La Semana Santa
*El mensaje de San Ambrosio
*Ni comunismo ni capitalismo salvaje
San Ambrosio, el famoso obispo y predicador de siglos lejanos en la Iglesia de Milán, es uno de los más devotos exegetas de los ritos del catolicismo primigenio. Él guardaba ayuno, como los demás sacerdotes y fieles de la Iglesia durante 40 días, a partir del miércoles de ceniza, siguiendo el ejemplo de Jesús que ayunó y oró durante 40 días y 40 noches en un acto de purificación absoluto, antes de proceder a cumplir su misión pública. Hoy la sociedad practica apenas por unos días escasas horas la no ingestión de carne; ese antiguo ritual de la Iglesia se cumple en algunos conventos y cofradías o en casos individuales de cristianos ortodoxos practicantes, que ayunan y oran durante ese tiempo. Ese ayuno permite que los hombres se renueven y sean como las águilas, con referencia al estado de gracia y la intensa sensación de liberación que produce el ayuno. Por lo mismo, hace una particular referencia a la consagración de los días santos, donde se recuerda la pasión y el sacrifico de Jesucristo. Afirma San Ambrosio: “¿Quieres saber con qué celestiales palabras se consagra? Atiende cuáles son. Dice el sacerdote: concédenos que esta oblación sea aprobada, espiritual, agradable, porque es figura del cuerpo y de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, el cual, la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos, elevó sus ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, dando gracias, lo bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: “tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será quebrantado en favor de muchos”. De igual manera, tomó también el cáliz después de cenar, la víspera de su Pasión, levantó los ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, lo bendijo dando gracias y lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: “tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi sangre”.
Y agrega San Ambrosio: “Antes de las palabras de Cristo, el cáliz está lleno de vino y agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de Cristo es capaz de transformarlo todo”. Esa ceremonia tradicional la cumplen la Iglesia y sus fieles a lo largo de los siglos, así en nuestros días la capacidad de ayuno y de meditación se haya reblandecido, casi en proporción directa a los avances de la sociedad de consumo y la tendencia al escapismo colectivo, incluso en ocasión de la conmemoración más trascendental de la cristiandad. Y así como se pierde el hábito del ayuno, la voluntad se resquebraja y la capacidad de sacrificio se reduce a la mínima expresión. Es por eso que millones de católicos no son águilas, como quisiera San Ambrosio, sino simples mortales, que no podemos remontar vuelo por la incapacidad de las mayorías de aislarse a orar y meditar sobre los temas más trascendentes como son los de la vida y la muerte.
Y por supuesto, casi nadie consigue el éxtasis santo al levitar al estilo de Santa Rita de Casia, la santa de los imposibles, invocada por nuestros abuelos en tiempos de crisis suprema, extraviada del santoral por cuenta del Concilio Vaticano II. Mas son millones los seres que cumplen con los mandamientos y los preceptos de la Iglesia. Son varios los que en los últimos años han muerto por su fe, perseguidos por los secuaces de gobiernos fundamentalistas que desconocen la convivencia religiosa y el respeto de todos los credos... Sin conseguir doblegar ni su fe, ni sus sentimientos religiosos. En países como México y Cuba, donde en el pasado la arrogancia atea en el poder persigue a los cristianos, la fe religiosa renace con pasión incontenible al paso del Papa Benedicto XVI.
Y no es casual, es de reconocer que la Iglesia Católica predica el respeto al hombre, su dignidad y la propiedad, como la justicia social, para fortalecer la familia, cimiento y baluarte del Estado. La Iglesia lo mismo rechaza el comunismo ateo, que el capitalismo salvaje. Repudia la explotación inmisericorde del proletariado en los diversos sistemas políticos y sociedades, en cuanto reconoce la persona humana como la medida de todas las cosas. El cristianismo es por excelencia el credo de la justicia y la paz. Los que practican los 10 mandamientos son justos y buenos ciudadanos o súbditos, puesto que están en paz consigo mismo y con la sociedad, al seguir las doctrinas sublimes de Cristo, que debemos recordar en estos días santos de tanto significado para gran parte de la humanidad.