El tinglado venezolano | El Nuevo Siglo
Jueves, 27 de Marzo de 2014

*La sombra de Robespierre

*Asamblea aumenta poder

La  crisis en Venezuela se agudiza, sigue la represión y aumentan las barricadas en las calles. Al remedo democrático que se mantuvo en los gobiernos del comandante Hugo Chávez, le sucede la represión estimulada por el actual Jefe de Estado en las casi diarias arengas con las que suele condenar  a la oposición, ordenar detenciones que avalan luego los jueces  y convocar a los suyos al enfrentamiento de clases. No se trata de nada nuevo, ya en la antigua Roma los Gracos, aplaudidos por los desposeídos y ambiciosos, les pedían a los poderosos que repartieran su riqueza y distribuyeran sus bienes por las buenas o por las malas entre la plebe. Era el partido popular contra la poderosa Roma, enriquecida con el saqueo de las posesiones que conquistaban sus legiones. Allí puede estar el origen remoto de la lucha de clases en lo político, cuando los dirigentes pretenden acrecentar su poder movilizando a los de abajo contra los de arriba, con la finalidad de producir un cambio brusco por medio de la violencia. Modernamente la lucha de clases se consagra en tiempos de la Revolución Francesa, cuando las ideas de Descartes y, en especial, las de Voltaire y Rousseau, se propagan y reciben el aplauso de los poderosos, de la nobleza y de los príncipes. Llega un momento en Francia en el cual pareciera que los poderosos están con las ideas subversivas de moda, ellos  aplauden las obras de teatro en las que se burlan y hacen escarnio de los que mandan.

Se cree que el conde de Mirabeau podrá manejar a un tiempo las multitudes que aspiran al poder y controlar los hilos de la política para que la monarquía salga indemne al moverse al borde del abismo. Mirabeau, prematuramente, muere. El coloso se va y la esperanza de la realeza se esfuma. Le suceden sombríos personajes que se harán famosos por abusar del poder desde la Asamblea. Desde el Comité de Salud Pública, controlado por Robespierre, parten las órdenes de detención, persecución y muerte contra los más poderosos, contra cuantos se opongan a sus designios. Robespierre entiende el terrible poder que puede tener una Asamblea cuando la manejan hombres sin escrúpulos en nombre de la voluntad popular. Ese elocuente abogado de provincia y famoso resentido, que no era nadie cuando llegó a la Asamblea, al convertirse en el más radical defensor de los derechos humanos y de la supuesta moral pública, se transforma en el más poderoso de los franceses, que osa pedir la ejecución del Luis XVI.

En la Venezuela de hoy, la clase dirigente, la clase media y el pueblo son pacifistas, abominan de la violencia. Incluso la oposición, con Leopoldo López a la cabeza, frente a la presión de las milicias armadas proclama la protesta pacífica. Ese es el significado mediático de su entrega a las autoridades por la restauración de la democracia y la justicia. En defensa de los postulados de paz y la liberación de los dirigentes estudiantiles del Táchira, detenidos sin fórmula de juicio, salen las multitudes que colman las calles y son reprimidas con brutalidad, se sacrifican por sus ideales y dejan casi un centenar de muertos en un mes. La población  monta barricadas en casi todas las ciudades, que suelen ser derribadas por las pandillas de motorizados una y otra vez, puesto que en distintos lugares se levantan otros focos de resistencia pacífica.

El régimen, a su vez, consigue el respaldo de los cubanos que son expertos en “seguridad”. Y desde la Asamblea Nacional, su presidente,  Diosdado Cabello, sigue los pasos de Robespierre. Se trata de defenestrar a sus pares, de intimidar a todos, de concentrar el poder, de desconocer la Constitución que dice defender, para, desde esa instancia que debiera ser el templo de la democracia representativa, extender la represión y predominio en otros entes del Estado. Por lo que públicamente execra, condena y destituye ilegalmente a la diputada María Corina Machado, por acudir a la OEA con el valiente apoyo de Panamá a denunciar las desgracias que abruman la democracia de su país y las masacres. No se espera ni siquiera a que llegue a Caracas y pueda defenderse: el Presidente de los Diputados y sus mayorías la expulsan de la Asamblea. En el momento de escribir estas líneas peligra su vida y no se sabe si al regreso ha sido detenida para acallar su voz.