* Mayor amenaza económica al país
+ Plan de choque integral y ordenado
Las cifras del DANE sobre la inflación de marzo y la acumulada este año, aunque esperadas, no dejan de ser altamente preocupantes. Para el tercer mes de 2022 se registró una variación en el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del 1% y de 8,53% en el primer trimestre. Todo ello junto a una explosiva variación anualizada del 25% (marzo 2021-marzo 2022) para el rubro de alimentos.
Como van las cosas, al terminar abril la inflación se habrá devorado en apenas cuatro meses el ajuste del salario mínimo decretado para este año, que fue del 10%.
Son varias las reflexiones sobre esta alarmante situación. En primer lugar, la inflación en Colombia y en el resto del mundo- pues es bueno comenzar por anotar que no es un fenómeno únicamente nuestro- es quizás el mayor desafío que enfrentan las economías en este tormentoso 2022. Obviamente afecta con más crudeza a los más pobres de la sociedad.
El alto costo de vida tiene efectos seriamente regresivos en términos sociales. Es posible que cuando salgan próximamente las cifras actualizadas de pobreza -en lo que trabaja el DANE- se observará un incremento grande en este índice y en el de indigencia, que ya venían subiendo por razones asociadas a la pandemia, pero que ahora resultan agudizados, sobre todo por la carestía de los alimentos.
La inflación distorsiona también las mejores decisiones de inversión de la sociedad, pues impide que los ahorros fluyan hacia los rubros más potables y atractivos desde el punto de vista social y económico. La especulación pelecha y los esfuerzos para avanzar hacia mejores índices de productividad se estropean. En síntesis: un IPC desbordado es quizás el peor de los males que puede golpear a un país.
Los expertos prevén que el segundo semestre será menos drástico que el primero. Ojalá sea así, ya que de no mejorar el ritmo de los indicadores de precios podríamos encontrarnos al final de 2022 con la triste paradoja de que habremos roto -para mal- el patrón que logramos establecer con mucho esfuerzo desde 1999: una inflación de un solo dígito.
¿Qué debe hacerse? Hay que comenzar por reconocer que el problema es grave y tiende a agravarse. Y urge evitar a toda costa aquellas decisiones o mensajes que aticen las expectativas inflacionarias. Esto porque las variaciones de precios tienen a menudo un alto contenido sicológico. No todo es asunto de los técnicos: los orientadores de la mentalidad social tienen mucho que decir y hacer.
De igual manera, hay que dejar actuar al Banco de la República y respaldarlo en lo que viene haciendo. La lucha para preservar el poder adquisitivo de la moneda es la principal obligación de todo banco central serio. Hace poco el Emisor elevó su tipo de interés de referencia para ubicarlo en el 5%. Pero si tenemos en cuenta que la inflación anda este año en niveles ya cercanos al 9%, es claro que esa tasa todavía es protuberantemente negativa (casi 4 puntos porcentuales).
De manera que no debe sorprender que en sus próximas reuniones el Banco continúe elevando las tasas. Su responsabilidad es enfriar la economía en medio de esta fiebre inflacionaria. Y para ello se requiere apremiantemente -como lo vienen haciendo prácticamente todos los bancos centrales del mundo- sustraer liquidez a la economía. Liquidez que se incrementó durante el auge de la pandemia pero que ha llegado el momento de moderar.
Las otras medidas que se están implementando van en la dirección correcta, aunque algunas pueden lucir tardías: baja de aranceles para los productos importados, especialmente aquellos utilizados en la agricultura, como los fertilizantes y agroquímicos, o para procesos agroindustriales, como el maíz. Igual se debe facilitar al máximo el otorgamiento de crédito a las unidades productivas.
El combate a la inflación debe ser la conjunción de muchas acciones y no solo las del Emisor. En otras latitudes, en las que se traslada el precio externo de los combustibles al expendio de gasolina, hay un factor de malestar adicional que está incendiando países, como Perú en estos momentos. Nosotros, con buen juicio, hemos moderado la transmisión al consumidor doméstico del impacto de los altos valores externos del petróleo. Esto gracias al Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles. Pero hay consecuencias: esa cuenta acumula ya un protuberante déficit que podría llegar a fines del año a los 20 billones de pesos. Pero quizás este sea el costo que hay que pagar en términos de política fiscal para que no estalle la mecha de la insatisfacción ciudadana por la carestía, como ya está aconteciendo en otras latitudes.
Como se ve, la inflación es una hidra de mil cabezas, a las que hay que atacar decida y ordenadamente.