El triunfo de Mauricio Macri en Argentina, que en principio parecía de nueve a diez puntos sobre Daniel Scioli durante buena parte de la jornada electoral transmitida por las cadenas de televisión gauchas, se redujo considerablemente hacia el final. La diferencia, ciertamente, fue de un tres por ciento, alrededor de 700 mil votos.
Aun así es prácticamente un milagro que Macri hubiera ganado ante la maquinaria desbordada de los de Cristina de Kirchner. Por eso la felicidad del hoy presidente electo, al momento de celebrar, cuando indudablemente se pudo observar la alegría de una ciudadanía que había permanecido casi amordazada durante los últimos doce años de hirsuto peronismo. Las amenazas contra la prensa, el manejo selectivo de los subsidios, el aislamiento de la empresa privada, la neutralización de los piqueteros y el direccionamiento populista de la economía profundizaron la inviabilidad argentina que de algún modo venía presentándose de antemano.
Evidente es, en todo caso, que Argentina produjo una manifestación democrática como casi nunca antes. Y en ese sentido las elecciones del domingo fueron históricas. No solo porque no se presentó un incidente grave pese a la alta tensión entre las fuerzas discrepantes, sino porque por primera vez desde los 70 un candidato independiente, que preconizaba el cambio como consigna abierta y principal, derrotó al anacronismo peronista.
Todo ello incluso puede remontarse a mucho más atrás. Hubo una época, naturalmente, en que Argentina a comienzos del siglo XX era uno de los países más productivos del mundo y el que estaba reputado de milagro económico y social. La fuerza de su agricultura y el empuje de la iniciativa privada, combinadas con la inmigración de italianos, ingleses y alemanes, lo mismo que una porción importante de judíos y árabes, lograron poner al país en el radar mundial. Todo ello lo combinaron con una importante dosis de cultura, convirtiendo a Buenos Aires en una de las ciudades de mayor progreso, sin dejar por ello de generar facetas a todas luces originales y propias, en la música, la gastronomía, la literatura y más que todo en una manera de ser. Ello elevó el orgullo argentino, hasta el punto de un nacionalismo a toda prueba, pero la decadencia comenzó a emerger en el transcurso de ese siglo cuando muchas de las actividades económicas se dejaron en manos del Estado. Para la época en que surgió Juan Domingo Perón, la Argentina ya no era la de comienzos de centuria, infectada por lo demás con las ya sepultadas acciones y gestos de Mussolini o Hitler.
Pero la riqueza argentina daba para lo que se quisiera y el militarismo se hizo presente, no solo como fórmula política, sino como concentración de las posibilidades y de las esperanzas en manos del Estado, creando el populismo asistencialista y dejando a un lado el esfuerzo laboral como criterio de superación social. Posteriormente el orgullo argentino sufrió grande mella con la derrota de la Guerra de las Malvinas, un truco de la dictadura militar para intentar la cohesión interna. Luego el mundo fue descubriendo, a la caída del militarismo, la tragedia que se había vivido.
Al recuperarse la democracia, la Unión Radical casi no termina su periodo. Después el reeleccionismo peronista, en su vertiente derechista y afincada en el neoliberalismo, se incrustó como un enclave aceitado por la corrupción, hasta que los argentinos sacaron el dinero del país y ni el ‘corralito’ impidió el desborde económico, con los ya conocidos episodios de De la Rúa. Entonces el péndulo se fue al otro lado del peronismo, ahora con su vertiente populista de izquierda, que sufrió el más grave traspié en las últimas elecciones. El país mantiene una ruta inflacionaria peligrosa, las reservas monetarias son mínimas, el flujo de dinero es casi inexistente, las inversiones se han paralizado hace tiempo, el empleo no crece desde hace un lustro y la confianza inversionista, nacional e internacional, es casi nula. Si no es por la China, como baluarte financiero de Argentina, y las gigantescas compras de los excedentes de soya, la nación hubiera fenecido hace tiempo.
Al enfrentar todo ello, por primera vez con un candidato independiente y hoy presidente electo como Macri, Argentina tiene la posibilidad de buscar su propio rumbo. Generar, entonces, el desarrollismo con rostro humano, buscar los índices de pobreza cero, reactivar la innovación y recuperar la confianza en la empresa privada, lo mismo que concentrarse en la educación. Y ante todo salir de la tenaza populista, nacional e internacional, con los postulados verdaderamente democráticos que Macri ha prometido profundizar y defender. América Latina mira hacia Macri y Macri tiene las ideas conservadoras como puntal hacia la modernidad.