* Omisión de una cultura colombiana
* Mazazo a la paz y cooperación social
Un fuerte aumento del cierre de empresas, durante el primer trimestre de 2024, no solo es indicativo de los problemas que aquejan a la economía, sino del desconocimiento que se tiene del temperamento colombiano.
En efecto, un documento de Informa Colombia, firma especialista en las dinámicas empresariales, señala que los cierres se incrementaron en 31 % frente al mismo periodo del año anterior. De hecho, también se presentó una declinación del 30 % en la generación de nuevas empresas frente a los índices del 2023, que ya eran decrecientes.
En este sentido, habría que recordar, en primer lugar, que el país tiene un gran resorte económico en la cultura asociativa de la población. Es un aspecto que no suele exaltarse, con tantas noticias negativas y agudas desorientaciones políticas que impactan el acontecer diario. Pero que, sin duda, o al menos a nuestro juicio, es una de las características positivas del modo de ser colombiano.
Ciertamente, no teniendo el país, en su trayectoria histórica, tantos recursos materiales como los que se aducen como si fueran una fuente infinita o que ahora se menosprecian sin atenuantes, los compatriotas han debido concentrar sus posibilidades, a lo largo de las generaciones, en el esfuerzo conjunto, los beneficios del trabajo y los resultados de la cooperación.
Es de allí, por su parte, de donde ha emergido una economía popular reconocida mundialmente que, por supuesto, va mucho más allá de los propósitos diferentes de las juntas de acción comunal. Y que para nada obedece a lucubraciones ideológicas ni apetencias politiqueras de último cuño, sino que, a partir de la costumbre, la disciplina y la práctica, logró convertirse, desde hace tiempo, en un elemento notable del talante sociológico del país.
Hace unas décadas, incluso, una prestigiosa revista económica internacional puso de presente estas facultades colaborativas de los connacionales, acaso invisibles internamente. En esa ocasión, sostenía el artículo que la economía colombiana podía asimilarse a la italiana. Pero con una diferencia, puesto que allí podía ser fácilmente entendible producto de la herencia funcional del imperio romano que, a más del concepto jurídico universal de ciudadanía, legó a la bota itálica (y a otras de sus dependencias territoriales) el criterio de asociatividad económica en pequeña y mediana escalas. Mientras en Colombia, en cambio, más bien esto se sujetaba a una fórmula social adoptada de modo natural.
De suyo, no solo en cuanto al cultivo e industria del café, sino fruto de una conducta generalizada. Además, bastante auténtica frente a la realidad de las regiones vecinas.
Será por esto, también, que los colombianos tienen, en América Latina (y otros países), fama de buenos trabajadores. En ese orden de ideas, la creación de empresas, de cualquier nivel y con base en la asociación prescrita, es una alternativa insoslayable. Todavía más frente a los rigores económicos que actualmente se sufren. Y cuya salida no puede ser, por su parte, lograr una perniciosa “corbata” esporádica en el Estado para cumplir con esa supuesta consigna mágica, ahora tan cacareada entre los altos heliotropos oficiales, de “vivir sabroso” con los gajes estatales.
No está por demás añadir que hoy la asociatividad económica prevalente en el mundo es la familiar. Nunca, como en la actualidad y en buena medida a causa de la irrupción contemporánea de China e India en el mercado, las empresas de este tipo son a la vez líderes y plataforma mayoritaria del movimiento económico y la generación de empleo orbitales. Según es conocido, ha sido cosa de décadas. No en vano toda empresa, salvo por fusiones o compras, comienza en un pequeño círculo para luego desarrollarse a medida que amplía su horizonte. Inclusive la aceleración que brindan las nuevas tecnologías es un aliciente para crecimientos más rápidos y sostenibles.
De acuerdo con el precitado informe, se dieron en el país cierres determinantes, entre el 59, 48 y 46 por ciento, respectivamente, en las empresas artísticas, de entretenimiento y recreación; en las de alojamiento y alimentación; y en las de atención de salud, higiene y bienestar. Por otro lado, en comparación con la creación de empresas en el primer trimestre de 2023, el ritmo se redujo en 49 % en las de agricultura y ganadería; 36 en las de comercio al por mayor y por menor; 30, en las de construcción; y 29 en las manufactureras.
Ante semejantes cifras, si en Colombia hubiera, alguna vez, una política decidida para promover la tendencia natural del país hacia la asociación empresarial, en lugar de desfavorecerla e invisibilizarla, muy de seguro otro sería el cantar. No basta, por descontado, con recurrir a accidentales leyes de quiebra porque de lo que se trata es de toda una estructuración anticipada, no forzada y permanente de estímulos y alternativas.
Para eso habría, primero, que tener fe en los colombianos. Y luego fomentar, sin distingos y con transparencia, el espíritu colaborativo descrito, con miras a la realización personal y colectiva, a desarrollar la innovación y a consolidar los emprendimientos. Que es precisamente lo que está lejos de ocurrir. Y donde radica la verdadera paz.