*Especie de ‘estado supranacional’ absolutista
*Reforma a fondo vs. ajuste cosmético
Los tratadistas en política suelen advertir que no hay nada peor que los Estados absolutistas, ya que estos no permiten ningún tipo de control, veeduría, contrapesos institucionales ni toleran instancia alguna que los sancione y garantice la transparencia de su accionar, por lo tanto son terreno abonado y premeditado para que se instale y afinque la corrupción y el despotismo. Y eso, precisamente, parece ser en lo que terminó convertida la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), hoy en el ojo del huracán tras destaparse, a partir de las investigaciones de la Fiscalía estadounidense y otro proceso por su par suiza, uno de los escándalos de corrupción multinacionales más grandes de los últimos tiempos.
Para nadie es un secreto que la rectora del balompié mundial se constituyó década tras década en una especie de ‘estado móvil’ con jurisdicción supranacional, que utilizó el poder derivado de manejar todo lo relativo al deporte más popular y practicado del planeta, para imponer sus reglas a casi la totalidad de las naciones, llegando al extremo de advertir que no toleraba ni admitía ningún tipo de intervención de las autoridades locales en las federaciones nacionales afiliadas, so pena de excluir al balompié del país ‘infractor’ de las competencias internacionales.
Se cuentan por decenas los casos en los que la FIFA, pese a ser una organización deportiva de régimen privado, forzó a gobiernos a reversar medidas oficiales y legítimas de control e intervención en las federaciones de fútbol. Ni los entes multilaterales como la ONU tienen tal poder de imponerse o blindarse automática y precautelativamente ante determinaciones soberanas de orden nacional. La FIFA, en suma, se erigió en una especie de ente supranacional, autónomo al cien por ciento y blindado ante cualquier tipo de vigilancia externa. Ello no podía terminar en algo distinto a un ‘estado móvil absolutista’ a escala global, que maneja uno de los más lucrativos negocios modernos, con reservas hoy por hoy superiores a los 1.500 millones de dólares y que sólo entre 2011 y 2014 facturó 5.700 millones de dólares, derivados en su mayoría de ingresos por derechos de transmisión del fútbol. De allí que fuera un terreno abonado para la corrupción al más alto nivel, como lo evidencian los apartes de las investigaciones reveladas esta semana, en donde los sobornos por adjudicación de sedes de campeonatos y copas, definición de patrocinios y asignación de contratos de explotación mediática son tan millonarios como burdos, pues se habla de maletas llenas de dinero, lavado de activos, paraísos fiscales y un amplio menú de prácticas propias de organizaciones criminales de tipo mafioso.
Visto todo lo anterior, es obvio que la única forma de depurar a la FIFA es derrocar el estado ‘absolutista’ que se hizo a su control. Pero ello va más allá del obligado paso al costado del cuestionado Joseph Blatter, sin importar lo que pase en la elección hoy del Secretario General de la rectora mundial del fútbol en Suiza. Es necesaria una depuración a fondo de la entidad, sea quien sea su timonel. Una reforma estructural que no sólo toque a la estructura jerárquica, empoderando los sistemas de control y veeduría interna y externa, sino también se extienda a las confederaciones continentales, pues es claro que sin la participación de los titulares e integrantes de éstas, habría sido imposible que la corrupción se enquistara a tan alto nivel y con la magnitud de penetración denunciado.
Pensar en que con el enjuiciamiento y posible condena de diez o veinte altos directivos de la FIFA, confederaciones, federaciones y empresarios privados, la crisis se supera, es ingenuo. La credibilidad misma del fútbol es la que quedó en el ojo del huracán, pues en adelante cualquier polémica que se presente alrededor de tal o cual decisión en la que intervenga la cúpula de este deporte, ya sea mundial, continental o local, dará lugar a un clima de sospecha, haya o no razón para ello. Se requiere, por tanto, un borrón y cuenta nueva en la FIFA. Cualquier medida de transparencia o ajuste inferior a esa dimensión, será considerada superficial y de corto alcance. Claro, si es que el objetivo de la reingeniería es salvaguardar el balompié de los vicios de los negociantes. Porque si no es así, lo más seguro es que las reformas sean apenas cosméticas y la corrupción solo baje sus banderas por un tiempo.