Los 75 años de la ONU | El Nuevo Siglo
Sábado, 31 de Octubre de 2020

* Un ente débil y sin capacidad para imponerse

* Multilateralismo, la gran premisa pendiente

 

En medio de la que es, sin duda, la emergencia global más grave de los últimos tiempos, la pandemia del Covid-19, se están cumpliendo por estos días los 75 años de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Como es apenas obvio, la crisis sanitaria en todo el planeta ha dado lugar a un análisis muy profundo en torno el rol del ente multilateral más poderoso del orbe, obviamente más allá de su tarea  fundacional y primaria de evitar el surgimiento de conflictos armados de gran espectro o viabilizar su resolución por vías pacíficas. Como se sabe, ese ámbito funcional con el correr de los años se fue ampliando de manera sustancial a tal punto que hoy la ONU tiene un sistema de agencias e instituciones que hacen seguimiento a todas las actividades políticas, económicas, sociales e institucionales de la humanidad y sus consecuencias, tanto en lo público como en lo privado.

¿Está cumpliendo la ONU su papel vital? Ese es uno de los debates más recurrentes en todo el planeta. De hecho, la necesidad de una reingeniería en el ente es la urgencia principal de una gran cantidad de gobiernos y autoridades de todas las latitudes. Esto porque para no pocos sectores el más grave problema de la organización es que ha perdido de forma gradual e irreversible su capacidad de convocatoria, credibilidad y, por ende, el margen de acción para imponer sus mandatos y directrices, sea cual sea la materia.

Por ejemplo, no son pocos los señalamientos hechos a la ONU, específicamente a la Organización Mundial de la Salud, por la forma en que ha reaccionado a la detección y propagación del virus del Covid-19. No solo se le cuestiona su debilidad para activar rápidamente un plan de contingencia que llevara a contener con más eficiencia la pandemia actual, sino el que aún no haya esclarecido el confuso accionar de las autoridades chinas desde el momento en que detectaron la enfermedad viral.

También está más que claro que la instancia más poderosa del planeta, el Consejo de Seguridad de la ONU, lejos de ser hoy por hoy el garante de la paz global, se ha tornado ineficaz debido a que adolece de un sobrediagnosticado bloqueo geopolítico de vieja data por parte de las cinco potencias que tienen allí asiento permanente. Esta circunstancia es, en criterio de muchos expertos, la principal causa de que muchas confrontaciones bélicas, tragedias humanitarias, crisis sociales y económicas de alto espectro, gobiernos de facto y violaciones graves de derechos humanos puedan mantenerse en el tiempo, gran parte de ellas en total impunidad o con la comunidad internacional de pasiva e indolente espectadora.

No menos grave resulta, a la hora del balance de la ONU en estos 75 años, la evidencia de que la mayor amenaza que se cierne sobre la supervivencia misma de la humanidad sea el cambio climático, producto de un desarrollo desordenado y la depredación irreversible de los recursos naturales y ambientales. Los múltiples acuerdos internacionales para el combate al calentamiento global y otros flagelos que producen alto deterioro a la biodiversidad se cumplen a medias o, simple y llanamente, se han quedado en el papel, debido a que priman los intereses nacionales particulares antes que los mundiales.

Sin embargo, como también lo advierten muchos internacionalistas y la propia ONU, la creciente ineficacia de la entidad tiene una génesis muy clara: el pleno de los Estados que hacen parte de su asamblea general no ha logrado deponer sus diferencias y la puja por la primacía de los intereses propios. Todo lo contrario, un pulso geopolítico y geoeconómico cada vez más marcado, pese a las realidades cambiantes de las últimas décadas, ha fortalecido los nacionalismos e impedido dotar a la Organización de las suficientes capacidades de acción, coerción y sanción para hacer cumplir sus mandatos. El hecho de que se considere natural y aceptable que algunos gobiernos controviertan o desconozcan las directrices de la ONU o se opongan a la exigibilidad de los tratados trasnacionales termina siendo la mayor evidencia de su debilidad más primaria y significativa.

Así las cosas, el debate sobre cómo darle más capacidad de decisión y acción determinantes a las Naciones Unidas supera con creces otras discusiones -importantes pero menores ante la falencia principal- sobre el costo burocrático de las agencias, los mecanismos de escogencia de sus dignatarios, el exceso de formalismos en las asambleas generales, los asomos de sesgo político en algunas de sus decisiones y hasta las implicaciones nocivas de que su financiación dependa en gran parte de los aportes de las grandes potencias. La discusión de fondo y realmente fundamental debe darse alrededor de cómo el concierto de las naciones se pone de acuerdo en darle “más dientes” a la ONU para que cumpla de esta forma su rol de árbitro mundial. Ese es el escenario natural del multilateralismo como premisa básica de la humanidad. Mientras no se avance en esa dirección es seguro que pasarán otros 25 años y el ente multilateral cumplirá la centuria como una institución global que apenas si es espectadora pasiva o impotente ante las grandes tragedias y problemáticas de la humanidad.