La ordinariez en política | El Nuevo Siglo
Jueves, 26 de Septiembre de 2013

La ordinariez en política

*De la semiótica cuántica

*Falta de estilo y grandes propuestas

Cuando  se compara el lenguaje que utilizan nuestros políticos, sorprende la pobreza del mismo y el abuso de los adjetivos para insultar a los contrarios. Por lo general, no se debaten ideas, se rivaliza en insultos y en palabrotas para descalificar al otro. En alguna época no sin cierta ironía, pero con algún fundamento, diplomáticos acreditados en la capital  comparaba a Bogotá con Atenas,  no tanto por el número de los que se ocupaban en la política sino por la calidad de los dirigentes. Un estadista, famoso escritor como Rafael Núñez, gobernaba con sabiduría y grandeza. Un humanista como Don Miguel Antonio Caro, apoyado por el visionario de El Cabrero, ejercía el poder; igual que  el talentoso político, diplomático y escritor Carlos Holguín, cuya habilidad facilita el triunfo y la consagración de la Regeneración, régimen que  establece el Estado moderno en Colombia y la más larga etapa de paz de nuestra historia republicana.  En la oposición se destacaban políticos y escritores radicales de alto vuelo, incluso entre  los generales que acaudillaban los intentos por alcanzar el poder por medio de la fuerza, puesto que Núñez era imbatible en las urnas, descuella el general  Rafael Uribe Uribe, como un hombre de tesis, de argumentos  e ideas.

Durante los gobiernos de la Regeneración, desde 1882 a 1930, llegan al mando distinguidos representantes de la inteligencia nativa. Esa fue una época de notables juristas y letrados, que sorprende a los estudiosos extranjeros de la historia cuando comparan nuestros gobernantes desde Rafael Núñez, pasando por dos célebres hombres de acción como los generales Rafael Reyes y Pedro Nel Ospina, hasta el gobierno de Miguel Abadía Méndez, con los dictadorzuelos e impenitentes violadores de los derechos humanos que se treparon al poder en los países vecinos por la fuerza de las armas. Entre sus sucesores se encuentran elementos que en algunos casos memorables brillan por su erudición y el fervor con el cual defienden sus postulados, siendo la excepción los que caen en la vulgaridad del lenguaje. Hasta Jorge Eliécer Gaitán, rudo campeón del populismo y de la lucha  de clases, usa un lenguaje de combate pero inteligible. Y el más combativo de los oradores conservadores en el Congreso, Laureano Gómez, se expresa en el mejor castellano. Así como el hidalgo de Popayán Guillermo León Valencia. Lo mismo puede decirse de hombres que se destacan en la oposición o el gobierno, por el verbo o la pluma, como Alberto Lleras, Gilberto Alzate Avendaño, Alfonso López MIchelsen, Álvaro Gómez. Hasta el senador José Ignacio Vives Echeverría, quien sobresale por su diatriba tempestuosa en famoso debate durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, registra por el lenguaje que utiliza una riqueza de vocabulario que apenas obtienen unos pocos intelectuales, según lo demostró un estudio lingüístico que se hizo de sus intervenciones.    

La semiótica cuántica analiza por procedimientos estadísticos el vocabulario de las personas del común y de los personajes de gran relieve en la política o la literatura, procesando el porcentaje de vocablos que emplean para expresarse. Así como se ocupa en estudiar las diversas partes de la oración y las características sustantivas del estilo del autor, como su capacidad de comunicarse e influir en la sociedad. Se entiende que los elementos superiores en política contribuyen a elevar el nivel intelectual de sus seguidores y del medio en el cual se desempeñan. Como lo hicieron esos políticos citados, con diversa fortuna y en partidos distintos. Por el contrario, se establece que en los tiempos de involución, al retrogradar el lenguaje político a la ordinariez y la vulgaridad,  se desdeña la fría reflexión por la acalorada discusión  y el desvergonzado insulto.

Se presupone que para participar en política se requiere no solamente de ideas y ambición, de  una gran motivación de servicio  y una respetable catadura moral, sino un acervo de tesis y propuestas que los dirigentes  puedan presentar el público en un lenguaje claro, lógico en el análisis y dando muestras de  un mínimo de altura política, que es lo normal en los países civilizados. Mensaje que puede ser debatido, criticado y rechazado con la misma altura por los contrarios. Existen varios ejemplos memorables en nuestro país de esa capacidad de controvertir con altura en el Congreso como lo dieron en el famoso debate sobre el concordato Darío Echandía y Laureano Gómez; el de la pena de muerte entre Guillermo Valencia y Antonio José Res trepo.

La atonía del Congreso y de los resonantes debates se eclipsa un tanto cuando se pacta el Frente Nacional, que excluye temporalmente de los cuerpos colegiados a los bandos políticos que no están en ese gran acuerdo político, pero se reactiva cuando llegan elementos de distinta tendencia como el MRL y otras fuerzas disidentes. Por alguna extraña razón la elocuencia parece alejarse del Capitolio, incluso al culminar el pacto entre los dos partidos, con raras excepciones a partir del cambio constitucional de 1991, quizá por cuenta del hecho corrosivo que para conseguir los votos para ser Senador nacional se requiere más de dinero que de ideas.  Así se destaquen unos pocos oradores de primera línea en resonantes debates, como Roberto Gerlein Echeverría.

Los estudios de la semiótica cuántica nos muestran que cuando en la controversia política los dirigentes prestantes se dejan llevar por la ordinariez y la mentalidad de cloaca, con el tiempo se deriva en asuntos de violencia aciaga entre las masas. Lo mismo que espantan a las personas propensas a la reflexión y el estudio de los problemas sociales y económicos, para dar paso a los más ignorantes y audaces que se imponen por el ímpetu con el cual atacan a los contrarios y chillan en política. Es cuando se degenera en la violencia verbal y se ingresa al abismo que  induce a la población al odio visceral y la violencia. Produce cierta perplejidad que en medio de las negociaciones de paz irrumpa la ordinariez, dejando  en segundo plano   los grandes problemas nacionales y las propuestas para resolver los asuntos públicos e impulsar el desarrollo.