La serenidad en épocas dramáticas | El Nuevo Siglo
Miércoles, 22 de Abril de 2020
  • ¿Hasta dónde la cuarentena?
  • El justo medio y el bien común

 

Ni las cuarentenas radicales, ni el aperturismo económico extremista, son ideas muy apropiadas para la catastrófica situación de salud pública y desempleo que viene suscitándose a raíz de la pandemia viral que ha tomado al mundo por sorpresa. Es claro que todavía falta tiempo para que la ciencia pueda recuperar la iniciativa ante el ritmo vertiginoso desencadenado por la nueva patología y hasta que llegue ese momento crucial, ojalá más temprano que tarde, es imposible hablar de normalidad en los términos que se conocían hace tan solo unas semanas.

Frente a ello y en espera de una vacuna o al menos un tratamiento adecuado que permita morigerar el impacto planetario de la enfermedad resulta difícil pensar en algo diferente a los instrumentos tradicionales e inclusive atávicos que impidan el contagio viral, como se ha hecho siempre en la humanidad ante la incertidumbre para enfrentar las pestes. Es ahí, como hoy está demostrado en la mayoría de países del mundo, donde juega un papel fundamental el aislamiento social con base en las cuarentenas. Es decir, el repliegue humano de toda actividad que suponga el contacto entre congéneres y el refugio de los habitantes en sus casas hasta que se pueda ir ganando espacio médico y científico al ataque virulento.

En esa dirección, las decisiones que se toman por parte de los mandatarios nacionales y regionales no pueden obedecer sino a comités interdisciplinarios en los que se puedan analizar los diferentes aspectos de salud, económicos, sicológicos y sociales que permitan sopesar la acción gubernamental entre los extremos antedichos. En efecto, una cuarentena excesiva puede llevar a que el remedio sea peor que la enfermedad, puesto que ya ni siquiera se podrían sostener, entre otros, mecanismos básicos como el abastecimiento y la alimentación, llevando a una situación incluso más gravosa y generalizada que el mismo virus. Pero, en igual sentido, una apertura económica y social descabellada, liberando de la cuarentena a muchos sectores sería a su vez fomento irresponsable de la epidemia a través del contacto descontrolado.

De tal modo, la única posibilidad positiva sería encontrar el justo medio que es, a fin de cuentas, el elemento primordial de la sindéresis. Y es ahí, precisamente, donde el asunto termina siendo una decisión ante todo política. Por eso, no deja de ser curiosa cierta opinión dada por algún analista venezolano de valía según la cual lo ideal sería proscribir a los políticos y entregar los asuntos sociales a una junta médica. Como ya lo dijimos, uno de los peores enemigos, en estos momentos, es el extremismo. Y esa opinión extremista podría ser para la galería, pero no para resolver el ingente problema que hoy se presenta.

De hecho, dentro de los cauces democráticos, como los colombianos, la capacidad de decisión ha sido entregada por el pueblo al Ejecutivo y su cabeza, que es finalmente desde donde se toman las medidas de mayor trascendencia por delegación popular. No sobra recordar, asimismo, que la Rama Ejecutiva en el país, al igual que en cualquier democracia, está compuesta por el Presidente y de ahí para abajo por gobernadores y alcaldes. Es ahí entonces donde reside el núcleo decisorio, en el entendido por supuesto de que constitucionalmente el Primer Mandatario tiene la prevalencia institucional, lo que no es óbice, desde luego, para no acudir a la concertación con las regiones sobre materia tan delicada y apremiante.

Por demás, siendo Colombia una república unitaria fundamentada en un Estado Social de Derecho, no ocurre aquí lo mismo que en una democracia federada, a semejanza de Estados Unidos, donde los mandatarios estatales tienen alguna equivalencia con el poder central. En ciertos casos, en la nación colombiana, parecería sin embargo que en algunas localidades se quiere salir al paso de las decisiones presidenciales, bien para prefijarlas, bien para cuestionarlas veladamente. Nada de eso colabora, ciertamente, en los propósitos de armonía que hasta el momento ha sabido sortear con serenidad el Jefe de Estado de los colombianos, según puede corroborarse de las encuestas de Guarumo y Datexco que le reportan una favorabilidad aproximada de entre el 65 y 75 por ciento. De suyo, mantener la serenidad, en circunstancias tan calamitosas, ha sido tal vez la característica esencial del presidente y lo que le ha permitido poner cabeza fría a la situación más difícil que mandatario alguno haya tenido que enfrentar en muchas décadas.

Ciertamente, encontrar el justo medio entre la cuarentena radical y la apertura extremista no es tarea fácil cuando, en cualquier caso, el enemigo acecha hasta que la ciencia encuentre los mecanismos para lograr la inmunidad. Muchas son las entidades reconocidas a nivel internacional que procuran una vacuna en el término de la distancia, al parecer con la universidad de Oxford más cerca del resultado. En tanto, por diferentes vías, la mayoría de naciones del mundo (no todas) tratan de encontrar el justo medio entre los dos extremos. Ese precisamente es siempre el más grande reto de la alta política cuando ésta realmente obedece, aun en las situaciones más dramáticas, a salvaguardar el bien común. Que es, a fin de cuentas, el único propósito cierto por el cual son elegidos los mandatarios en las democracias.