cuando apenas comenzaba la liza real y estaba bien posicionado, que se retiró. No se supo si por algún desgaste de salud, o cualquiera otra circunstancia similar, lo que sería comprensible, pero el escenario quedó libre de su nombre al adherir a Gina Parody, justo en momentos en que se inician los trabajos de campo de las verdaderas encuestas. Tiene ello un doble sabor. Uno en el que se retira por lo menos dejando una reserva y otro, que se abandonaron las naves en mitad del camino.