La cuenta regresiva | El Nuevo Siglo
Jueves, 10 de Octubre de 2013

*Técnicas de negociación

*Deshojando la margarita

Las  declaraciones del presidente Juan Manuel Santos sobre los tiempos del proceso de paz, en medio de la polémica que se armó por cuenta del decreto que produjo la Casa de Nariño, mediante el cual les devolvió la prima a los congresistas que había sido anulada para los que viven en Bogotá por el Consejo de Estado, han crispado los nervios de la población. En particular, por cuanto en estos días han ocurrido acciones sediciosas en algunas zonas estratégicas del país que denotan una cierta intensificación del terrorismo. Lo mismo que por el ataque a un helicóptero, del cual los testigos afirmaron que había sido derribado por un misil tierra-aire. Hecho que el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, se apresuró a desmentir. En coincidencia con las negociaciones en La Habana, el rumor de compras de armas y misiles por cuenta de las Farc persiste, lo mismo que se recuerda que  desmovilizados de esa agrupación en declaraciones que han divulgado los medios insisten en el tema de eventuales  compras de armas sofisticadas. Lo que indicaría el escepticismo y la desconfianza que prevalecen en el ánimo de las partes que dialogan en Cuba, como entre los negociadores del Gobierno que están en una situación similar. Y no es para menos cuando se trata de un conflicto armado de más de 50 años.

La experiencia muestra que en las guerras convencionales cuando uno de los bandos está derrotado militarmente y sin capacidad económica y moral de seguir la guerra, en relativamente poco tiempo se negocia la paz. Los militares y políticos derrotados, según los delitos que hayan cometido, consiguen la inmunidad o son juzgados. No ocurre lo mismo en el caso de negociar con un grupo subversivo que mantiene un cierto control territorial y un negocio tan cuantioso como el de los cultivos ilícitos, pese a que gran parte de su estado mayor o Secretariado ha sido eliminado; puesto que en países vecinos han encontrado refugio y desde allí dirigen las operaciones en territorio colombiano, como se probó en el caso del denominado canciller de las Farc, Raúl Reyes. Lo que comprueba el dogma que dice que: para que la subversión persista debe tener el apoyo de terceros países. Y lo peor es que la Corte Penal Internacional no  garantiza la impunidad.

Es evidente  que el concepto del tiempo que tienen los de las Farc y el Gobierno no es igual. Para los curtidos subversivos que han vivido por décadas en los montes y no han conocido experiencia diferente a la guerra, el tiempo es distinto y pueden esperar. En Colombia aún consiguen atraer desde la clandestinidad por la persecución o la fuerza jóvenes que llenen el vacío que dejan los caídos o los desertores. En tanto los gobiernos colombianos pasan, aun con la reelección. Por lo  que en materia de negociar con el sistema que experimentó Molotov durante la II Guerra Mundial, cuando se desempeñaba como canciller de Stalin, los tiempos juegan de manera distinta para las partes. Para la subversión es ganancia eternizar la negociación, puesto que se sienten legitimados  y de poder a poder, de igual a igual con la contraparte, algo que parecía impensable hace apenas unos años. Desde las guerras  atenienses de Pericles se sabe que la impaciencia del negociador juega en su contra. Lo que se conocía como la flema o autocontrol ha sido clave en la diplomacia en todos los tiempos, a menos que la presa esté acompañada de presiones militares reales y efectivas. Cuando se percibe que alguna de las partes está bajo la presión del tiempo para justificar la negociación y conseguir ventajas políticas, la otra se atornilla en sus reclamos y al estilo Molotov exagera sus pretensiones. Es lo que le paso a Estados Unidos en Vietnam.

Lo que se percibe en la actualidad es que los colombianos mantienen un creciente escepticismo sobre las negociaciones de paz, no sienten que un acuerdo de improviso contribuya a solucionar sus problemas  económicos. Quieren la paz como una conquista elemental de la civilización y el orden, pero se sienten más inseguros por cuenta del hampa desatada en las calles que por la violencia en la periferia del país, dando muestras de una insolidaridad ominosa con los sectores rurales que la sufren y con las Fuerzas Armadas que ponen los muertos por defender la sociedad. Así que por ahora la negociación no da votos y en cierta forma es un lastre cuando está en juego  la reelección.