La democracia en América | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Octubre de 2013

Se evitó el default

El bipartidismo en política

 

La democracia de los Estados Unidos ha tenido desde la fundación de la República la tendencia al bipartidismo, heredada en cierta forma de las antiguas prácticas políticas del Reino Unido. Los anglosajones lograron un sistema político eficiente desde cuando la nobleza en una sangrienta rebelión le arrancó al rey Juan I la famosa Carta Magna. Gracias a este experimento, con reyes poderosos que representaban también el poder religioso a partir de Enrique VIII, encontraron una salida política institucional muy respetada en Occidente que permitió conservar la monarquía con democracia. Sistema en el cual dos tendencias políticas se disputan por siglos el poder, con rarísimas tercerías. En el Parlamento predominan el partido Tory y el Whigs de cuyo seno se escogen los miembros del gabinete junto con el Primer Ministro que  conforman el Gobierno. Naturalmente, esas dos fuerzas de la política tradicional tienen sectores de esas tendencias afines dentro del mismo partido, que internamente se disputan el poder y seleccionan a sus propios candidatos a la Cámara de los Comunes, que entran en disputa con el partido contrario por obtener la mayor representatividad posible en el Parlamento. Ese sistema ha perdurado con diversos altibajos políticos, desafíos sociales y guerras, preservando la monarquía y la democracia de estirpe conservadora.

El pueblo de los Estados Unidos se lanzó a la guerra de independencia para rechazar la imposición del Parlamento en Londres del impuesto al Té y la negativa de darles una representación proporcionada al número de habitantes en el Legislativo. La guerra de independencia de las trece colonias y el Gobierno que escogieron los fundadores de la democracia en Estados Unidos, como lo demuestra Alexis de Tocqueville, se produjo dentro de un movimiento de tipo conservador. Los estadounidenses estaban impregnados de las ideas políticas democráticas del siglo XVIII y por tener un Gobierno democrático propio dentro de un esquema conservador que les permitiera establecer un nuevo orden en libertad e independencia. El contraste entre la revolución conservadora que se hizo en Estados Unidos y las primeras repúblicas que se establecieron en Hispanoamérica, lo establece Hegel con claridad meridiana rara en sus escritos: “Al comparar América del Sur con América del Norte observamos un contraste asombroso. En Norteamérica somos testigos de una situación próspera. En Suramérica, por el contrario, las repúblicas dependen sólo de la fuerza militar, toda su historia es una revolución continua”. Lo grave del apotegma del filósofo alemán es que tristemente aún tiene vigencia. Y ese poderío militar contrasta con la ausencia de un Estado fortalecido como el que quiso crear el Libertador Simón Bolívar.

Así que la democracia de los Estados Unidos, cuyos orígenes se remontan al bipartidismo inglés, se fundamenta en la ley de los contrastes en política, donde cada partido tiene su talante y proyecto político que en cada campaña por la elección presidencial presenta sus tesis y propuestas para cautivar al electorado y obtener las mayorías que le den el poder. En tiempos de crisis político-económica los polos ideológicos se radicalizan más y la confrontación se torna a veces visceral, sin que por eso se derrumbe el sistema ni se desquicie la política. El Partido Republicano es contrario a la intervención del Estado de manera exagerada y por tanto rechaza el seguro obligatorio de salud como un atentado a las libertades individuales consagradas en la Constitución. En tanto, que el presidente Barack Obama con el apoyo de los sectores más radicales del Partido Demócrata entiende que tiene un mandato social, por lo que los más ricos deben ser pechados con mayores impuestos  para contribuir con el bienestar en salud de los más necesitados.

Los economistas republicanos consideran que ese es un asunto más individual que estatal, manifiestan que no existe un modelo de salud que frente al crecimiento de la población tenga posibilidades de garantizar su eficacia, dado que sistemas de salud como el de Inglaterra colapsaron en tiempos de la señora Margaret Thatcher, lo que se repite con el modelo español que hasta hace poco era un ejemplo para terceros países pero que, igual, se descuadernó. También desconfían del efecto demagógico que puede tener esa ley en el electorado de los Estados Unidos por un eventual tinte populista, que el Gobierno niega. Así como sostienen que a diez años el sistema podría naufragar. Como no se han podido conciliar estas dos posturas políticas antagónicas, la mayoría republicana en la Cámara se enfrenta a la mayoría demócrata en el  Senado, sin que se vislumbre un acuerdo político.

Y si bien es cierto, que al permitir que la Reserva Federal emita más deudas lo que evitó el default, en realidad como es un país federalista en el que cada Estado tiene su propio presupuesto, en ningún momento existió el peligro real de que se desplomara la economía o la productividad, puesto que quien se afectó más fue el Gobierno Central y sus burócratas, que, comparativamente, para mantener la eficacia de la administración de esa potencia, son menos que los de algunos gobiernos hispanoamericanos, así parezca paradójico.