La primera Guerra Mundial | El Nuevo Siglo
Lunes, 23 de Junio de 2014

El orden y la revolución

Economía y alta política

 

Hace 100 años la I Guerra Mundial estremecía el mundo, sin que los futurólogos se percataran de que a contrapelo de la misma la minoría bolchevique estaba dispuesta en Rusia a dar un gran vuelco a la historia y la sociedad. En sus inicios la extrema izquierda que ensayaba el poder del odio de clases que inyectaba como un virus entre los desposeídos, con la promesa de llevar al proletariado al gobierno y eternizarse dictatorialmente, se vale del terrorismo y la fuerza para destruir el sistema y la democracia en ciernes de Rusia. Se olvida con frecuencia que en Moscú se afincaba el gobierno parlamentario y se ensayaba la apertura democrática y el reformismo con el inefable Kerensky, un socialista moderado, que le prometía al zar Nicolás II poner fin a las protestas populares y el desorden social mediante hábiles reformas que debía apoyar la Duma. La tímida apertura política de Kerensky, aleja a los conservadores leles al Zar, pero es respaldada por los políticos de turno que consideraban que era inaplazable hacer varias reformas sociales, para preservar el viejo orden y evitar que las masas impacientes y hambrientas se desbordaran. Kerensky como social-laborista moderado, procede a combatir a sus archienemigos de izquierda que actúan desde el Partido Bolchevique que capitanea con voluntad férrea Lenin. El cual sale del país para evitar la prisión por cuenta de su apología de la violencia y el terror, como de diversos atentados sangrientos. Pese a que consiguen arrestar a León Trotsky, mano derecha de Lenin, el terrorismo demencial crece aupado por el desorden que zarandea el país.

Varios de los autores imparciales que estudian los efectos de la I Guerra Mundial en Rusia en la revolución, llegan a la conclusión de que en vez de contener con sus medidas reformistas, lo que hizo Kerensky, fue debilitar el Estado al no ser capaz de imponer el orden, para caer en el error político de lanzar más combustible a la hoguera con la idea de que así se apagaba el incendio. El orden no se consagra por la fuerza de las bayonetas. Obedece a un fenómeno espiritual y cultural, que surge en el interior de la sociedad en momentos de peligro... El Zar, de manera fatal, abandona a su suerte a los sectores más conservadores y los oficiales que se jugaban la vida por el régimen, está dispuesto a hacer peligrosas concesiones para mantener el trono. La derrota militar de Rusia determina que de la horda de soldados que había movilizado durante la I Guerra Mundial el zar Nicolás II, más de 8 millones de hombres, murieran 1.700.000. El resto regresa abatido y envuelto en harapos al país que está en quiebra y cuyo gobierno tambalea. Esos soldados licenciados y hambrientos, que no encuentran trabajo y no quieren regresar al campo, se convierten en tropas de choque de las diversas fuerzas políticas. Lenin y Trotsky se valen de comandos socialistas para usar a las masas contra las tropas leales y provocar el derrumbe del gobierno. Trotsky, de manera magistral dirige el golpe revolucionario de Estado, que en medio del desconcierto de los militares le permite tomarse los centros nerviosos del poder en Moscú, lo que da origen al triunfo de la revolución rusa en tiempo tan corto que aún hoy sorprende a los estudiosos de los fenómenos revolucionarios. Lenin es un maestro de la propaganda, consigue mediante campañas bien orquestadas por el Estado convencer a los valientes oficiales y soldados rusos de entregar sus armas -voluntariamente- a los comisarios comunistas, que después les dan el tiro de gracia con sus mismos fusiles. El ingenuo zar Nicolás II, como su familia pagan con su sangre la terrible equivocación de dejar su suerte en manos del miope Kerensky, que malinterpretaba los fenómenos sociales y menospreciaba a los revolucionarios, como no los entendió el ministro de Luis XVI, Necker. Tanto en Francia como en Rusia, se le da la prevalencia a la economía sobre la alta política y tal equivocación lleva a ambas naciones a la revolución. En las grandes crisis es el gran político el que impide que las naciones naufraguen, incluso en medio de las aulagas económicas más desesperadas. Eso ya ocurrió durante la Revolución Francesa y se repite en la rusa, como en otros procesos en los cuales los “estadistas” consideran que lo social se resuelve con más panes y tortas, sin entender el trasfondo político como pasa en algunos países con la primavera árabe, en vez de instaurar la democracia como creían las cancillerías despistadas de Occidente, derivan en guerra social y civil.