* Implicaciones del relevo Mejía-Rodríguez
* La institucionalidad, garantía de continuidad
Los tratadistas suelen decir que a las organizaciones internacionales les pasa lo de los vinos, que con el paso del tiempo van cogiendo mejor cuerpo y madurando sus mejores características ¿Le ocurre lo mismo a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur)? La pregunta viene a colación ahora que Colombia, por intermedio de la excanciller María Emma Mejía, se encuentra a punto de entregar el cargo de la Secretaría General del ente subcontinental a su homólogo venezolano Alí Rodríguez. Como se recuerda, un año atrás, tras la muerte del titular del cargo, el exmandatario argentino Néstor Kirchner, se generó un pulso en torno de quién sería el sucesor. Tras una campaña en la que el móvil geopolítico era más que evidente, las inteligentes movidas políticas y diplomáticas de los presidentes de Colombia y Venezuela llevaron a una decisión calificada entonces como salomónica: ambos países se dividirían el período restante, de forma tal que Mejía estaría un año y luego le entregaría el cargo al dirigente venezolano, considerado ficha clave del chavismo. La región aplaudió la fórmula y la puso como ejemplo de cómo gobiernos que estaban ubicados en orillas políticas e ideológicas distintas, eran capaces de conseguir consensos en pro de la integración regional.
El período de Mejía está por expirar y en algunos sectores suramericanos surgen dudas y reservas acerca de si la llegada de Rodríguez podría significar un revés en la tarea de maduración y fortalecimiento institucional de la Unasur en los últimos tiempos, en especial en los avances concretos para evitar que la entidad subcontinental terminara matriculada en el llamado “socialismo del siglo XXI”, tendencia política que no sólo se ubica en la otra orilla de la estadounidense, sino que lleva la vocería de los gobiernos de izquierda populista que se apuntalaron desde la década pasada en países como Venezuela, Ecuador y Bolivia y que luego hicieron bloque con Nicaragua, Cuba y otras naciones caribeñas. Sería ingenuo desconocer que la Unasur vio la luz con una carga ideológica muy fuerte e incluso Colombia la veía con cierta precaución y reserva al ser evidente que tenía una motivación casi que contestataria frente a la Casa Blanca y otras democracias de centro y centro-derecha en el continente. Igualmente era claro que el eje de naciones chavistas quería proyectar a la Unasur como una especie de ‘rival’ de la Organización de Estados Americanos (OEA), sin duda el principal y más importante foro de integración y discusión de este hemisferio.
¿Existe realmente el riesgo de que la Unasur ‘gire’ de nuevo al socialismo y la izquierda radical? Al decir de los analistas y los propios gobiernos que la integran, la entidad subcontinental tiene ya una hoja de ruta trazada, objetiva y en proceso de maduración, que impide politizar su agenda o matricularla con determinada tendencia e intereses. Clave de ello es la institucionalidad que ya funciona en su interior. Hoy la Unasur cuenta con una estructura de Consejos muy amplia y, sobre todo, con un carácter técnico primordial: Defensa, Salud, Economía y Finanzas, Energético, Electoral, Desarrollo Social, Infraestructura y Planeamiento, sobre el Problema Mundial de las Drogas y el de Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología e Innovación. De igual manera activó otras dependencias como la Secretaría Técnica sobre Haití, un Centro de Estudios Estratégicos de Defensa, el Instituto Suramericano de Gobierno en Salud y hasta un Grupo de Trabajo sobre solución de Controversias e Inversiones. Cada una de esas instancias ya tiene una agenda concreta y medible. Por ejemplo, ayer arrancó en Cartagena una cumbre ministerial para definir estrategias de lucha contra el delito transnacional y la próxima semana se conocerá el trascendental informe sobre el gasto militar de la región, que sin duda significará un avance muy importante para una parte del continente en donde después de las movidas geopolíticas de la última década se empezó a temer una presunta carrera armamentista.
En ese orden de ideas se podría concluir que la Unasur, como los vinos, ha ido tomando cuerpo y solidez, tiene una institucionalidad más fuerte y un perfil técnico que poco a poco ha ido quitándole espacio a la coyuntura y la ideologización de su agenda. Así, el relevo de Mejía por Rodríguez no debería significar un riesgo o un retroceso en ese proceso de estructuración. Si ello se llegara a intentar sería un golpe grave al futuro del ente subcontinental, pero, afortunadamente, el mapa geopolítico vigente difícilmente dejaría progresar algo así.