La familia y la sociedad | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Febrero de 2014

Redimir a la humanidad

El Consistorio cardenalicio

 

Como recuerda San Agustín, la familia cristiana se fundamenta en el núcleo compuesto por María y José, padres de Jesucristo, el cual será un hijo ejemplar en cuyo humilde hogar se forma en los valores eternos que con el transcurso del tiempo transmite al núcleo de sus apóstoles y seguidores, con el objetivo de difundir el amor en un mundo en el cual imperaba la violencia oficial del Imperio Romano, el paganismo y la ley tribal del más fuerte, del ojo por ojo y diente por diente entre las naciones sometidas a las legiones imperiales. En la familia de Cristo se concentran las virtudes y el ejemplo educativo social que forman la estructura moral de Cristo. Es allí donde florece en medio de la pobreza material y la riqueza espiritual, quien va a propagar la doctrina de la redención de los esclavos y un nuevo horizonte espiritual para todos los seres humanos, por encima de las cadenas de opresión que sofocaban los intentos de defender la libertad y seguir el culto que éste predicaba. Los códigos que lega Jesucristo a la humanidad se basan en hacer el bien cuantas veces sea posible y ser solidarios con el prójimo, dotar de una armadura espiritual a los hombres que redime y a los cuales les promete el perdón de sus pecados y la salvación si cumplen los mandamientos de la Iglesia.

La doctrina cristiana se puede definir en una palabra: Amor. Ese mensaje, en un universo en el cual el derecho de guerra permitía esclavizar a los vencidos, se torna en enseñanza subversiva para los déspotas de esos tiempos aciagos. Se trata del amor a sí mismo, del respeto por la integridad humana, del amor con fundamento en el bien a la familia, amor a la sociedad, lo que implica el respeto por el otro y, por tanto, el ejercicio de la caridad para con los más necesitados. Esto en los momentos en que se presenta ese credo en un mundo en el que imperaba la ley de la espada y la brutalidad perversa de aniquilar al enemigo, se constituye en un verdadero milagro del verbo, destinado a influir positivamente en la humanidad a través de los siglos. Cristo no escribió, se expresó en parábolas y palabras sencillas de tal sabiduría que en todo momento sirven de apoyo a la expansión de la sociedad cristiana, hoy planetaria. No existe otra doctrina como la cristiana que haya favorecido de tal manera a los seres humanos para liberarlos del envilecimiento moral de siglos.

El Papa Francisco cuyos principios se inspiran en la visión primigenia de la familia cristiana y el ejemplo de Jesucristo, que ofrenda su vida por los principios que divulga, en su tarea misional de dirigir a la cristiandad cumple ese legado: la familia. La destrucción de la familia por cuenta del capitalismo salvaje y el materialismo ateo y egoísta conducen a la especie a la quiebra moral. El Papa sigue consternado muy atentamente los datos que le llegan de todos los lugares desde los cuales sus sacerdotes le informan de la degradación moral de la sociedad, en especial de los jóvenes, de la destrucción de la familia, del abandono de los hijos, el mal ejemplo y las tortuosas enseñanzas nocivas que se expanden como una plaga por los medios de comunicación. Ese fenómeno, que amenaza la sociedad en todos los países y estamentos sociales, se constituye en la peor enfermedad de nuestro tiempo. Los crímenes que se cometen, los abusos, las transgresiones de la ley, la corrupción, están empujando al hombre a la catadura moral de los tiempos primitivos, donde no se reconocían límites a la codicia, el egoísmo y la brutalidad homicida. Para poner freno a ese mundo desquiciado en el que se debate la humanidad convocó el Papa Francisco al Consistorio a 160 cardenales con la exclusiva finalidad de atender los problemas de la familia.

El marco de la reflexión del Consistorio lo resumió el Papa con realismo en las siguientes palabras: “Nuestra reflexión tendrá siempre presente la belleza de la familia y del matrimonio, la grandeza de esta realidad humana, tan sencilla y a la vez tan rica, llena de alegrías y esperanzas, de fatigas y sufrimientos, como toda la vida”. El Pontífice tiene la esperanza de que si se logra volver a la bondad y sencillez de la familia cristiana forjada en valores, ese milagro que se produjo en los albores de la doctrina cristiana podría repetirse en el siglo XXI.