En la Cumbre de Cartagena a Colombia le fue bien, pero las Américas salieron más divididas. En efecto, el país pudo presentarse como una nación viable, líder y con vocación de futuro. Y eso estuvo bien. Ya lo dijimos el viernes pasado en un editorial titulado “Colombia encumbrada”.
No obstante otra cosa ocurrió, como se dijo, con las Américas. El tema de la interconectividad en las comunicaciones, que era la agenda principal de la Cumbre, quedó completamente relegado por la política. Las evidentes divisiones impidieron que se llegara a una declaración final, y algunas delegaciones, como las de Argentina y Bolivia, partieron previamente. Pulularon las excusas de retorno con base en las agendas internas de cada presidente, como también lo hizo Ollanta Humala, por algún atentado de Sendero Luminoso, pero quedó claro que la intención era dejar constancia de que se estaba en desacuerdo en mucho de lo ocurrido en Cartagena.
Se presumía a la inauguración de la Cumbre que harían parte de ella 33 países con sus presidentes, salvo Cuba y Ecuador. El sábado en la noche ya se había excusado Hugo Chávez y su Canciller daba una durísima declaración contra Obama, acusándolo de cinismo y perversión. Por su parte, el Presidente de Nicaragua ni siquiera se tomó el trabajo de excusarse sino que envió el mensaje de no asistencia a través de otro primer mandatario. Del llamado grupo de la ALBA solo quedó Evo Morales de Bolivia, pero éste igualmente se retiró el domingo en la mañana en solidaridad con Argentina y Cuba.
Argentina, cuya presidenta Cristina Kirchner había alabado a Cartagena y sus murallas como paradisíacas e hito histórico ante el imperialismo británico, partió intempestivamente por no encontrar recibo suficiente a su solicitud de respaldo en el caso de Las Malvinas, pese a que adujo problemas de agenda interna.
De otro lado la presidenta Dilma Rousseff canceló la anunciada cumbre bilateral con Santos, entre Brasil y Colombia, que era de la mayor importancia. Al parecer, la delegación brasileña se incomodó con el hecho de que Colombia se presentara como país bisagra o mediador entre el norte y el sur, cuando Brasil y Estados Unidos no tenían problemas en relaciones internacionales. Por lo demás, pensaban que el tema clave de la Cumbre era la fluctuación de la moneda y la exportación de la crisis económica europea y norteamericana por esa vía a los países pobres de América Latina. Asimismo, esperaban un gesto de agradecimiento de Colombia por todo cuanto han hecho por los secuestrados y la generación de un escenario de paz en el país. Canadá, por su parte, respaldó integralmente la política antidroga de Estados Unidos, y además emitió un discurso en el que se sugiere no estar de acuerdo con la excesiva regulación del sector minero colombiano, donde las empresas canadienses tienen grandes intereses.
Estados Unidos, a su turno, permitió la apertura del debate de la legalización o despenalización de drogas, pero de inmediato lo cerró al ponerse el presidente Obama completamente en contra. Al parecer, Washington había aceptado la discusión siempre y cuando ella fuera reservada en una primera instancia, lo que no sucedió. Frente al tema, Colombia sólo recibió el respaldo de Guatemala y Costa Rica, y los demás países latinoamericanos se abstuvieron de una opinión o declaración más contundente al simple comodín de permitir la apertura de la discusión, con ella ya bastante desmedrada. En tanto, el presidente de México, Felipe Calderón, evadió el tema del narcotráfico, pero dio un discurso estelar ante los empresarios sobre economía y política de su país, que mereció una ovación generalizada.
De la Cumbre, las Américas, en vez de unidas han salido divididas. Lo que se vislumbró fue una consolidación de los bloques que se presentaban de antemano. Colombia poco pudo actuar en su papel de bisagra. Si bien el país se confirmó como un anfitrión insuperable, incluido el ambiente festivo y tropical que preponderó, en cuanto a la pura política las cosas fueron a otro precio. La clave de la política internacional en la región sigue estando en la emulación entre Brasil y Estados Unidos.
En realidad, cada uno de los presidentes en la Cumbre se afincó en sus políticas internas y sus desarrollos hacia el exterior. Al final, para el país, el Plan Colombia, que sirvió de cimiente y acicate para las políticas de Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, sigue siendo una ruta. Entre tanto, lo que está claro es que nadie prepondera en las Américas. Aunque algunos quisieran presentar ello de resultado positivo, preocupa sin embargo el divisionismo reinante, sin orientación ni brújula. Si el viernes la Cumbre se mostró auspiciosa, ayer en la noche otras fueron las realidades.