Listo el miniplebiscito | El Nuevo Siglo
Viernes, 4 de Diciembre de 2015

La estrecha concepción de la paz

Congreso reducido a su mínima expresión

 

Tal como entró al Congreso salió el miniplebiscito, sin modificación seria alguna. De modo que queda comprobado que el Parlamento hace las veces de una oficina de trámite, y todo lo que signifique deliberación, debate o discusión no merece ser tenido en cuenta en lo absoluto.

 

Es por eso que hemos dicho y reiterado que el Parlamento no solo se ha convertido en una sastrería constitucional, sino que se ha convertido en un escenario de lo inmediatista y pragmático frente a una visión global del Estado. Porque así se ha venido demostrando con creces en el hemiciclo. Precisamente en cuanto al  miniplesbiscito, la orden fue acomodar aquella cifra que le permitiera al oficialismo aducir una refrendación popular, así esta comportara apenas un porcentaje ínfimo del censo electoral. Se pasó por arte de birlibirloque, o mejor, por cuenta de las mayorías debidamente aceitadas, del umbral legal del 50 por ciento a uno del 13 por ciento, cifra tan caprichosa como espurea. Y ello se pretende vender como la panacea democrática, cuando por el contrario es de lo más lesivo que ha sufrido la democracia colombiana. Y es, por igual, la demostración de que nada valen las sentencias de la Corte Constitucional, puesto que se pueden pasar por la faja de acuerdo con el postor de turno y el bonapartismo que se respira en conductas como éstas.

 

No se ajusta así el Gobierno al querer de la ley, sino la ley al querer del Gobierno. Y es por eso, precisamente, que suele decirse que Colombia es un país legal, pero no de ley. De hecho, se van emitiendo parágrafos, incisos y normativas que se barnizan con carácter de históricas, pero que en el fondo no son más que el deplorable desconocimiento de la Constitución, como referente inquebrantable de los principios y valores democráticos.

 

Es, claro está, de felicitar la terquedad de los ponentes en hacer caso omiso de amigos del Ejecutivo, adversarios, columnistas, editorialistas, académicos y jurisconsultos que trataron de dar sus luces para advertir sobre los nefandos procedimientos a que están siendo sometidas las figuras constitucionales, como en el caso del miniplebiscito, o para mejorarlas y ajustarlas al menos a una expresión más aquilatada y con sindéresis legal. Es de felicitarlos, desde luego, si lo que quieren, como ha quedado demostrado, es prestar el servicio para una paz minimalista, sin controversia, una paz reducida, exclusiva y excluyente, y al ritmo del afán y la impaciencia.

 

En el Senado se vieron propuestas interesantes, como aquella del Centro Democrático sobre la necesidad de reglamentar la abstención, lo mismo que la propuesta del Partido Conservador de elevar el umbral a lo menos al 20 por ciento. Todo eso fue, por supuesto, desestimado porque de lo que se trataba era de crear la figura del miniplebiscito, completamente ajena a la andamiaje jurídico colombiano, y desde luego repleta de inconstitucionalidades.

 

Se suponía que la paz era una cosa grande que debía suscitar la mayor cantidad de voluntad nacional y política posibles. Ahora resulta que no. Que la paz no merece ni siquiera la cantidad de votos que tienen las Juntas Administradoras Locales. Mucho menos, por supuesto, que las asambleas departamentales y ni siquiera una tercera parte de lo que se suele votar en las elecciones corrientes, parlamentarias o presidenciales. Es decir, el rasero por lo más bajo.

 

Todo ello denota, ciertamente, la concepción que se tiene de la paz. Un pleito de menor cuantía, según se observa del umbral establecido en tan solo el 13 por ciento y no el derecho fundamental que quedó señalado en el artículo 22 de la Constitución del 91, sino una pequeña plataforma que se manejará a partir de las clientelas y el partidismo de la resquebrajada “Unidad Nacional”. Todo ello, además, con solo un mes de pedagogía para explicar el “acuerdo final”, que como están las cosas presupone parte importante de la reestructuración nacional. Un lapso lo suficientemente estrecho para que no se note nada, para que no se dé el amplio debate que debería darse, para dar tránsito al fementido expediente de que si es amigo de la paz vote “Sí” y si es enemigo de ella y amigo de la guerra vote “No”. La minusvalía mental de semejante propósito en ciernes deja entrever qué tan lejos se está de una reconciliación con grandeza.