* Razones para cierto nerviosismo
* El pacto del presidente Santos
Los economistas tienden a creer que mucho de lo que sucede en su área es producto de acciones reales al respecto. No siempre ocurre así y, al contrario, lo que se viene demostrando en el mundo, durante las últimas décadas, es que muchas veces son nulas las determinaciones sobre el mercado o que éste marcha por su propia dinámica, sin mayores injerencias.
Es, precisamente, lo que pasa en Colombia. Existe una cierta sensación de prosperidad, fruto del crecimiento a más del cinco por ciento, pero ello no se debe a las medidas económicas. Lo que hay, como se puede demostrar del bum de los electrodomésticos o los automotores, es una plusvalía propia de que el país está comprando por primera vez baratas las mercancías del exterior y vendiendo costosas sus materias primas, a su vez en ascenso productivo. Así los inventarios de las importaciones se han incrementado decididamente, hasta niveles jamás vistos en el país, con una capacidad de consumo que ha elevado sustancialmente la demanda interna, lo mismo que de otro lado Colombia, también por primera vez, se siente un país petrolero al extraerse más crudo, que paulatinamente va por la senda del millón de barriles diarios (cerca de 800.000 hoy), y al mismo tiempo observarse un incremento de la minería. Por eso se elevan los niveles de exportaciones, concomitantes con el aumento de las importaciones. Nada de ello, en realidad, se debe a grandes medidas económicas, salvo la mejora en los saldos por mayor producción, todo ello más allá, inclusive, de la ambivalencia de la moneda u otras variables de la economía. Ello, por fortuna, ha redundado en un mayor volumen de tributaciones sin necesidad de incrementar los impuestos, pero desde luego es, en general, un escenario bastante ambiguo frente a las incertidumbres mundiales. La ventaja, frente a ello, es que se mantiene un sistema financiero fortalecido, cuya debilidad o negligencia fue el problema en Europa u otros lugares, pero que ojalá no cambie de senda a causa de la cartera mala que ya se deja avizorar o, de otro lado, se paralice a raíz del incremento desmedido en las tasas de interés.
En tanto, el país se ve ante la curiosa circunstancia de haber gastado nueve años (¡casi una década!) en la firma de un TLC con Estado Unidos, aún en veremos, que ojalá se firme por fin este octubre. Lo contrario sería la demostración de la más palmaria incapacidad negociadora con quien se suponía y supone el principal de nuestros aliados. Que, entre otras cosas, interesa a Estados Unidos para que sus propios productores, sin intermediaciones, puedan aquí vender sus manufacturas de suerte que el consumidor, o así se supone, los pueda adquirir aún más baratos y allá tener mayores réditos. En tanto, no se ve que las exportaciones colombianas, que no sean de materias primas, es decir, de extracciones de su suelo, hayan realmente constituido una nueva fuerza a partir de elementos originales o creativos, más o menos los mismos productos de siempre.
El crecimiento favorable de los dos últimos trimestres, aún en medio de las consecuencias por la ola invernal, es auspicioso aunque no esté a la altura de otros países latinoamericanos. En general, cuando la economía marcha el país se desprende de otras preocupaciones. Todavía, sin embargo, cantar victoria es prematuro, menos con los índices de desempleo estabilizados en cifras poco halagadoras. A su vez, los cambios en la metodología para evaluar la pobreza no son buen síntoma. Ni tampoco favorecen exabruptos como que 190.000 pesos alcanzan para surtir las necesidades familiares básicas, en lo que el vicepresidente Angelino Garzón ganó por pura sindéresis la parada. Importante, en tanto, la propuesta del presidente Juan Manuel Santos de generar un pacto para blindar la economía de cualquier desastre venidero. El solo hecho de anunciarlo, ya es una voz de alerta a tener en cuenta.